Ir al contenido principal

“Para Helga” de Bergsveinn Birgisson


El granjero islandés Bjarni lleva toda la vida enamorado de Helga, su vecina y también granjera. Cuando eran jóvenes tuvieron una tórrida aventura que no llegó a nada. Los dos estaban casados. Ese recuerdo, absolutamente vívido, como si hubiera tenido lugar una hora antes, lo lleva dentro a pesar del paso del tiempo, ineludible. El libro es la larga carta que Bjarni escribe a Helga para contarle sus sentimientos. Y, de paso, lo que ha vivido y cómo ese amor de juventud le ha condicionado su existencia. Quedaba mucho por decir, demasiado, parece explicarnos con su carta, y hay que decirlo antes de que sea demasiado tarde. Como suele ocurrir, el amor solo parece encontrar consuelo en la verbalización. Quiero, al menos, que lo sepas. 

El granjero, ambos, viven en Islandia y por eso la carta, o lo que es lo mismo, el libro, se transforma en una postal de la vida islandesa, que nos resulta tan lejana a nosotros y que imaginamos llena de tópicos de frío y de aire glacial. Lo rural, lo recóndito, las costumbres, el campo, el paisaje, la cultura islandesa, asoman en los renglones y nos  hace observarlo todo con una mirada diferente, pues el amor transforma los elementos y es un buen pasaporte para hacerlos llegar a los demás. La carta, sin embargo, es una respuesta a otra carta anterior. La que le escribió Helga en los días felices para pedirle que dejara a su esposa y que se fuera con ella a iniciar su propio camino juntos. Entonces el granjero no contestó y es ahora, cuando todo parece imposible, el momento elegido para explicarse y explicarnos. En demasiadas ocasiones suceden cosas parecidas.

Que Helga esté segura de lo que quiere hacer y Bjarni no lo tenga claro, es algo recurrente en la historia de la humanidad. Parece que las mujeres quieren atrapar el amor sin reservas, parece que toda su vida está orientada a conseguir la clase de felicidad que dan las pasiones. Recuerdo aquí a Constance Chatterley o a las hermanas Brangwen, las tres descritas por D. H. Lawrence. La negativa del granjero, sin embargo, tiene un motivo nada prosaico, más bien existencial. Le resultaría imposible marcharse del lugar en el que vive para adentrarse en los oscuros silencios de una ciudad. Su modo de vida es lo que desea y lo que ha buscado y el libro aquí se lanza a una disquisición filosófica entre el campo y la ciudad, entre la naturaleza y lo procesado. No es, por tanto, solo de pasión amorosa de lo que hablamos, sino de un verdadero dilema moral, que sube el tono del libro más allá de los simples encuentros fogosos de la pareja. 

Esa fatalidad que persigue algunos amores creó aquí las peores circunstancias para que su unión perdurara. La fatalidad estuvo en eso, precisamente, en oponer no solo la unión de dos seres sino también dos formas distintas de entender la existencia entera. Y, aunque Bjarni no contestó a la carta y, por tanto, dejó escapar su mejor alegría, ahora siente que debe hablar, porque es "un anciano sin nada que perder". Su esposa ha muerto y el silencio ya no tiene sentido. El extraño pudor que pudo acompañar su reacción de entonces es ahora una nada sin compromiso. La carta cuenta lo que sintió y aún siente por Helga. Pura pasión sin fecha de caducidad. Y esa es la vigorosa y estimulante razón del libro. Lo que el tiempo no apaga. 

Helga. Bergveinn Birgisson. Editorial Lumen, enero 2019. Traducción de Fabio Teixido. 

Para conocer mejor al autor, he aquí el enlace de una entrevista suya en El Cultural. Él mismo relata que nació en la ciudad pero que conoce el mundo de la granjas islandesas a través de sus abuelos. Esa diáspora que intenta detener el protagonista es, en suma, algo que muchas familias de esas latitudes conocen. 

Comentarios

Entradas populares de este blog

"Baumgartner" de Paul Auster

  Ha salido un nuevo libro de Paul Auster. Algunos lectores parece que han cerrado ya su relación con él y así lo comentaban. Han leído cuatro o cinco de sus libros y luego les ha parecido que todo era repetitivo y poco interesante. Muchos autores tienen ese mismo problema. O son demasiado prolíficos o las ideas se les quedan cortas. Es muy difícil mantener una larga trayectoria a base de obras maestras. En algunos casos se pierde la cabeza completamente a la hora de darse cuenta de que no todo vale.  Pero "Baumgartner" tiene un comienzo apasionante. Tan sencillo como lo es la vida cotidiana y tan potente como sucede cuando una persona es consciente de que las cosas que antes hacía ahora le cuestan un enorme trabajo y ha de empezar a depender de otros. La vejez es una mala opción pero no la peor, parece decirnos Auster. Si llegas a viejo, verás cómo las estrellas se oscurecen, pero si no llegas, entonces te perderás tantas cosas que desearás envejecer.  La verdadera pérdida d

“El dilema de Neo“ de David Cerdá

  Mi padre nos enseñó la importancia de cumplir los compromisos adquiridos y mi madre a echar siempre una mirada irónica, humorística, a las circunstancias de la vida. Eran muy distintos. Sin embargo, supieron crear intuitivamente un universo cohesionado a la hora de educar a sus muchísimos hijos. Si alguno de nosotros no maneja bien esas enseñanzas no es culpa de ellos sino de la imperfección natural de los seres humanos. En ese universo había palabras fetiche. Una era la libertad, otra la bondad, otra la responsabilidad, otra la compasión, otra el honor. Lo he recordado leyendo El dilema de Neo.  A mí me gusta el arranque de este libro. Digamos, su leit motiv. Su preocupación porque seamos personas libres con todo lo que esa libertad conlleva. Buen juicio, una dosis de esperanza nada desdeñable, capacidad para construir nuestras vidas y una sana comunicación con el prójimo. Creo que la palabra “prójimo“ está antigua, devaluada, no se lleva. Pero es lo exacto, me parece. Y es importan

