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A la ciudad le habían robado el mar

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(Charles Conder. Pintura) A la ciudad le habían robado el mar. No se podía distinguir a simple vista desde las avenidas, o las plazas, las calles o los blancos escalones de entrada a las viviendas. Tenías que subir a los altos campanarios, otear el horizonte desde las azoteas, sortear el verdín de las espadañas, distinguir el perfil de los miradores. Le habían robado el mar sin previo aviso y sus habitantes no tenían claro si eran una isla, un fortín, un despropósito, una ciudad armada hasta los dientes, un reclamo de algo que nadie pretendía, un paraíso imposible para los extranjeros, un reino inacabable mezclado con harina.  El patio del colegio tenía árboles rosas. El rosa del almendro se extendía por esa superficie inmaculada a los ojos de quienes ya nunca serían adolescentes. Los niños adoraban esos árboles. Nunca molestaban el crecimiento de sus pequeñas hojas y en ellos los pájaros construían nidos que nacían y morían eternamente.  La madre con la niña paseaba

Allí la dicha tenía razón de ser

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(Charles Conder. Pintura. Dunas)  Salíamos temprano. Éramos muchos. Chicos y chicas que buscaban la intimidad del mar para conocerse mejor. Las risas eran el telón de fondo y también las canciones de moda. Todos bailaban al andar, el baile era su forma de expresarse. Las dunas tenían un encanto diferente y eran su territorio. Acampaban allí como si fueran una tribu salvaje. Parecía que nunca iba a acabarse el día. Las horas de sol chorreaban ese disfrute de la adolescencia interminable.  En algunos momentos ellos y ellas se separaban. Las chicas se lavaban la cabeza en el mar y se enjuagaban los largos cabellos con cerveza. El tono dorado del líquido formaba una capa brillante que duraba varios días. Los hombros se tostaban y las piernas se exponían al sol para que las sandalias lucieran en la noche. El anticipo de la felicidad era ese aire radiante del mar mezclado con alcohol.  Las confidencias se sucedían y también los besos oportunos, las manos enlazadas, las cin

Recuerdas el color de las olas....

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( Charles Conder. Pintura)  Recuerdas el color de las olas. Se complacían en encontrarse unas y otras sin miedo, con total osadía. Tu padre arribaba a la playa muy temprano y dejaba allí esa preciada carga de las hijas, dos a lo más, casi siempre una, que contemplaban extasiadas el amanecer del mar. Ese mar tenía aire salado. Sin construcciones, sin casas ni bebidas, sin sombrillas, sin casetas de lonas rayadas, ni chiringuitos, ni escaleras, el mar solo, tan solo como esa figura que se sentaba a verlo cada día.  La arena se doraba con el paso del tiempo. Las horas transcurrían limpias de ideas y de mentiras. Todas ellas se escribían con alguna ilusión que nunca llegaría a convertirse en algo. Era la nada sentida y vivida así, frente al mar, azul eléctrico en ocasiones, las más en verde cristalino, grises dorados al caer el mediodía, estallante de luz y de calor incierto. Era el mar y ya tú presentías que un día ibas a echarlo de menos tanto como a su figura, de beige y bl