Ir al contenido principal

Austen viste con muselinas



(Francisco de Goya y Lucientes. La Tirana. Academia de San Fernando. Madrid, 1788/89)

Si lees con atención "La abadía de Northanger" de Jane Austen, recordarás la charla que mantiene el señor Tilney con la señora Allen en uno de los salones de baile de Bath al poco de conocerse. La charla es sobre vestidos y, cómo no, sobre muselinas. La muselina es la reina del vestido en el siglo XVIII europeo y por eso aparece una y otra vez en los libros de Austen, en los retratos de los artistas pictóricos y en todas las recreaciones bien hechas de esa época. Para llegar al estilismo que lucen Elizabeth Bennet, o Elinor Dashwood o Emma Woodhouse, la moda había recorrido un camino interesante. Y ese recorrido tiene tanto que ver con la propia evolución del gusto femenino como con los acontecimientos políticos y sociales, también económicos. La moda no es algo ajeno a la vida, sino todo lo contrario, una muestra evidente de qué somos y cómo vivimos. Por eso resulta tan atractivo desentrañar algunos de sus secretos. 

Puede parecer raro que se usara la muselina en vestidos. Ahora la vemos en trajecitos de niños pequeños o bebés y también en camisones. Es una tela muy delicada, que se rasga con facilidad y que se transparenta. Por esto último las mujeres del siglo XVIII y el primer tercio del XIX la disponían en varias capas. El corte de esos vestidos era sencillo, nada de falda y cuerpo sino simplemente una especie de saco que se ajustaba en el talle con una banda y al cuello con un pasacintas, que también se colocaba en las mangas. Estas eran de farol, con poco abullonado y muy cortas. La muselina venía de la India. Era, en realidad, un algodón muy fino. Los ingleses vieron ahí la oportunidad de impulsar su cultivo en las colonias y lo hicieron a gran escala, favoreciendo así su industria textil, que estaba en total ebullición a partir de mediados del siglo XVIII con la primera revolución industrial. Por lo tanto, historia, economía y moda están muy relacionados. 


(Famoso cuadro que representa a la reina María Antonieta con su vestido-camisa)

El vestido-camisa, basado en los que usaban las señoras en las Antillas francesas, fue un invento de María Antonieta, justo antes de la Revolución Francesas. Las ideas ilustradas de vuelta a la naturaleza tuvieron su parte en esta moda, que fue un auténtico escándalo, porque suponía cambiar totalmente la concepción del vestido femenino, despojándolo de pesadas telas y de adornos para llevarlo a un estado de sencillez casi provocativo. Si se une a la idea del vestido-camisa la influencia de las estatuas clásicas por aquello del Neoclásico, con sus talles bajo el pecho, la banda ancha de adorno y las telas vaporosas, ya tenemos la moda Austen en todo su esplendor. 

Como decían los escritos de la época se trataba de la primera vez en que el cuerpo femenino quedaba libre. Libre de ballenas, verdugados, guardainfantes o tontillos, toda esa retahíla de artilugios que se venían usando para aprisionarlo. En este caso, la vestimenta era mucho más simple. Debajo del vestido de muselina solo se llevaba una camisa pegada al cuerpo y unas enaguas. El corsé solo era una simple banda de tela que sujetaba el pecho para subirlo y dejarlo ver con los enormes escotes. La muselina se adaptaba perfectamente a esta nueva estética y los vestidos se cortaban en cuatro paños, dejando estirada la parte delantera y recogiendo el vuelo en los costados y en el centro de la espalda con unos tablones. Eran vestidos ligeros, vivos, alegres, originales. Por supuesto, desapareció el zapato de tacón y se comenzaron a llevar planos desde 1800. A veces se ataban con cintas, como las sandalias clásicas. Y, dado que no había forma de camuflar bolsillos ni limosneras en un vestido tan minimalista, se llevaban pequeños bolsos, originarios de Francia, atados con una cadenita colgada del hombro. Son los llamados "ridículos". 


