Ir al contenido principal

"A propósito de nada" de Woody Allen. Autobiografía.


Me imagino muchos de los titulares que traerá de la mano la publicación, por fin, de este libro. Las opiniones enfrentadas, las respuestas osadas y las luchas entre partidarios y no partidarios. Todo paparruchas. Tonterías. Si tu intención al leerlo es enterarte de qué pasó con esa recurrente acusación de abuso sexual, es una intención loable, pero no suficiente.  Pero si lo que quieres es conocer al director al que has amado durante años, al hombre que ha hecho realidad eso de que el cine es la fábrica de las ilusiones, entonces adelante. Ya he dicho muchas veces que me gustan las biografías y las autobiografías. Por lo visto, esta ha estado a punto de no publicarse. Vetos e inconvenientes han salpicado todo el proceso. De forma paralela a la oposición de los estudios a financiar sus películas. Si no vuelve a proyectarse una película de Allen habré perdido algo. Si, además, el motivo es esa nube negra que lo persigue a modo de venganza, entonces habrá perdido algo la libertad y la independencia. 

Una vez compré la autobiografía de Groucho Marx. Es un libro que se llama algo así como "Groucho y yo". Lo compré en una librería de segunda mano. Fue una excentricidad. Tenía suficiente dinero como para comprarlo nuevo, en una librería de libros nuevos, pero me pareció mucho más romántico aquello y yo, en aquel tiempo, salía con un tipo que tenía manías de intelectual venido a más y daba mucha importancia a esos detalles especiales. Era de esos que tenían crisis los fines de semana y se quitaba de en medio de forma que te quedabas compuesta y sin pareja justo en los momentos en que estaban previstos los bailes, los cines y las copas. Logré darme cuenta de que era un absoluto inútil emocional sin tener que ir al psiquiatra, simplemente oyendo algunas atinadas observaciones de mis amigas de entonces, que, dicho sea de paso, no sé por dónde andan ahora. Tuvieron que acabar hartas de tanta confidencia.

Así que compré el libro ya bastante viejo y con la pasta estropeada, incluso con subrayados y comentarios interiores. Al tipo de marras le parecía el colmo de lo excelso, a mí me daba un poco de asco toquetear algo que otros habían ya toqueteado. A pesar de todo, me reí muchísimo con el libro y lo leí del tirón, sin levantarme de la silla ni para ir al baño, sin descanso, todo entero. Además, recuerdo muchos de sus pasajes en ocasiones, el plan de su madre y su tía, los escenarios con los chistes absurdos y la carta a los Warner por Casablanca. Está en alguna estantería de mi biblioteca, seguramente en la sección "libros de segunda mano", en la que se encuentra solitario y con todo el espacio para él, porque, tras dejar de lado al tipo de las ínfulas me pasé al lado de los exquisitos que no soportan que les manoseen los libros. 

He recordado a Groucho y su autobiografía al comenzar a leer esta de Woody Allen. Quizá porque Allen admira a Groucho y su facilidad para hacer reír. Casi todo el libro habla de hacer reír y el miedo a la muerte se conjura con hacer reír y los problemas terminan siendo convertidos en historias para hacer reír. Eso es una cualidad que envidio y que solo tienen algunos privilegiados. Aunque los europeos no lo veamos así, toda la carrera de Allen está basada en eso, en que nos riamos. Porque su visión de la vida es tan tétrica que solo puede compensarse si nos reímos. O algo parecido. La naturaleza ha compensado esa propensión paranoica a imaginarse cada día el fin del mundo con una visión cómica de la existencia. Estas cosas ocurren y la prueba es Allen, su filmografía y sus escritos.

En el libro hay tres partes que se distinguen con claridad aunque no haya capítulos como tales, ni parezca que la organización se ha definido de antemano. Da la impresión de que el autor escribió, escribió y escribió. Que un día dijo que tenía ya suficiente edad como para hablar y hacerlo con alguna autoridad y que quería que la gente conociera las cosas que hasta entonces había callado. Desde sus complejos, sus dudas, sus miedos, su pasado, sus amores y sus conflictos. Esto de ir hacia delante sin mirar atrás debe ser el sistema que sigue con sus películas. Él mismo cuenta que siempre tiene algo que escribir y que entre sus miedos no está el de la hoja en blanco ni el de perder la gracia a la hora de contar cosas. Es un don y quizá por eso él no le da demasiada importancia. Deberá pensar que, si la naturaleza ha decidido que sea un buen escritor cómico, el mérito no es suyo. Dada su estructura y su contenido, el libro tiene mucho de humor porque es la visión de su autor y un chorro de dolor que resulta inevitable, dadas las circunstancias. Ese chorro de dolor se intenta ocultar detrás de la risa, pero la risa no lo oculta. Así que decide que él tampoco lo ocultará. Seguro que no ha sido cuestión de elección sino de necesidad.

