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Mostrando las entradas etiquetadas como Genevieve Naylor

Genevieve Naylor: el triunfo del color

La fotógrafa y fotoperiodista Genevieve Naylor (1915-1989) tiene múltiples facetas a lo largo de cuarenta años de profesión. Después de estudiar pintura, decidió dedicarse a la fotografía, sobre todo por la influencia de su amiga Berenice Abbot, también fotógrafa. Su matrimonio con el artista de origen ruso Misha Reznikoff (1905-1971), un amante del jazz, la llevó a los ambientes bohemios del Village, donde instalaron ambos su estudio. Una misión encargada por el departamento de Estado los llevó a Brasil en el año 1940, en el marco de la política de buena vecindad que pretendía dar a conocer la riqueza cultural de este país. Allí, Naylor hizo más de mil fotografías no solo de aspectos monumentales o históricos sino, y sobre todo, de la vida cotidiana de la gente, los tranvías, las calles, las escuelas, los niños...Este trabajo alcanzó un gran reconocimiento y a partir de ahí recibió ofertas de trabajo de las revistas más prestigiosas del momento. Así trabajó para Vogue, Cosmopol

Tanta infancia...

Dicen los psicólogos que una infancia feliz es el pasaporte seguro a la bondad. Los que hemos tenido la suerte de tenerla no podemos perder el tiempo en la envidia o en la maldad, esas cosas no nos interesan. Nuestra cabeza está llena de buenos recuerdos, de hermosos momentos y de imágenes muy especiales. Sobre todo, en la memoria brillan las personas, las que estuvieron junto a nosotros en esos años de la niñez, las que nos ayudaron a ser como somos. Quizá no hemos sido conscientes pero mis hermanas, mis amigas de la calle y yo, hemos tenido una extraordinaria infancia. Sin temores ni acechanzas, sin miedos, sin miserias ni odios. Y eso fue así gracias a nuestros padres, ellos y ellas, que dedicaban todo su tiempo a que fuéramos felices en todo el enorme sentido de la palabra. Esa fortuna de haber vivido con tanta buena gente nos acompaña siempre y no se marcha de nuestro lado. Muchos de ellos no están, pero siguen regando cada instante con el perfume de su mejor esencia. No éramos ri

Absoluto fulgor

  "Y todo lo que existe en esta hora de absoluto fulgor se abrasa, arde contigo, cuerpo, en la incendiada boca de la noche" (José Ángel Valente, 1929-2000) Habrá un amanecer de sábanas revueltas, de olor a café fuerte en la cocina. Un aire clandestino cruzará nuestro cuarto y sabremos que el fuego se enciende sin permiso.  Te asomarás desnudo a la ventana y en tu espalda escribiré la historia de un tiempo inesperado que se ha clavado lento entre mis ojos. El arco de tus brazos será sombra y aliviará una lágrima que no supo perderse.  Y no habrá más miradas oscuras, sino ese batallón de claridades que precede a la lucha de los cuerpos. Y no habrá hielo, paréntesis de nieve o frío silencio cósmico, sino el anuncio de ese ardor en la sangre que despierta sin tregua.  Así tendremos, en el hoy sumergidos, un motivo constante para no odiar los sueños y abriremos por fin el recipiente en que guardamos intacta la esperanza.  Pronunciaré tu nombre sin olvidar sus letras, sin o

Esperaste, paciente, la llegada

Podría haber sido una terracita muy coqueta cerca del río. O un antiguo café del centro, de esos que tienen en las paredes cuadros de películas. O la cafetería familiar, la de siempre. O, quizá, siendo aún más exagerados, un pequeño bistrot en la orilla izquierda, un restaurante italiano en horas bajas o la librería que sirve helados en el centro de Dublín.  Nada de eso. En tiempo de tormenta, la bonanza es tan solo un enclave geográfico que tú ni siquiera conoces. Las velas de esos barcos que me tuvieron cerca se volvieron despacio hacia otro lado y tú ni te enteraste, ni te fuiste. Esperaste paciente mi llegada y el artilugio se volvió sonoro, firme, seco, libre, tierno, amable, complaciente y tengo que decir que esperanzado.  Todas las risas y todas las palabras. La camisa en azul, que es el color del tiempo que avecina y promete. Tienes el aire de una película de hombres enamorados. Las manos llevan el aire alado de las cosas que se posan tan solo si el sueño se ha cu

Es muy difícil ser diferente

Cuando era joven, muy joven, no sabía que era guapa, atractiva, graciosa e inteligente. Antes de eso tampoco entendía que era bueno haber comenzado a leer antes de ir al colegio, hablar sin errores desde muy pequeña y tener un vocabulario fuera de lo usual. Por supuesto, me resultaba raro descubrir la solución a los problemas antes que los demás, ser más rápida en los trabajos de equipo y redactar una composición, un trabajo o un escrito, con facilidad y sin faltas de ortografía ni de expresión. Todas estas habilidades se convirtieron para mí en una carga. Porque, lejos de despertar admiración, despertaban envidia. Porque me obligaron a disimular, una y otra vez, lo que sabía, lo que era, lo que pensaba. Así, durante años y años y años, en todos los contextos y en todos los lugares. En la vida cotidiana, en los estudios, en el trabajo.  Una vez llegó un hombre diferente a todos. Ante él no cabían disimulos. Entendía mi lenguaje, conocía mis defectos, admiraba mis virtude

Amanecer con muchacha al fondo

Tuve un vestidito de rayas verdes y blancas, con un cuello camisero y una lazada en la cintura. El vestido lo había cosido mi madre que, además de lectora y cinéfila, tenía otras habilidades: era una cocinera cordón bleu y una modista de primera. Como yo era su única clienta tenía la prerrogativa de diseñar los vestidos y ahí me pasaba horas y horas, con un cuaderno de hojas blancas, trazando líneas, añadiendo detalles y pintando colores. Eran unos días pacíficos y llenos de momentos vacíos. Esos extraordinarios momentos vacíos, con la cabeza en las nubes, que solo los niños pueden tener. Cuando creces empiezas a querer llenarlo todo y, conforme la vida sigue su camino imparable, te angustias de pensar que estás perdiendo el tiempo. Solo en la infancia sientes que todo está a tu servicio, que la vida es inagotable y que todas las horas se estiran hasta convertirse en largas y espesas, indestructibles.  Genevieve Naylor ha fotografiado a la muchacha de una forma incongruente. Lo