(La emperatriz Josefina se representa aquí en compañía de sus hijos, vestida a la moda Imperio)

El vestido Imperio, cuya máxima representación es Josefina Bonaparte, mantenía el talle alto, la forma del vestido y las telas vaporosas, pero le añadía adornos, remates, pliegues traseros, una cola y se cubría con finas túnicas de seda o terciopelo para darle más riqueza. Sin embargo, en Inglaterra, esto tuvo poco recorrido y hasta los últimos años de la década de los veinte del siglo XIX se mantuvo la muselina recta y los vestidos tal y como antes he descrito. 

Otra novedad de la época que puede verse en las películas sobre Jane Austen que están bien ambientadas (por supuesto no en la versión de "Orgullo y Prejuicio" de 2006 dirigida por Joe Wright, donde Keira Knightley y sus hermanas aparecen peinadas a la moda del siglo XX, sin tener en cuenta el estilo de peinado de la época que intentan, sin conseguirlo, representar) son los peinados. Los peinados Austen, como los de la época, se hacían con moños altos, rizos en la frente, cabeza descubierta y, si acaso, adornadas en los momentos más elegantes, con una joya o una flor. Nunca se llevaba el cabello suelto ni los flequillos al aire. También hay sombreritos y gorritos pequeños, mientras que las damas más sofisticadas llevan turbante, a modo de reclamo exótico. Esto último se observa con detalle en la versión (esta sí, absolutamente fiel) de "Orgullo y prejuicio" que hizo la BBC en 1995, donde las hermanas de Bingley, Caroline y la señora Hurts, aparecen así tocadas en los bailes de Netherfield. 

En España la muselina estuvo prohibida durante la mayor parte del siglo XVIII hasta el año 1788. Continuamente se emitían pragmáticas para que no se comprara ni se usara pero, por lo visto, la gente apenas le hacía caso. Se sabe que fue Jovellanos, ya miembro de la RAE, de la Academia de la Historia y de la de San Fernando el que abogó porque se permitiera, aludiendo a la facilidad de uso y de costura que tenía la tela. Esta prohibición no impidió que las damas más conspicuas, las artistas y la gente normal, usara la tela y llevaran esta moda. El retrato que hace Goya a La Tirana en 1788, el año en que se levanta la prohibición, la muestra con un vestido de estas características, adornado con un chal de Cachemira, que también era la última moda. El vestido está cortado en una sola pieza y se ajusta perfectamente al cuerpo, uno de los motivos de escándalo. 


(Georgiana Cavendish, duquesa de Devonshire, por Thomas Gainsborough, en 1783)

En "La abadía de Northanger", el señor Tilney, joven agraciado, de veinticinco años, ministro de la iglesia anglicana, miembro de una "distinguidísima familia" y, al parecer, muy entendido en todo lo que se refiere al mundo femenino, comenta con la señora Allen y con Catherine Morland (a la que ha conocido gracias a los oficios del maestro de ceremonias en un baile en Bath), que las muselinas se deshilachan con gran facilidad. No era muy usual que los jóvenes entendieran de moda y como la señora Allen es una gran amante de "los trapos", la conversación estaba servida. "Como bien sabrá, señora, las muselinas tienen mil aplicaciones y son susceptibles de innumerables cambios. Seguramente miss Morland, llegado el momento, aprovechará su traje haciéndose con él una pañoleta o una cofia. La muselina no tiene desperdicio; así se lo he oído decir a mi hermana muchas veces cuando se ha excedido en el coste de un traje o ha echado a perder algún trozo al cortarlo" Estas afirmaciones convierten al señor Tilney en un joven cuya amistad merece la pena cultivar. 