Una de las partes es su infancia, su adolescencia, sus padres, su hermana, su prima Rita, sus maestras, sus amigos de la calle, sus comienzos. Cómo llegar a convertirme en lo que soy, podríamos decir. Es la parte en la que te tiras al suelo de risa. Es lo más genial, lo más curioso, lo que trae frases y frases que podrían servir para una película de su admirado Bob Hope. Es una biografía hecha a retales descosidos y usados. Te ríes sin parar y lo ves todo con imágenes, porque escribe como si fuera el guión de una película. Quizá es el guión de una película. Ahí descubres cosas muy interesantes, algunas bastante extrañas y otras ya sabidas o intuidas. Entras de cabeza en la vida de Brooklyn, allá por los años treinta y cuarenta, cuando había rutilantes estrellas que hacían películas para aliviar la penuria. El cine como salvación, el espectáculo como guía, la risa como elemento conductor. Y la música, oh, la música. Y los musicales. Y también Irene Dunne. Nueva York es ese sitio en el que un niño que parece no servir para nada consigue ganarse unos cuarenta pavos a la semana escribiendo chistes...

Luego está lo referente a sus películas. Nada de disquisiciones técnicas que no le interesan. Si algún sesudo cinéfilo quiere oír hablar de travellings, de tomas únicas, de contrapicados y de todas esas zarandajas, dicho con ternura hacia los frikis, este no es su libro. Su forma de rodar, que no puede ser más simple, su forma de montar una película, la gente que trabaja con él, cómo surgieron las historias, qué hizo tal o cual actor o actriz. Esto sí.  Como las has visto (se supone que sí) vas a descubrir lo que había detrás de la pantalla, un entresijo, un hueco por el que asomarte. Y te llevarás alguna sorpresa, porque todo no es como parece aunque sí hay mucho de lo que imaginabas. ¿qué tal fue su relación con tal o cual actor o actriz que me encanta, te preguntas? Allen rueda de la A a la Z. Y luego vuelve a la A para montar la película, y termina en la Z. Lo que no significa que no tenga claro lo que quiere. Porque, eso sí, nadie se entromete en su tarea, nadie le dice lo que tiene que hacer. Él tampoco atosiga a los actores, los deja fluir, por eso es tan importante el casting, ¿verdad Juliet Taylor?. Y los directores de fotografía o los productores fetiche: Joffe y Rollins, sus humanísticos mecenas.

No puede faltar el relato pormenorizado de las acusaciones de abuso que llevan pesando sobre él desde hace años y que vuelven cíclicamente hasta convertirse en la actual losa que le impide trabajar. En este punto Allen detalla todo lo que aparece en los dos informes que se hicieron al respecto. Habla del juez y del policía que investigó, desmenuza el caso, recoge testimonios. Lo hace porque, para él, esto no es pasado y esto no es justo. Aquí habrá quien piense que se excede en las explicaciones, pero ¿quién no lo haría? ¿quién no lo haría si las voces que podían levantarse a su favor se han callado? Ese bobo de Chalamet abominando de su trabajo en "Un día de lluvia en Nueva York" después de que el director le diera un papel de lujo y lo convirtiera en un genio del póker es la prueba mayor de desagradecimiento, algo que a un misántropo no sorprendería, aunque siempre he pensado que hasta los misántropos tienen su corazón.

Sin embargo, si conviertes este libro en una respuesta al linchamiento mediático, a la presión social o a la actitud de algunos de sus colegas, te quedarás en la superficie, y, siendo esta superficie muy consistente, te perderás lo mejor, lo más sustancioso. Tenía que escribir de "eso" pero es lo otro lo que te mantiene en vilo y lo que te hace reír. El mayor mérito. La alusión a Zola no es baladí. Siente que los Dreyfus de nuestro tiempo son ahora víctimas de otras persecuciones. Habría que reflexionar sobre esto. Porque la corriente no debería arrastrarnos. Nadie debería escurrirse hacia el barro si no lo merece.

Si tuviera que escoger algo del libro que me lleve a la memoria de las cosas que guardas para siempre eso sería su afición por la música, sus músicos favoritos, su forma de entender el cine clásico, su declarado amor por el cine europeo (él, que es tan europeo aunque no lo sepa), su admiración por algunos talentos (entre ellos Federer y Nadal) y sobre todo, el amor por determinadas cosas que nos pueden resultar incluso absurdas a los de otro meridiano. Cielos nubosos, lluvia, personas amables, casas discretas, libros emotivos, imágenes subyugantes, mujeres hermosas...

