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Entre los olivos

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Campo, campo, campo y entre los olivos los cortijos blancos. (Antonio Machado) Si aprendes a hablar recitando poemas todos los poemas se convierten en tu vocabulario. Una palabra sigue a la otra y la otra está al acecho. Así el campo es una palabra tres veces dicha y los olivos están ahí, aunque no los veas. Estás entre los olivos, aunque no te vean.  Si naces junto al mar y no lo percibes salvo cuando sales de la ciudad y lo descubres rodeando las entradas, junto al puente de piedra, los fuertes napoleónicos, el istmo susurrante que continúa siendo el parapeto para todas las conquistas, entonces el campo es otra cosa, una entelequia, un sueño. Tú hueles a verdín y el campo huele a verde. Una vez me dijeron que allí el campo era de juguete, que no era un campo real, sino un decorado, que todo estaba rodeado de cercas y alambradas, que la naturaleza no podía moverse, prisionera de las labores y de las vendimias. Ese otro campo, el tuyo, tiene la gracia de ser verdad

El gabán gris o la Baeza de Machado

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  Baeza es la ciudad de los perros. Todos ladran a la caída de la tarde. Es posible oírlos desde cualquier calle, desde todas las plazas. El atardecer es en Baeza una hora triste, indecisa, ajena a esta ciudad llena de contrastes. Una ciudad de piedra que avanza por entre un mar de olivos; un océano verde y rumoroso que dibuja a las claras la noche y el día. Pero la tarde… ¡ay, la tarde ¡ Las esquinas se llenan de ladridos, en un guirigay que no cesa, en un caos asfixiante de sonidos que te asaltan de pronto y resultan inexplicables.  Cuando hace unos pocos años llegué a Baeza para asistir a unas conferencias en su Universidad de Verano ya percibí esos sonidos la primera tarde. Era un mes de Agosto caluroso y seco como suelen serlo en Andalucía. Yo andaba, al principio, despistado y somnoliento, poco habituado a aquel calor casi estepario, proviniendo, como es mi caso, de una ciudad pegada al mar. No conocía apenas a nadie y tampoco me encontraba con el mejor ánimo para entablar re

La historia de Paquita de Urquía

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  (Flappers. años 20. Autor anónimo) De vez en cuando indago en Internet sobre Baeza y sus cosas. Es una costumbre que me queda de los buenos ratos que he pasado allí, de la ley que le tengo a la ciudad y a su paisaje. En algún lugar privilegiado de la memoria está ese curso de poesía en el que conocí a tanta buena gente y del que aprendí muchas cosas, no todas académicas, claro está. En el calor asfixiante de aquellos días de agosto está el incendio que nos perseguía al subir a Beas de Segura. Las monjas de clausura cantaban las letrillas que compuso San Juan de la Cruz. Los almuerzos y las cenas nos reunían en el mismo angosto local a estudiantes y profesores, en torno siempre a la poesía, que era el tema del curso. En un cuchitril al lado del instituto donde enseñó Machado y donde se desarrollaba el curso, los cafés del descanso se convertían en un gozoso momento de intercambio: Luis García Montero estaba allí hablándonos de Alberti y por ahí está esa foto en el que mi amiga Patri y

Heterónimos

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Durante muchos años solo escribía poesía. Está por ahí, oculta. Ni siquiera sé si es algo o es nada. El año en que conocí a Pessoa, era verano y fue en Baeza. Un curso de poesía mística en el que estaban también San Juan de la Cruz y Santa Teresa. Ya no recuerdo si alguno más. Los santos eran conocidos, el portugués no, o apenas. Entraron en bandada todos los heterónimos y la clase se llenó de gente. Los profesores de la Universidad de Granada y de la de Lisboa se empeñaron en hacernos ver que no era un solo poeta ni un solo escritor, sino esa masa definida, esa maravillosa multitud que lo acompañaba.  Eran días intensos de trabajo y de sol. El calor oscuro de Baeza, ese espacio misterioso rodeado de un mar de olivos, se deja sentir desde por la mañana. Las piedras resuenan al toque de las sandalias y caminar por allí, al mediodía, es cruzar el fuego. Las mañanas se ocupaban en escuchar lecciones magistrales de gente convencida, que afirmaba con rotundidad opiniones certeras y

Andaluces: Antonio Machado y Romero de Torres

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CANTARES Todo pasa y todo queda pero lo nuestro es pasar pasar haciendo caminos caminos sobre la mar. Nunca perseguí la gloria ni dejar en la memoria de los hombres mi canción amo los mundos sutiles ingrávidos y gentiles como pompas de jabón. Me gusta verlos pintarse de sol y grana, volar hasta el cielo azul, temblar súbitamente y quebrarse.