Las editoriales (siempre) tienen razón
Recibo un email de una editorial a la que mandé un texto hace meses. Entonces me dijeron que no lo enviara a nadie más, que ellos lo verían con detalle. Hace siete meses de eso. Ahora aparecen y dicen que no se ajusta a sus criterios aunque están seguros que se publicará en otro lado, porque eso les ocurre mucho. Desilusión. Desde los seis años (una niña siempre con una libreta en la mano) he escrito y guardado textos, escritos, diarios, poemas, historias, un par de novelas, cuentos, ensayos, en el ordenador, en cuadernos, y no los he enviado a ningún sitio. En parte por pereza de organizar el envío, en parte por desconfianza hacia su calidad, en parte por desconfianza hacia las editoriales. El panorama que le surge a un escritor (lo somos, aunque no lo creáis) cuando decide publicar es desolador. No hablo de los que optan por publicarse ellos los libros (conozco a gente que lo hace, sobre todo en el flamenco, y les va francamente bien); ni de los autopublicados en algunas plataforma