No desvelaré más secretos, salvo en la feliz coincidencia que tenemos él y yo acerca de "Un tranvía llamado deseo", acerca de Tennessee Williams. Hay más coincidencias pero esa es fundamental. Si no has entendido lo que significa el aire del sur a lo Tennessee entonces no podrás nunca conocer el secreto de la vida tal y como la entiende Allen. Y no te explicarás toda esa paranoia que le atribuyes y que le viene de su madre, alguien que "había convertido su don para quejarse en un arte".

Si tienes ochenta y cuatro años y has hecho muchas películas, escrito muchos guiones y vivido muchas experiencias, parece lógico que escribas tu autobiografía. Puedes hacerlo de muchas formas y usar muchos lenguajes diferentes. Aunque en eso quizá no haya elección. Eres como eres, viene a decir Woody Allen. Y añade, hay que trabajar mucho. La suma de talento natural y de esfuerzo viene a ser la fórmula casi mágica que esgrime.

De ese modo resulta fácil entender la transición entre un chaval poco aficionado a leer (salvo cómics), nada amante de la escuela (y menos aún de las maestras), en absoluto creyente a pesar de tener una cumplidora madre judía, buen deportista (aunque su envergadura física de ahora nos lo desmienta), aficionado a las apuestas de caballos, a jugar (muy bien) al póker, a deambular por calles desconocidas y a intentar ligar desesperadamente con las chicas más guapas, cultas y sexys de su entorno...hasta llegar a escribir chistes para columnas de prensa, chistes para chistosos en monólogos, guiones para cine y, por fin, a dirigir, interpretar y crear historias que mucha gente admira y disfruta. En ese camino hay mucho que contar y que explicar. Aunque nada como una buena sesión de jazz clásico en el Carlyle Hotel de Manhattan.

A propósito de nada. Woody Allen. Editado en España por Alianza Editorial, mayo de 2020. Traducción de Eduardo Hojman. Colección Libros Singulares. 

Comentarios

Entradas populares de este blog

"Baumgartner" de Paul Auster

  Ha salido un nuevo libro de Paul Auster. Algunos lectores parece que han cerrado ya su relación con él y así lo comentaban. Han leído cuatro o cinco de sus libros y luego les ha parecido que todo era repetitivo y poco interesante. Muchos autores tienen ese mismo problema. O son demasiado prolíficos o las ideas se les quedan cortas. Es muy difícil mantener una larga trayectoria a base de obras maestras. En algunos casos se pierde la cabeza completamente a la hora de darse cuenta de que no todo vale.  Pero "Baumgartner" tiene un comienzo apasionante. Tan sencillo como lo es la vida cotidiana y tan potente como sucede cuando una persona es consciente de que las cosas que antes hacía ahora le cuestan un enorme trabajo y ha de empezar a depender de otros. La vejez es una mala opción pero no la peor, parece decirnos Auster. Si llegas a viejo, verás cómo las estrellas se oscurecen, pero si no llegas, entonces te perderás tantas cosas que desearás envejecer.  La verdadera pérdida d

“El dilema de Neo“ de David Cerdá

  Mi padre nos enseñó la importancia de cumplir los compromisos adquiridos y mi madre a echar siempre una mirada irónica, humorística, a las circunstancias de la vida. Eran muy distintos. Sin embargo, supieron crear intuitivamente un universo cohesionado a la hora de educar a sus muchísimos hijos. Si alguno de nosotros no maneja bien esas enseñanzas no es culpa de ellos sino de la imperfección natural de los seres humanos. En ese universo había palabras fetiche. Una era la libertad, otra la bondad, otra la responsabilidad, otra la compasión, otra el honor. Lo he recordado leyendo El dilema de Neo.  A mí me gusta el arranque de este libro. Digamos, su leit motiv. Su preocupación porque seamos personas libres con todo lo que esa libertad conlleva. Buen juicio, una dosis de esperanza nada desdeñable, capacidad para construir nuestras vidas y una sana comunicación con el prójimo. Creo que la palabra “prójimo“ está antigua, devaluada, no se lleva. Pero es lo exacto, me parece. Y es importan

Ripley

  La excepcional Patricia Highsmith firmó dos novelas míticas para la historia del cine, El talento de Mr. Ripley y El juego de Ripley. No podía imaginar, o sí porque era persona intuitiva, que darían tanto juego en la pantalla. Porque creó un personaje de diez y una trama que sustenta cualquier estructura. De modo que, prestos a ello, los directores de cine le han sacado provecho. Hasta cuatro versiones hay para el cine y una serie, que es de la que hablo aquí, para poner delante de nuestros ojos a un personaje poliédrico, ambiguo, extraño y, a la vez, extraordinariamente atractivo. Tom Ripley .  Andrew Scott es el último Ripley y no tiene nada que envidiarle a los anteriores, muy al contrario, está por encima de todos ellos. Ninguno  ha sabido darle ese tono entre desvalido y canalla que tiene aquí, en la serie de Netflix . Ya sé que decir serie de Netflix tiene anatema para muchos, pero hay que sacudirse los esquemas y dejarse de tonterías. Esta serie hay que verla porque, de lo c

