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Un rumor de crepúsculo mueve el aire

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  Los hombres de ciudad miran la naturaleza, no la observan, a través de una ventana. La ventana es pequeña y cabe en cualquier sitio: un rascacielos, una unifamiliar, un bloque lóbrego con la ropa tendida en el patio interior. Es una mirada plana y llena de adjetivos inexistentes. No hay naturaleza sin olor, sin sonido, sin el tacto áspero de la tierra que te raja las manos y dibuja pequeños tatuajes en el antebrazo. Pero los hombres de ciudad entienden que esta carencia es llevadera y que bastará hacer el camino de Santiago o unas vacaciones en el hotel rural para quedar ratificados por la madre tierra. Desconocen casi todo de ella y por eso no distinguen la magnitud de su ignorancia.  He conocido a unos cuántos y verdaderos hombres de campo. Son diferentes, incluso si los trasplantas a la ciudad por un accidente de cualquier biografía. Siguen teniendo una especie de querencia por la tierra, los árboles, las estaciones y los cambios de tiempo. Distinguen si lloverá o si la lluvia ser

La lluvia es un cuadro de Pissarro

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  Las primeras lluvias del otoño siempre me recuerdan a París. Imagino a Pissarro atisbando tras los cristales de su ventana (vivirá en una buhardilla bohemia) y mojando el pincel para producir el delicioso efecto del agua sobre el pavimento. Las figuras humanas parecen pequeños muñecos que se movieran en un tablero y los carruajes han perdido su forma. El agua diluye las formas y solo queda el aroma, la sensación de humedad, lo mojado, los árboles sin ojos y los tejados de pizarra al fondo. Algo nos dice que la pintura se hace en el tiempo indeciso de noviembre, cuando el sol y la lluvia entablan una lucha feroz cada año. Como en la historia esa del viento y el sol, del hombre del sombrero y de la capa. El sol y la lluvia llegan al armisticio cuando sale el arcoiris, esa extraña pretensión de la naturaleza que siempre tenía un sitio en el libro de geografía. En el cuadro de Pissarro hay un par de locales abiertos, cuyos toldos no han sido retirados y te dan ganas de refugiarte en ello

Cualquiera de los que fueron

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(La Avenida de la Ópera. Camille Pissarro) Mira el sereno bullicio que se vive en la ciudad. Ese tono dorado del asfalto. Ese tono dorado de los árboles y de los edificios. Mira la dulce quietud de los personajes. Parecen estar a punto de bailar un vals, el baile que inició los abrazos. Mira, al fondo, la imagen añorada de un edificio que todos admiran desde siempre. Mira la plenitud de la hora mediada del día. Mira el anhelo de pasear al aire libre. Míralo todo, obsérvalo, de igual forma que lo vio el pintor, que lo vieron sus ojos antes de trasladarlo al lienzo.  Ellos están ahí. Son algunos de esos personajes que se mueven sin vigilancia alguna. Son personas normales. No podrías reconocerlos a simple vista. Porque la felicidad tiene una imagen repetida que no llama la atención. Están ahí, se aman y son dichosos. Porque existe una forma de quererse que no hace daño. Porque existe una manera de encontrarse sin aristas. Porque todo existe si el corazón lo desea y lo expres