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Mostrando las entradas etiquetadas como Fotografía

Slim Aarons: la vida no es siempre una piscina

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  El modelo de la vida feliz en los cincuenta y sesenta del siglo pasado bien podría ser una lujosa mansión con una maravillosa piscina de agua azul. En sus orillas, hombres y mujeres vestidos elegantemente, con colores alegres y facciones hermosas, charlan, ríen y toman una copa con aire sugestivo. Esto, después del horror de las dos guerras mundiales, bien valía la pena de ser fotografiado. Así lo hizo el fotógrafo Slim Aarons (1916-2006) un testigo directo y también un protagonista entusiasta, del modo de vida de las décadas centrales del siglo XX, en el que había una acuciante necesidad de pasar página, algo que ni la guerra fría consiguió enturbiar. Como si estuviera permanentemente rodando una película y un carismático Cary Grant fuera a aparecer para ennoblecer el ambiente.  Slim nació en una familia judía de Nueva York y tuvo una infancia desastrosa. No había felicidad sino desgracias y eso se le quedó muy grabado. Luego estuvo en la segunda guerra mundial y allí cubrió momento

Retrato de madre con libro al fondo

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(Fotografía de Frances McLaughlin-Gill) La madre tenía siempre un libro en la mano y una película en la cabeza. Las dos aficiones, lectura y cine, las llevaba tan dentro que hubiera querido ser Lady Rowena o Scarlet O`Hara. A veces lloraba con los melodramas, pero disimuladamente. Y otras veces se enzarzaba en una discusión sobre el final de un libro que no le parecía apropiado. Sus libros llevaban su nombre en la primera página, el día en que empezó a leerlo y, al final, un pequeño comentario. Unas pocas frases lograban resumir todos los pensamientos que acudían en tropel cuando leía. Su imaginación era desbordante. Podía inventar vestidos, muñecas e historias para contar en las noches de tormenta. No tenía miedo a nada. Se sabía de memoria los argumentos de las películas como si ella hubiera sido la guionista. Y conocía a los actores y actrices, a los directores, y también los cotilleos del rodaje: tal o cual enamoramiento, tal o cual rencilla. Los libros le permitían tener

Entre los olivos

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Campo, campo, campo y entre los olivos los cortijos blancos. (Antonio Machado) Si aprendes a hablar recitando poemas todos los poemas se convierten en tu vocabulario. Una palabra sigue a la otra y la otra está al acecho. Así el campo es una palabra tres veces dicha y los olivos están ahí, aunque no los veas. Estás entre los olivos, aunque no te vean.  Si naces junto al mar y no lo percibes salvo cuando sales de la ciudad y lo descubres rodeando las entradas, junto al puente de piedra, los fuertes napoleónicos, el istmo susurrante que continúa siendo el parapeto para todas las conquistas, entonces el campo es otra cosa, una entelequia, un sueño. Tú hueles a verdín y el campo huele a verde. Una vez me dijeron que allí el campo era de juguete, que no era un campo real, sino un decorado, que todo estaba rodeado de cercas y alambradas, que la naturaleza no podía moverse, prisionera de las labores y de las vendimias. Ese otro campo, el tuyo, tiene la gracia de ser verdad

Mi propia habitación

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(Virginia Stewart fotografiada por Louise Dahl-Wolfe en 1948) Fue leyendo "Una habitación propia" cuando lo pensé. No sentada a la orilla de un río, aunque ella sí lo estaba. Virginia estaba sentada a la orilla de un río y hablaba de peces y de pesca, no sé ahora mismo por qué. Quizá tenía mucho que ver con su disertación o su mente vagaba por esa imagen que había retenido en la cabeza de la última vez que se sentó junto a un río. Intuí entonces que esa visión podía ser inexistente, y que yo, en realidad, jamás había estado sentada a la orilla de un río. Quiero decir, realmente en la orilla, en el suelo, en una especie de arena o de tierra o de margen cubierto de hojas, qué sé yo. El río de la ciudad que conozco no tiene nada que ver con un verdadero río cuando discurre por el campo, por su curso, esos conceptos geográficos que aprendí y que, tengo que reconocer, me gustaban mucho. Caudal, curso, cauce, márgenes, desembocadura, estuarios...Estas son las palabras que

