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"La hija de la española" de Karina Sainz Borgo

La hija de la española es Aurora Peralta. Su padre, Fabián Peralta, trabajaba en un obrador próximo a la iglesia de San Jorge y allí le cogió la onda expansiva del atentado que hizo volar, literalmente, al coche de Carrero Blanco el 20 de diciembre de 1973. Una circunstancia histórica de este calibre da lugar a la marcha a Venezuela de Julia y Aurora Peralta. Y será Aurora Peralta quien, ante un cataclismo, ofrecerá a Adelaida Falcón, la protagonista del libro, una oportunidad de renacer.

En este libro hay dos Adelaidas, la madre y la hija. La madre es maestra y la hija es filóloga. Ambas son, por tanto, instruidas, cultas en cierta manera y por eso mismo quieren conservar algún grado de dignidad en la degradación. Por ejemplo, comer con cubiertos y no con las manos. Por ejemplo, tener un entierro digno, con una lápida y con flores en un jarro de cristal.

La historia, que comienza con la muerte de Adelaida, la madre, con su discreto entierro y con la orfandad de su hija en un ambiente hostil, cuando los paramilitares arrasan Caracas y la convierten en un polvorín, va alternando episodios de la vida de la hija y la madre, con las situaciones que debe sortear para salvar la vida y encontrar cierta clase de esperanza. La enfermedad de la madre, que llevó al desenlace fatal; la infancia, la adolescencia, el tiempo de la gloria en el que se podía vivir dignamente...En ese vaivén continuo de recuerdos también aparecen los dos amores de Adelaida hija, el soldado muerto en el periódico y el reportero de guerra, Francisco Salazar Solano, una especie de héroe civil que confiaba en ella para titular sus crónicas y que conoció, de esa forma, a Gil de Biedma. Doblemente viuda, dice al referirse a estos hombres. Las tías Amelia y Clara surgen en la narración como figuras que se sitúan en el telón de fondo, lo mismo que Clara Baltasar, la asistente social o el italiano Teseo, cuyo hermano fue ordenado sacerdote en Roma.

La novela es una suma continua de adioses: "El Atlántico, ese mar donde alguien siempre dice adiós". Yo lo hubiera escrito de otra forma: "El Atlántico, ese mar donde siempre hay alguien que dice adiós". A veces la expresión literaria no es demasiado inteligible, quizá porque deviene de la manera de expresarse de los venezolanos. Adiós le dice también Adelaida a Santiago, el joven universitario reclutado a la fuerza por los malos y que es el encargado de relatar los abusos, coacciones, torturas y el modus operandi de quienes se han atribuido la defensa del pueblo; y también dice adiós a su hermana Ana, solo una voz que se aleja en el teléfono para siempre, mientras una vuela en un avión hacia la libertad y la otra permanece cuidando a una madre enferma de Alzheimer que ya no sabe quién dispara y por qué. Verónica, la profesora del colegio; Alicia, la compañera de clase cuya madre era bailarina clásica aunque gastaba su talento en un conjunto de cuarta, el Ballet de Marjorie Flores, que amenizaba los magazines de tarde en la televisión, forman asimismo parte del caleidoscopio de los recuerdos, que se van ensamblando y aparecen capítulo sí, capítulo no, en medio de la visión del horror de una ciudad desvencijada y muerta. La muerte como destino ineludible. La muerte civil y la muerte física.

La narración de los tiempos pasados trae olores, colores y sabores propios del país. Es una exuberancia que contrasta con la realidad del presente, de escasez y de miseria infinitas. Nombres de frutas, de árboles, de comidas, sones de canciones, como el canto del pilón; refranes y dichos; maneras de estar y ser allende el océano; un vocabulario cuyo significado adivinamos por el contexto porque contiene giros, modismos y palabras que nosotros no conocemos. La riqueza del español, de la que tanto se habla y que tanto se olvida, aparece aquí reflejada de una manera directa y sencilla. Pero los mejores recuerdos están siempre enlazados a la madre, una maestra que daba clases durante todas las horas del día, con un esfuerzo que iba más allá de lo que unos ojos pueden soportar, y así casi pierde la vista, buscando el bienestar de su hija, que llega a ser filóloga (en una alusión muy directa a la propia autora, aunque el libro advierte que los personajes son ficticios), lo que le permite hablar con profusión de autores, libros, artistas, referencias culturales de todo tipo, que no dejan de resultar chocantes en este contexto sociopolítico, si nos atenemos a la brutal descripción que se hace de los comportamientos de los que llama "revolucionarios". El mejor ejemplo de esos seres sin alma, sin rostros, encapuchados o cubiertos de máscaras, depredadores de almas, de cuerpos y de objetos, es, sin duda, otra mujer "La Mariscala". Porque de mujeres va, sobre todo, la cosa.

El libro tiene un argumento sencillo. Adivinamos desde el principio qué hilo unirá a esas dos mujeres, Aurora y Adelaida. No hay misterio. Sin embargo es adictivo, se lee rápidamente, te engancha con facilidad, te emociona y te prende. Ves a los personajes y el argumento se mueve con fluidez y criterio. La acción es continua y no se anda con rodeos. Los rodeos están en esas vueltas atrás hacia la infancia y la adolescencia, pero estos capítulos, con la madre por medio, son los más tiernos y luminosos. Ese contraste entre la luz y las sombras es lo que más destaca, aunque incluso en los años que pueden considerarse felices hay un aire de premonición, quizá porque se cuentan desde el presente terrible, desde la nostalgia.  Los horrores descritos no son nuevos. Las dictaduras siempre muestran esa cara y, a estas alturas, ya las conocemos demasiado y sabemos de su forma de actuar, deshumanizada y eficaz en la destrucción. Por eso lo mejor para mí no es la historia de suplantación de personalidad (al final, un modo de supervivencia), ni el relato del terror, ni siquiera el retrato de los personajes. Lo más duro es asumir que, llegado el momento de salvar la vida, se es capaz de atrocidades que no se imaginaban, incluso de machacar el cuerpo de alguien a quien se ha tenido aprecio, violando lo sagrado de la muerte. Lo más atrayente, por otro lado, es la presencia ausente de la madre (me ha recordado a las charlas de Vivian Gornick con la suya) y, sobre todo, el uso del lenguaje natal de la escritora, sus giros, modismos, vocablos, todo lo que convierte a ese país y a su lengua en un universo tan extraño como cercano.

La hija de la española. Karina Sainz Borgo. Editorial Lumen. 2019. 

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