"La amiga estupenda" de Elena Ferrante
Siempre he deseado tener una amiga del alma. Y no lo he conseguido, al menos hasta ahora. No culpo a nadie. Salvo a mí, que debí haber mostrado más dedicación en ello, más empeño y perseverancia. Pero he preferido navegar sola que detenerme o ir más despacio. Me ocurre como a Elizabeth Bennet, en esa escena en la mansión de Lady Catherine De Bourgh cuando está tocando el piano acompañada del coronel Fitzwilliam y se acerca Darcy a escucharla. Ella afronta su mirada con valentía (ah, la valentía de Lizzy, cuanto la envidio) y no se arredra ante la actitud de él. Reconoce, sencillamente, que si no toca mejor es porque no ha practicado lo suficiente y no porque tenga menos cualidades que otras personas. Lo que ella no sabe entonces y nosotros, los lectores, intuimos, es que Darcy considera que ella toca de fábula, porque, enamorado como está sin remedio, actúa como todos los hombres enamorados, ensalzando a su amada hasta el límite. Tal y como eres, diría Darcy si fuera Mark y aparec