La muselina solo tenía, no obstante, un inconveniente. Y no era menor. La enfermedad de la muselina, que se trataba en realidad de fuertes bronquitis o pulmonías, ya que no solo las telas eran delgadas y poco abrigadas para los inviernos europeos, sino que las mujeres frecuentemente las mojaban para que se les adhirieran mejor al cuerpo y les marcaran las líneas y curvas. Colocarse encima una pañoleta o un chal no era un abrigo demasiado conveniente. Tampoco abrigaban demasiado los spencers, chaquetillas de manga larga que se colocaban sobre el vestido-camisa, que deben su nombre al noble George Spencer. Pero la moda mandaba y eso producía que las jóvenes enfermaran con las corrientes de aire o el cambio de temperatura de salir del salón de baile al exterior. Una curiosidad más que nos indica que, cuánto más medios económicos tenía una familia, más capas de muselina tenían los vestidos que  usaban las mujeres.  

Entradas populares de este blog

39 páginas

  Algunas críticas sobre el libro de Annie Ernaux "El hombre joven" se referían a que solo tiene 39 páginas. ¿Cómo es posible que una escritora como ella no haya sido capaz de escribir más de este asunto? se preguntaban esos lectores, o lectoras, no lo sé. Lo que el libro cuenta, en ese tono que fluctúa entre lo autobiográfico y lo imaginado, aunque con pinta de ser más fidedigno que el BOE, es la aventura que vivió la propia Annie con un hombre treinta años más joven que ella, cuando ya era una escritora famosa y él un estudiante enamorado de su escritura. Los escépticos pueden decir al respecto que si no hubiera sido tan famosa y tan escritora no habría tenido nada de nada con el susodicho joven, que, además, podía ser incluso guapo y atractivo, aunque ser joven era aquí el mayor plus, lo máximo. Una mujer mayor no puede aspirar, parece decirnos la historia, a que un joven se interese de algún modo por ella si no tiene algún añadido de interés, una trayectoria, un nombre, u

La primera vez que fui feliz

  Hay fotos que te recuerdan un tiempo feliz, que abren la puerta de la nostalgia y de la dicha, que se expanden como si fueran suaves telas que abrazaran tu cuerpo. Esta es una de ellas. Podría detallar exactamente el momento en que la tomé, la compañía, la hora de la tarde, la ciudad, el sitio. Lo podría situar todo en el universo y no me equivocaría. De ese viaje recuerdo también la almohada del hotel. Nunca duermo bien fuera de mi casa y echo de menos mi almohada como si se tratara de una persona. Pero en esta ocasión, sin elegir siquiera, la almohada era perfecta, era suave, era grande, tenía el punto exacto de blandura y de firmeza. Y me hizo dormir. Por primera vez en muchas noches dormí toda la noche sin pesadillas ni sobresaltos. La almohada ayudó y ayudó el aire de serenidad que lo impregnaba todo. Ayudaron las risas, el buen rollo, la ciudad, el aire, la compañía, el momento. No hay olvido. No hay olvido para todo esto, que se coloca bien ensamblado en ese lugar del cerebro

"Baumgartner" de Paul Auster

  Ha salido un nuevo libro de Paul Auster. Algunos lectores parece que han cerrado ya su relación con él y así lo comentaban. Han leído cuatro o cinco de sus libros y luego les ha parecido que todo era repetitivo y poco interesante. Muchos autores tienen ese mismo problema. O son demasiado prolíficos o las ideas se les quedan cortas. Es muy difícil mantener una larga trayectoria a base de obras maestras. En algunos casos se pierde la cabeza completamente a la hora de darse cuenta de que no todo vale.  Pero "Baumgartner" tiene un comienzo apasionante. Tan sencillo como lo es la vida cotidiana y tan potente como sucede cuando una persona es consciente de que las cosas que antes hacía ahora le cuestan un enorme trabajo y ha de empezar a depender de otros. La vejez es una mala opción pero no la peor, parece decirnos Auster. Si llegas a viejo, verás cómo las estrellas se oscurecen, pero si no llegas, entonces te perderás tantas cosas que desearás envejecer.  La verdadera pérdida d

