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Una vez tuve un sueño


En el boulevard Víctor Hugo, el más esplendoroso de Nimes, está la iglesia romano-bizantina de Saint-Paul y, muy cerca, en el mismo lateral, el Lycée Alphonse Daudet, con su enorme torre y sus edificios en torno a un patio porticado en el que los estudiantes suelen sentarse al sol. El sol del midi es fascinante. Sobre todo en otoño y en primavera, cuando no cae a fuego, sino compasivamente, llenando de calidez las calles y los cafés, todos ellos entoldados al mediodía. En el Daudet se estudia en varios idiomas. Inglés, español, alemán, portugués y ruso, siguiendo una tradición que data de mucho tiempo atrás. 

Si paseas por la ciudad tienes que llegar a ver el anfiteatro de Les Arénes y la Maison Carrée, el templo levantado por Augusto, el mejor conservado de todos los romanos. En Les Jardins de la Fontaine, del siglo XVIII, está integrada la Tour Magne y toda la ciudad destella restos clásicos a través de la muralla romana que aún puede observarse en algunos tramos. En las afueras, el Pont du Gard atestigua que estamos en este departamento y que Nimes es su capital. 

Un haz de pueblos y ciudades cercanos te dará ocasión de disfrutar de paseos y excursiones inolvidables. Podrás acudir a la populosa Marseille, a la elegante Montpellier, a la histórica Avignon, a la artística Arles o a la ducal Uzès. Esta última es mi favorita, desde aquellos días lejanos en los que conocí sus plazas y sus calles de una forma tan tierna, delicada y salpicada de amor correspondido. 

Puedes sentarte a degustar una copa de Perrier con unas aceitunas Picholine en Le Bistrot Nîmois de la rue de la Curaterie o en Au Flan Coco de la rue du Gran Convent. Y siempre hallarás un rincón nuevo, una esquina diferente, una especie floral que te sorprenda. Porque las flores son el gran secreto de Nimes y de toda la Provenza. Las flores son su mayor lujo, su oropel, la forma en que mejor se muestra al visitante y al nativo. Flores de todos los colores y olores. Flores llenando las mesas de los restaurantes, las casas o los cafés. Flores en parterres por las calles. Flores en las ventanas. Flores en búcaros, jarrones, vasos o humildes macetas. Las flores de Provenza son el gran milagro que el sol del midi hace florecer día a día. 

Una vez tuve un sueño. Tú y yo caminábamos por entre estas calles y teníamos una mirada cómplice que solamente puede existir cuando el amor florece. Tus manos me abrazaban. A veces, en un lugar cualquiera, debajo de la sombrilla de un café, en la esquina de una calle inopinada, bajo un farol, nos besábamos sin esperar que el tiempo se parara. Y, en las noches, el aire fresco nos alentaba después del amor y antes del amor siempre. Tú y yo, en ese sueño, sin nada más que nosotros mismos y ese renacer de la vida, después de todo. 

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