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Los nervios de la señora Bennet


(Alison Stedman fue la señora Bennet en la mejor versión de "Orgullo y Prejuicio", BBC, 1995) 

Las crisis en la casa de la familia Bennet son casi cotidianas. Cuando hay que casar a cinco hijas y asegurar que, al menos una, haga un buen matrimonio para así tirar del resto de la prole (chicas sin fortuna y con la herencia familiar vinculada a un pariente varón), todo se convierte en una carrera de fondo. El padre, consciente de la situación pero de carácter flemático y casi despreocupado (salvo de su biblioteca, sus libros y su soledad), está a verlas venir pero la madre, ay la madre, la madre Bennet tiene un recurso irresistible y que es usado comúnmente por un gran número de personas cuando las circunstancias lo requieren. 

Los nervios. Los nervios de la señora Bennet son viejos conocidos del señor Bennet, pues lleva lidiando con ellos desde que se casaron. Y son también un elemento oportuno que aparece en las crisis y que conduce a la señora Bennet a la tranquilidad de su habitación, para que su criada la atienda con primor y, de ese modo, ella pueda zafarse de cualquier preocupación añadida. Qué oportunos son esos nervios y qué agradable resulta quejarse de todo, ponerse un gorro de dormir, batir la campanilla para pedir remedios y dedicarse a pontificar sobre lo que habría que hacer y no se ha hecho...

La indolencia del señor Bennet y los nervios de la señora Bennet son dos elementos sustanciales de la personalidad de ambos y de la trama de "Orgullo y prejuicio". La indolencia llevó al señor Bennet a no sumar los gastos y a no preocuparse de qué pasaría a su muerte si no había sido capaz de ahorrar ni un chelín para la dote de sus hijas. Su indolencia le lleva a postergar la respuesta a las cartas o a dejar a sus hijas actuar a su libre albedrío, simplemente para no oírlas protestar. Su indolencia ocasiona que Lidia Bennet se marche a Brighton y allí se líe la manta a la cabeza escapándose con el pillo de Whickham. 


(Imagen de la originaria edición del libro, publicado, como era habitual, en tres volúmenes, y firmado por A Lady) 

Por su parte, la señora Bennet comienza a alterarse al principio del libro, cuando su marido le dice que no piensa presentarse al señor Bingley, el joven atractivo y con dinero que ha llegado a la vecindad. Su estado de nervios, pañuelo en la mano y llanto casi fingido, se aplaca al conocer que, al final, esto no se ha cumplido, de modo que su alegría se manifiesta de forma exagerada con el regocijo de sus hijas más pequeñas, Lidia y Kitty. La segunda gran escena "nerviosa" también se relaciona con Bingley pero, en este caso, con la marcha de este a Londres, dejando sin esperanzas a la pobre Jane. Tal parece que su madre sufrió más que ella por la situación, habida cuenta de como se lo tomó. Seguramente el momento crucial de este carácter alocado que la conduce a pasar de la euforia a la desesperación tiene lugar cuando estalla el problema con Lidia y su escapada con Whickam. Entonces vemos a la señora Bennet semienclaustrada en su habitación, asistida por su doncella y llena de temores, temblores y escalofríos, acusando a todos de ser los culpables (menos ella), temiéndose lo peor y, cuando se entera de que, al fin, han hallado a los prófugos y van a casarse, quejándose de que no vayan a hacerlo por todo lo alto y luciendo las mejores sedas, rasos y tules. Porque ella conoce las mejores tiendas. Un prodigio de sensatez, nuestra señora Bennet. 

La inteligencia práctica de Jane Austen se demuestra en cada uno de sus personajes, pero esta pareja representa una de sus cimas. No se pueden describir mejor dos caracteres que vemos en la vida real con harta frecuencia. Dos caracteres intemporales. Como hacía Shakespeare, Jane Austen retrata la psicología de los personajes de sus novelas con una visión implacable, certera, ajustada y, a veces, terriblemente dura. Esa dureza tiene sus matices aunque no perdona determinados defectos que ella considera los más execrables. Sin embargo, hace bien en revestirlos con el humor necesario para no parecer una moralista insoportable. Por eso su visión es tan moderna que aún no ha sido superada. Por eso, las escritoras de la época victoriana dieron un evidente paso atrás al desechar el humor y sustituirlo por la tragedia y el drama. Los personajes cómicos de Jane Austen o el lado cómico de sus personajes, que es lo mismo, son la mejor galería de defectos de la historia de la literatura, a la par de los de Shakespeare. Esa nerviosa, irritable, irresponsable, casi adolescente, madre Bennet, conjuga a la perfección con su marido, el diletante, exageradamente tranquilo, casi pasota, que, aunque más sensato que su esposa, no consigue encarrilar la vida familiar, simplemente porque no se ocupa de ello en el momento oportuno. Es un claro caso de procrastinación que hoy entendemos mucho mejor que en otras épocas. 

Conozco a alguna señora Bennet: gente que se esconde en sus ayes para evitar la responsabilidad de sus actos, para esconder el bulto o para cargarle a otros su trabajo. Nervios oportunos. Nervios que son el pasaporte para quitarse de en medio. Conozco a algún señor Bennet, indeciso, vago de actuación e irónico hasta el extremo, siempre esperando que haya quien le saque las castañas del fuego. Jane Austen da en el clavo. No se puede decir mejor ni más bonito.

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