Siete libros para cruzar la primavera

  He aquí una muestra de siete libros, siete, que pueden convertir cualquier primavera en un paraíso de letra impresa. Siete editoriales independientes de las que a mí me gustan, buenos traductores, editores con un ojo estupendo.  Aquí están Siruela, Impedimenta, Libros del Asteroide, Hermida, Hoja de Lata, Errata Naturae, Periférica. Siete editoriales en las que he encontrado muchos libros bonitos, muchas buenas lecturas. En Errata Naturae los de Edna O'Brien con su traductora Regina López Muñoz, que está también por aquí. De Impedimenta mi querida Stella Gibbons y mi querida Penelope Fitzgerald entre otras escritoras que eran desconocidas para mí. Ah, y Edith Wharton, eterna. Los Asteroides traen a Seicho Matsumoto y eso ya me hace estar en deuda con ellos. Y los clásicos en Hermida. Y Josephine Tey completa en Hoja de Lata. Y Walter Benjamin en Periférica. Siruela es la editorial de las grandes sorpresas. 

Curso de verano

  /Campus de Northwestern University/ Hay días que amanecen con el destino de hacer historia en ti. No los olvidarás por mucho tiempo que transcurra y esbozarás una sonrisa al recordarlos: son esos días que marcan el reloj con un emoticono de felicidad, con una aureola de sorpresa. He vivido mil historias en los cursos de verano. Durante algunos años era una cita obligada con los libros, la historia o el arte, y, desde luego, de todos ellos surgía algo que contar, gente de la que hablar y escenas que recordar. El ambiente parece que crea una especialísima forma de relación entre los profesores y los estudiantes, de manera que no hay quien se resista al sortilegio de una noche de verano leyendo a Shakespeare en una cama desconocida. Aquel era un curso de verano largo, con un tema que a unos apasionaba y a otros aburría, en una suerte de dualidad inconexa. Sin embargo, el plantel de profesores no estaba mal. Había alguna moderna con ínfulas, que este es un género repetido, y también uno

Slim Aarons: la vida no es siempre una piscina

  El modelo de la vida feliz en los cincuenta y sesenta del siglo pasado bien podría ser una lujosa mansión con una maravillosa piscina de agua azul. En sus orillas, hombres y mujeres vestidos elegantemente, con colores alegres y facciones hermosas, charlan, ríen y toman una copa con aire sugestivo. Esto, después del horror de las dos guerras mundiales, bien valía la pena de ser fotografiado. Así lo hizo el fotógrafo Slim Aarons (1916-2006) un testigo directo y también un protagonista entusiasta, del modo de vida de las décadas centrales del siglo XX, en el que había una acuciante necesidad de pasar página, algo que ni la guerra fría consiguió enturbiar. Como si estuviera permanentemente rodando una película y un carismático Cary Grant fuera a aparecer para ennoblecer el ambiente.  Slim nació en una familia judía de Nueva York y tuvo una infancia desastrosa. No había felicidad sino desgracias y eso se le quedó muy grabado. Luego estuvo en la segunda guerra mundial y allí cubrió momento

Días de olor a nardos

  La memoria se compone de tantas cosas sensibles, de tantos estímulos sensoriales, que la mía de la Semana Santa siempre huele a nardos y a la colonia de mi padre; siempre sabe a los pestiños de mi invisible abuelo Luis y siempre tiene el compás de los pasos de mi madre afanándose en la cocina con sus zapatos bajos, nunca con tacones. En el armario de la infancia están apilados los recuerdos de esos tiempos en los que el Domingo de Ramos abría la puerta de las vacaciones. Cada uno de los hermanos guardamos un recuerdo diferente de aquellos días, de esos tiempos ya pasados. Cada uno de nosotros vivía diferente ese espacio vital y ese recorrido único desde la casa a la calle Real o a la explanada de la Pastora o a la plaza de la Iglesia, o a la puerta de San Francisco o al Cristo para ver la Cruz que subía y que bajaba. Las calles de la Isla aparecen preciosas en mi recuerdo, aparecen majestuosas, enormes, sabias, llenas de cierros blancos y de balcones con telas moradas y de azoteas co