Toda la obra de Edna O´Brien (Tuamgraney, Irlanda, 1930) está impregnada de los paisajes de su infancia, del eco de su tierra, de sus padres, sus vecinos y amigos, su vida entera. Es una obra autobiográfica en el mayor, y mejor, sentido de la palabra. En sus libros vuelve a repetir a veces algunos acontecimientos que le han dejado huella, de forma que, sencillamente, sin alharacas, conocemos a la niña Edna, a la adolescente, a la joven y, sobre todo en su último libro Chica de campo , a la mujer y a la anciana. Hay un hecho que recoge nada menos que en tres de sus libros. Esa historia tierna de la muñeca vestida de satén que alguien le había regalado y que presidía un cuarto de su casa y que la maestra (con la que mantiene una relación de amor-odio, como con las monjas del convento) le pidió prestada para una función de fin de curso. La muñeca nunca fue devuelta y esa pérdida parece que tiene un significado simbólico para ella. Es, quizá, la pérdida de la inocencia, la pérdida
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