D. H. Lawrence y Nina Leen: Lo efímero y lo perdurable.

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Úrsula y Gudrun son hermanas e infelices. Ninguna de las dos ha alcanzado en la vida aquello que desea. Han nacido en una familia de mineros, pobre y sin cultura, pero eso es algo que a las dos las atormenta. Son diferentes en su interior, se sienten diferentes. Odian lo negro de las minas, el hedor de la tierra cuando cae la noche y los pozos se despueblan, el aire cansado de las mujeres de los mineros, la suciedad, el polvo. Observan con admiración a los otros, los ricos, los que lo poseen casi todo, los que se rodean de un ambiente de música, de luces, de belleza. Ellas son muchachas pobres en un universo que las atrapa. Hubieran querido ir a la universidad y moverse de un lado a otro con indiferencia, como si nada fuera necesario, amar sin compromiso y conocer a la gente que disfruta de todo lo que ellas no tienen. Pero nadie elige dónde nace y elige a sus padres o a su familia. Eso las llena de un sentimiento de injusticia que ocultan al exterior pero que existe.  Úrs

Lillian Bassman: La mujer oblicua

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Lillian Bassman convierte en poesía sus imágenes. Es imposible no sentirse arrebatada por esta alternancia lírica de negros y blancos, de luces y sombras. Las mujeres de Bassman vuelan, están suspendidas en el aire, se alejan de nosotros para encerrarse en una cápsula de misterio que no podemos asir. Sus ojos semicerrados, sus manos ocultas, su gesto incontrolable, su postura lanzada hacia el exterior, desprendida, desequilibrada, rompen los espacios y los conmueven, generando tanta admiración como duda. Por qué estas mujeres solo muestran una parte de sí mismas, es la pregunta que nos hacemos.  El resto de los personajes son solo atrezzo, accesorio sin mayor valor, gente sin importancia. Ni siquiera parecen completos, sino a trozos, una mano, un rostro, una copa, una mesa, un teléfono. Todos los objetos y las personas que las rodean están al servicio de esas mujeres, como también lo están sus atuendos, sus mágicos sombreros, sus extrañas envolturas a modo de telas estructu

El cumpleaños

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  (Foto de Joel Meyerowitz) Todos los 3 de diciembre comenzaba la navidad. Era un día de alboroto precedido por otros días de misterio y de susurros. Nadie hablaba abiertamente de lo que el 3 sucedería pero los hijos se movían por la casa sigilosamente y la madre tapaba y destapaba las ollas, hacía la masa de las tortas y guardaba en la despensa manjares inusitados, aquellos que los niños esperaban con impaciencia tanto como los regalos. El 3 de diciembre era día de fiesta mayor en esa casa, por lo que se celebraba y por lo que significaba esa celebración. El día antes se pasaban todos el rato doblando papeles de colores para guardar regalos, cosas simples que cada uno había conseguido a su manera. Había dibujos escolares, unas nueces convertidas en barquitos con palillos de dientes, algunos puzzles inventados, libros hechos a mano, un par de corbatas, un pañuelo de cuello, una bufanda, calcetines oscuros y camisas blancas, pijamas de rayitas, la bata de casa, el albornoz, las cajas de

Elvira

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 Elvira era una artista de cine. Tenía la figura, el rostro y el gesto adecuados. Tenía, sobre todo, el aire desvalido, la soledad y la ausencia precisas. Un pasado triste, una orfandad inexplicable y una familia extraña. Era una de esas niñas intermedias que no interesan a nadie y una joven con la mirada puesta en otras cosas, más allá del colegio y de los chicos. Por eso quizá pasó tantas horas en la sala de cine que tenía junto a la casa, esa casa familiar, blanca, casi georgiana, que se volcaba al Atlántico y que recibía el viento del sur con una elegancia única. El cine era su mayor bien y su mayor medicina. Las tristezas se volvían transparentes y las horas pasaban con una calculada rapidez. El desenlace de la película de espías o de miedo, el muchacho que cabalgaba con ese aire cansado que a ella le recordaba a alguien o el The End sobrevenido en el mejor momento, todo eso era parte de su biografía y así la transmitió a sus hijas con tanto lujo de detalles que todas podrían ser,