Un aire del pasado

  (Foto: Manuel Amaya. San Fernando. Cádiz) Éramos un ejército sin pretensiones de batalla. Ese verano, el último de un tiempo que nos había hechizado, tuvimos que explorar todas las tempestades, cruzar todas las puertas, airear las ventanas. Mirábamos al futuro y cada uno guardaba dentro de sí el nombre de su esperanza. Teníamos la ambición de vivir, que no era poco. Y algunos, pensábamos cruzar la frontera del mar, dejar atrás los esteros y las noches en la Plaza del Rey, pasear por otros entornos y levantarnos sin dar explicaciones. Fuimos un grupo durante aquellos meses y convertimos en fotografía nuestros paisajes. Los vestidos, el pelo largo y liso, la blusa, con adornos amarillos, el azul, todo azul, de aquel nuestro horizonte. Teníamos la esperanza y no pensamos nunca que fuera a perderse en cualquier recodo de aquel porvenir. Esa es la sonrisa del adiós y la mirada de quien sabe que ya nunca nada se escribirá con las mismas palabras.  Aquel verano fue el último antes de separa

Ripley

  La excepcional Patricia Highsmith firmó dos novelas míticas para la historia del cine, El talento de Mr. Ripley y El juego de Ripley. No podía imaginar, o sí porque era persona intuitiva, que darían tanto juego en la pantalla. Porque creó un personaje de diez y una trama que sustenta cualquier estructura. De modo que, prestos a ello, los directores de cine le han sacado provecho. Hasta cuatro versiones hay para el cine y una serie, que es de la que hablo aquí, para poner delante de nuestros ojos a un personaje poliédrico, ambiguo, extraño y, a la vez, extraordinariamente atractivo. Tom Ripley .  Andrew Scott es el último Ripley y no tiene nada que envidiarle a los anteriores, muy al contrario, está por encima de todos ellos. Ninguno  ha sabido darle ese tono entre desvalido y canalla que tiene aquí, en la serie de Netflix . Ya sé que decir serie de Netflix tiene anatema para muchos, pero hay que sacudirse los esquemas y dejarse de tonterías. Esta serie hay que verla porque, de lo c

La paz es un cuadro de Sorolla

  (Foto: Museo Sorolla) La paz es un patio con macetas con una silla baja para poder leer. Y algunos rayos de sol que entren sin molestar y el susurro genuino del agua en una alberca o en un grifo. Y mucho verde y muchas flores rojas, rosas, blancas y lilas. Y tiestos de barro y tiestos de cerámica. Colores. Un cuadro de Sorolla. La paz es un cuadro de Sorolla.  Dos veces tuve un patio, dos veces lo perdí. Del primero apenas si me acuerdo, solo de aquellos arriates y ese sol que lo cruzaba inclemente y a veces el rugido del levante y una pared blanca donde se reflejaban las voces de los niños y una escalera que te llevaba al mejor escondite: la azotea, que refulgía y empujaba las nubes no se sabía adónde. Un rincón mágico era ese patio, cuya memoria olvidé, cuya fotografía no existe, cuya realidad es a veces dudosa.  Del segundo jardín guardo memoria gráfica y memoria escrita porque lo rememoro de vez en cuando, queriendo que vuelva a existir, queriendo que las plantas revivan y que la

Woody en París

  Los que formamos la enorme legión de militantes en la fe Allen esperamos siempre con entusiasmo y expectación su última película, no la que termine con su carrera sino la que continúe con la misma. A ver qué dice, a ver qué pasa, a ver qué cuenta. Esperamos su narrativa y sus imágenes, creemos en sus intenciones y admiramos que vuelva a trabajar con profesionales tan magníficos como este Vittorio Storaro, director de fotografía, que dejó en la retina sus dorados memorables en otras de sus películas y que ahora plasma un París de ensueño. ¿Quién no querría recorrer este París? En el imaginario Allen tiene un papel esencial la suerte, la casualidad, aquello que surge sin esperarlo y que te cambia la vida. Él cree firmemente en eso y nosotros también. Shakespeare lo llamaría "el destino" y Jane Austen trataría de que la razón humana compensara las novelerías de la naturaleza. Allen también cree en la fuerza de la atracción y en la imposible lucha del ser humano contra sí mismo

Días de olor a nardos

  La memoria se compone de tantas cosas sensibles, de tantos estímulos sensoriales, que la mía de la Semana Santa siempre huele a nardos y a la colonia de mi padre; siempre sabe a los pestiños de mi invisible abuelo Luis y siempre tiene el compás de los pasos de mi madre afanándose en la cocina con sus zapatos bajos, nunca con tacones. En el armario de la infancia están apilados los recuerdos de esos tiempos en los que el Domingo de Ramos abría la puerta de las vacaciones. Cada uno de los hermanos guardamos un recuerdo diferente de aquellos días, de esos tiempos ya pasados. Cada uno de nosotros vivía diferente ese espacio vital y ese recorrido único desde la casa a la calle Real o a la explanada de la Pastora o a la plaza de la Iglesia, o a la puerta de San Francisco o al Cristo para ver la Cruz que subía y que bajaba. Las calles de la Isla aparecen preciosas en mi recuerdo, aparecen majestuosas, enormes, sabias, llenas de cierros blancos y de balcones con telas moradas y de azoteas co