Un aire del pasado

  (Foto: Manuel Amaya. San Fernando. Cádiz) Éramos un ejército sin pretensiones de batalla. Ese verano, el último de un tiempo que nos había hechizado, tuvimos que explorar todas las tempestades, cruzar todas las puertas, airear las ventanas. Mirábamos al futuro y cada uno guardaba dentro de sí el nombre de su esperanza. Teníamos la ambición de vivir, que no era poco. Y algunos, pensábamos cruzar la frontera del mar, dejar atrás los esteros y las noches en la Plaza del Rey, pasear por otros entornos y levantarnos sin dar explicaciones. Fuimos un grupo durante aquellos meses y convertimos en fotografía nuestros paisajes. Los vestidos, el pelo largo y liso, la blusa, con adornos amarillos, el azul, todo azul, de aquel nuestro horizonte. Teníamos la esperanza y no pensamos nunca que fuera a perderse en cualquier recodo de aquel porvenir. Esa es la sonrisa del adiós y la mirada de quien sabe que ya nunca nada se escribirá con las mismas palabras.  Aquel verano fue el último antes de separa

Rocío

  Tiene la belleza veneciana de las mujeres de Eugene de Blaas y el aire cosmopolita de una chica de barrio. Cuando recorríamos las aulas de la universidad había siempre una chispa a punto de saltar que nos obligaba a reír y, a veces, también a llorar. Penas y alegrías suelen darse la mano en la juventud y las dos conocíamos su eco, su sabor, su sonido. Visitábamos las galerías de arte cuando había inauguración y canapés y conocíamos a los pintores por su estilo, como expertas en libros del laboratorio y como visitantes asiduas de una Roma desconocida. En esos años, todos los días parecían primavera y ella jugaba con el viento como una odalisca, como si no hubiera nada más que los juegos del amor que a las dos nos estaban cercando. La historia tenía significados que nadie más que nosotras conocía y también la poesía y la música. El flamenco era su santo y seña y fue el punto culminante de nuestro encuentro. Ella lo traía de familia y yo de vocación. Y ese aire no nos abandona desde ent

“Anna Karénina“ de Lev N. Tolstói

Leí esta novela hace muchos años y no he vuelto a releerla completa. Solo fragmentos de vez en cuando, pasajes que me despiertan interés. Sin embargo, no he olvidado sus personajes, su trama, sus momentos cumbre, su trasfondo, su contexto, su sentido. Su espíritu. Es una obra que deja poso. Es una novela que no pasa nunca desapercibida y tiene como protagonista a una mujer poderosa y, a la vez, tan débil y desgraciada que te despierta sentimientos encontrados. Como le sucede a las otras dos grandes novelas del novecientos, Ana Ozores de La Regenta y Emma Bovary de Madame Bovary, no se trata de personas a las que haya que imitar ni admirar, porque más que otra cosa tienen grandes defectos, porque sus conductas no son nada ejemplares y porque parecen haber sido trazadas por sus mejores enemigos. Eso puede llamarse realismo. Con cierta dosis de exageración a pesar de que no se incida en este punto cuando se habla de ellos. Los hombres que las escribieron, Tolstói, Clarín y Flaubert, no da

Días de olor a nardos

  La memoria se compone de tantas cosas sensibles, de tantos estímulos sensoriales, que la mía de la Semana Santa siempre huele a nardos y a la colonia de mi padre; siempre sabe a los pestiños de mi invisible abuelo Luis y siempre tiene el compás de los pasos de mi madre afanándose en la cocina con sus zapatos bajos, nunca con tacones. En el armario de la infancia están apilados los recuerdos de esos tiempos en los que el Domingo de Ramos abría la puerta de las vacaciones. Cada uno de los hermanos guardamos un recuerdo diferente de aquellos días, de esos tiempos ya pasados. Cada uno de nosotros vivía diferente ese espacio vital y ese recorrido único desde la casa a la calle Real o a la explanada de la Pastora o a la plaza de la Iglesia, o a la puerta de San Francisco o al Cristo para ver la Cruz que subía y que bajaba. Las calles de la Isla aparecen preciosas en mi recuerdo, aparecen majestuosas, enormes, sabias, llenas de cierros blancos y de balcones con telas moradas y de azoteas co