Hermosa peluquería

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  (Nina Leen. 1952. Rockefeller Center Nueva York) Las chicas de la peluquería de Nina Leen permanecen educadamente sentadas mientras el secador hace su efecto sobre la permanente o los rulos. Todas, excepto una, están leyendo un libro o una revista. Y esa una parece aprovechar el tiempo para pensar. Cruza los brazos y espera con una tranquilidad única que el tiempo pase y se haga el milagro del pelo arreglado. Eso es ir a la peluquería. Una especie de milagro.  En Triana hay una peluquería cuyas chicas tienen el don de convertir el tedio en risas y el mal día en un deslumbrante sol. Son María José, Mary, Ana y Anabel. Si no las conocéis merecerá la pena. Son distintas entre sí, incluso opuestas, pero manifiestan toda una suave elegancia a la hora de atenderte, una entrega fuera de lo común, una inteligencia emocional más allá del trabajo con el peine, la tijera, el champú o la laca de uñas. María José es divertida, extravagante, estrafalaria e independiente. Mary es catastrófica, inve

La libertad de las azoteas

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  (Puerto Real desde una azotea. Foto Juan José Iglesias, 2023) Cuando el mar se junta con el cielo y sus azules se mezclan, cuando el horizonte no tiene límite y las piedras se vuelven rosadas y perfectas, cuando la palmera mueve sus hojas impenitentes, sin reparar en que el viento siempre le gana la partida, cuando la arquitectura se motea de azul y de siglos, entonces observa el perfil detallado de tu tiempo, de tu tierra, de tu gente y tus horas.  Hay un silencio acompasado en observar desde las azoteas, ese territorio soleado y enfrentado a la umbría, ese lugar que recoge secretos, confidencias de niños y llamadas de madres. Las voces de las madres cruzan el espacio de la azotea y llegan a tus oídos: quieren que bajes a comer, que dejes de estar tumbado al sol o que abandones el libro que no sueltas desde hace varios días. Las madres convocan a los hijos para el gran rito de la olla humeante, abajo en la cocina, el lugar de culto de todas las casas andaluzas. Hay tiempo para todo,

Sin luz

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  Cada vez que falla una de las luces hay que avisar a alguien para que la repare. A veces se tarda mucho tiempo en dar el aviso y estamos casi a oscuras. Desde que él se fue (irse es el eufemismo de morirse) las pequeñas reparaciones se quedan a la intemperie, no hay forma de que la casa funcione con normalidad, todo parece que se va deteriorando sin remedio. Haría falta arreglar una persiana, cambiar el toldo, restaurar las luces que no encienden, solucionar el atasco, colocar las baldas de una de las despensas que se han caído y cuyos topes laterales no sé por dónde pueden andar...todas esas cosas que él hacía y que parecían insignificantes y que, después de todo, marcan el ritmo de la vida. Llega un operario cuando la cosa no puede andar más, hace su faena, cobra y se va. Eso es todo. En realidad, todo es nada en este caso. Nada es como antes. Nada será nunca como antes. Nada marcha. Nada vive. Nada brilla. Nada luce.  (Foto: William Eggleston)

Esa geometría del desprecio

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Acuno soledades y, alguna vez, preguntas. Las certezas no existen, salvo para negarme, para negarlo todo. Avanzo entre las piedras, el suelo tiene la dureza de las tardes oscuras, esas en las que nadie más pisa las calles, esas en las que corro sin sonidos. En uno de los rincones que suelo atravesar está su imagen. Le he perdonado todo, casi todo. Desde el vacío, desde el sueño imposible, hasta la mentira piadosa y la mentira cruel. Todo. Le he perdonado todo. Por eso hoy ya no tengo palabras que ofrecerle y por eso las mezclo con las fotos de un espacio perdido en un país tan lejano como él.  Durante mucho tiempo reuní en pequeños fardos de ignorancia todas las dudas de un tiempo ya caduco y las puse delante de sus ojos porque creía en él. Creía en sus respuestas y en sus vacilaciones. Tan grandes era mi miedo que tuve que creerme que era cierto aquello que decía sin convicción. Mentía. Todo era falso. Era falso y mentía. Eran mentiras llenas de espejismos, de personas sin r

Papá

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Los niños andan atareados. En todas las clases hay barullo de papeles de colores, de lápices, de rotuladores, de tijeras...Todos, incluso los que son menos mañosos, se afanan en decorar una tarjeta, hacer un recortable o un cuento. Preparan los regalos del día del padre. Los llevarán a casa y esperarán la mirada satisfecha de su papá y quizá una lágrima furtiva que a algún padre se le escape.. Esto no tiene que ver con la lista de regalos de los grandes almacenes, ni con los anuncios de la tele, sino con el invisible lazo que une a los hijos con sus padres, un lazo indestructible, aunque invisible. Estos padres de ahora no son, a simple vista, como los de antes. Tienen la enorme suerte de poder estar más tiempo con sus hijos y no los ven ya acostados, como solía pasar cuando el trabajo los ataba tristemente a ser una especie de fantasmas con escasa presencia. Pero, aún entonces, desde lejos, los padres eran el referente único al que uno volvía la vista en todas las ocasiones, la seg

Esa mirada...

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(Stained Glass Mails. Saul Leiter) A veces, cuando el silencio es más oscuro y las gotas de lluvia se confunden con el agua salada de los ríos y las lágrimas, una mirada puede ser el salvavidas que esperas. Ella lo sabe. Lo presiente. A veces, cuando habla con él en la distancia, cuando evoca su voz o sus manos en el aire, intenta imaginar sus ojos, su expresión, el verso de su boca, la manera sutil con que la mira o debería mirarla si ello fuera posible.  En las horas más largas, cuando todo se escribe con interrogaciones, cuando nada es seguro salvo la muerte y en ella encuentra escrita la verdad más rotunda y más cierta, entonces vuelve los ojos hacia él y sueña con las tardes imprecisas en que su cuerpo tiene el olor de las rosas. En el sueño, la mira. La ve a lo lejos, la presiente, la espera, la descubre. En el sueño no existen pesadillas de monstruos que le impiden el paso a las palabras, sino un ascua de luz incandescente con toda la pasión convertida en susurro. 

"El lunes es el nombre de la lluvia"

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  Así fue. Muy temprano, casi al alba, como si fuéramos bandidos que tuvieran que buscar su recompensa, escondida en alguna lámpara maravillosa, en algún lugar lejano y desaparecido del mapa, en algún horizonte incomprensible...Muy temprano, a la hora de la gente del campo, como cuando era niño y se sentaba debajo de un olivo a esperar el vareo, a comerse una naranja y un trozo de pan, a sufrir el frío y la tormenta, a esperar que parara el susurro indiferente de la lluvia... Era muy temprano. Nos adentramos en la incipiente amanecida con toda la intención. Subimos a un tren. El tren era de color de la plata y llevaba asientos azules, de esos que ya no se estilan, de esos que solo aparecen en los trenes viejos, en las películas de trenes, en los trenes anclados en cualquier retrato en sepia. En el vagón no había nadie. Durante el viaje poca gente subió y bajó. Al fin y al cabo, era demasiado temprano, era un día demasiado invernal y era lunes. Los lunes la lluvia tiene la misión de rom

Contexto, con texto...

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  (Robert Frank. Valencia, 1952) Los youtubers hablan mucho del "contexto". A veces contexto es para ellos todo lo que justifica la cantidad de exabruptos que suelen soltar, al menos los que se dedican al "salseo". Muchos apenas tienen formación y lo mismo sus audiencias pero todos ellos han aprendido y aplican el significado de "contexto". El contexto es lo que hace imposible charlar con una amiga si esta sufre de mal de amores inmediato. Tienes que esperar que pasen los días y el contexto cambie. Ese mismo contexto va en tu contra cuando vives en un lugar inhóspito que te ignora gentilmente. Y qué decir de los contextos inhumanos, de los contextos perseguidos, de los contextos llenos de desesperanza...Cuando Robert Frank hizo esta foto en Valencia, en el año 1952, el contexto era la miseria, las ciudades desprovistas de todo lo que hace la vida mejor y la gente que salía a trabajar en bicicleta. A la Bazán iba la gente en bicicleta, los hombres, quiero d

Disuelta en el aire

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Nick Knight siembra sus imágenes de gasa, indefinición colores y sombras. La transparencia indica lo ligero que es todo, lo liviano. Parece representar la vida y el cansancio de vivir. Estar cansado es un indicio de que pocas cosas te importan y las modelos de Knight dan la impresión de estar de vuelta de todo. No quieren ser vistas. Pasar de puntillas, andar de puntillas es su lema y él lo conoce bien. Por eso crea atmósferas irresueltas, giros de guión, rosados incombustibles y algunos negros indecisos. Los artistas guardan en su corazón tantas preguntas como respuestas. Los seres humanos somos esa gran interrogación inconmovible. Nada seduce más que no saber las razones de casi nada. Y el gran espejismo: ¿qué haría yo sin mí? (Fotografías: Nick Knight)

La íntima elegancia de Nina Leen

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   El 26 de marzo de 2015 se inauguró en la galería Daniel Cooney de Nueva York la exposición "Lendslady", dedicada a la obra fotográfica de Nina Leen . El 15 de enero de 1951 la revista Life publicó una foto de Los Irascibles. Quince de ellos, todos artistas dedicados, en su mayoría, al expresionismo abstracto, habían posado para Nina Leen en lo que significó una postura colectiva contra la política expositiva del Metropolitan Museum de Nueva York, porque consideraban que no se exponía de forma suficiente obra de arte americano. En la foto aparecen, entre otros, De Kooning, Pollock, Rothko, Still, Newman y la única mujer, Edda Sterne.     No fue esta la única ocasión en que las fotos de Nina Leen reclamaron una enorme atención del público y de los medios especializados. Antes de eso, en 1940, había comenzado a colaborar con la revista Life con imágenes de animales. Los animales eran para ella más fiables que las personas y las peripecias del perrito Lucky , a

Ruth Orkin: Viajando sola

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Ruth Orkin (1921-1985) recorrió América en bicicleta para obtener fotos del modo de vida americano. Además, fotografió a Marlon Brando, Doris Day, Lauren Bacall o Ava Gardner. El mundo del cine le era cercano: su madre fue actriz del cine mudo y la niña se crió en Hollywood. Fue fotoperiodista, fotógrafa y realizadora de cine. Además de espacios cotidianos también fotografió la vida nocturna en los clubes que estaban entonces de moda. Sus fotos se publicaron en el New York Times, en Look, Ladies`Home Journal o Life.  Su boda con el también fotógrafo y cineasta Morris Engel, en 1952, la acercó a la realización de cine independiente, destacando dos películas conjuntas: "Little fugitive" de 1953; "Los amantes y Lollipops" de 1955. Fue una gran viajera en la primera parte de su carrera. En Italia obtuvo fotos memorables como la que le dio la mayor fama: "An American Girl" , de 1951. La chica de la foto pasea tranquila entre un grupo de hombres italia

Louise Dahl-Wolfe, primera mirada

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En el apartado "Mis fotógrafas" escribo hoy de Louise Dahl-Wolfe. Como suele ocurrirme, a veces surge una fotografía que me impresiona y entonces me pregunto quién la hizo. Así he llegado a conocer, de una manera autodidacta, a muchos fotógrafos y fotógrafas, tantos que nunca creí que la fuerza de la fotografía en el siglo XX fuera tanta. En este caso, las imágenes de Louise tienen un encanto especialísimo y por eso ahora indago sobre ella. Fue una revolucionaria de la fotografía de moda, a la que sacó de los estudios y llevó al aire libre, al modo aventura, recorriendo así países y lugares alejados de la comodidad tradicional. Louise había nacido en San Francisco, California, en 1895 y después de estudiar pintura y diseño se dedicó a la fotografía. En su carrera tuvo mucha importancia el apoyo de su marido, también artista, Meyer Wolfe, al que había conocido, precisamente, viajando por África tras la muerte de sus padres. Louisa estuvo veinte años , desde 1936 hasta 1