Ir al contenido principal

El librerito blanco


(Los libros son objetos preciosos. Este de Penelope Fitzgerald que acaba de publicar Impedimenta tiene su sobrecubierta, su pequeño dossier y su marcapáginas. Una joya)

Hay un momento en la que vida que marca el antes y el después de la existencia. El día en que aprendes a leer. El instante en que las palabras dejan de ser signos, en que las letras se unen para formarlas y en que la frase adquiere su sentido. Entonces cambiamos. Nunca más seremos la persona que antes fuimos. Nunca más estaremos perdidos lejos del lenguaje. Cuando los adultos aprenden a leer sienten que han adquirido algo largamente deseado y que les ha escatimado la vida. Cuando los niños pequeños se inician en la lectura, comienzan a caminar por una senda difícil de igualar. Es otro mundo, son otros mundos. 
No recuerdo con exactitud el momento en que aprendí a leer, pero sé que fue muy precozmente y que, desde entonces, toda la vida ha girado en torno a la palabra. Cuando te dicen que la lectura es para ti un vicio, cuando tienes que hacer esfuerzos ímprobos para dejar de leer un libro porque hay otras obligaciones, entonces te has contagiado de una enfermedad que nunca superarás. Te conviertes en una lectora. 

Mucha gente se pregunta cómo se consigue eso. Lo que yo he vivido tiene mucho que ver con el ejemplo. En una casa donde hay libros y donde los libros requieren su cuidado y su atención como si fueran seres vivos, es difícil que todos los niños no salgan lectores. La lectura se contagia, esta es otra característica. Y aumenta con el ejemplo. Comentar libros es una de las cosas más bonitas que existen, aunque no siempre está a nuestro alcance. Coincidir con un lector que transita el mismo medio que tú es una revelación, un enorme tesoro. Como tesoros son los libros de la infancia, los que cada uno de nosotros tenía acomodados en su librerito particular. De esa forma se llamaba, en mi casa, al mueble que contenía los libros de lectura de los niños, "el librerito blanco". En él había un poco de todo: tebeos de chicos y de amores, novelas románticas, relatos policíacos, clásicos, libros que había que leer en el instituto, libros que se ponían de moda, poesías completas, antologías...Cada uno tenía sus preferencias y sus libros propios, que llevaban en la primera página el nombre y la fecha. Que llevan todavía, porque los libros siguen con nosotros, en la primera página el nombre de su propietario y la fecha. A veces, también, algunos detalles de color local: "Regalo de Joselu" por ejemplo. 

Por allí andaba Mark Twain, uno de nuestros clásicos, con la Tía Polly y sus gafas sobre la nariz. Estaba El Principito, que se regalaba a todos los niños en la Primera Comunión. Estaban Alicia y Pinocho. Estaban Los 5 y Los 7 secretos. Estaban La Celestina, El Quijote, El Buscón y La vida es sueño. Estaban los Diálogos de Platón. Mujeres enamoradas y El amante de Lady Chatterley, de D. H. Lawrence. Platero y yo, por supuesto. Todas las novelas de Agatha Christie, de la primera a la última. Estaba John Grisham, que le gustaba a ella. Estaba Boris Vian y "La espuma de los días". Estaban los poetas, Miguel Hernández, Machado, Altolaguirre, Cernuda. Estaban Lope de Vega y El Arcipreste de Hita. Luego llegaron Cien años de soledad y El túnel. Todas las Mafaldas. Tebeos, muchos tebeos. En otros momentos aparecieron todas las aventuras de Tintín, Érase una vez el hombre y Astérix el galo. 

Después, cada uno siguió su camino y en ese camino está también su itinerario lector, los libros que cada uno eligió en esa acción tan personal de decidir qué quieres leer y cuándo hacerlo. Un camino en el que lectura y escritura se dan la mano. Llevar un diario, escribir historias, dibujar cómics, inventarse pequeñas obras de teatro, comentar películas. La escritura no siempre es la consecuencia lógica de la lectura, pero, en muchas ocasiones, surge así. Cuando la siguiente generación lee lo mismo que tú leíste entonces el milagro se agranda. Ese es el momento en que sientes que has crecido del todo y que tus hijos también lo han hecho y que tus padres, tus hermanos y tus hijos forman una unidad en el empeño común de bucear en las palabras. De modo que nunca termina esa gigantesca rueda de unos libros con otros. 
Surge de esta forma un código de entendimiento basado en lo que has leído. Personajes que cobran vida, frases que aprendes de memoria, poesía que recitas, canciones convertidas en poesía, ideas que has visto reflejadas en tus lecturas, autores de cabecera, discusiones acerca del sentido de un libro, relecturas. Las relecturas son momentos dichosos en los que reconoces algo que parecía perdido pero que, en realidad, estaba ahí, esperando a que volvieras, porque esa vuelta es inevitable. El teatro es la manera de vivirlo sin cortapisas. Una cortina floreada es el telón. Un patio con macetas, el escenario. Unos vecinos sentados en el suelo, el público. Pocas cosas más nítidas en la memoria que esas tardes del verano en las que la poesía se abría paso a través del viento de levante. 

Los libros forman el paisaje de la niñez y de la adolescencia de igual forma que las películas o la música, de igual forma que los amigos, las calles y plazas, los edificios, los momentos. Permanecen inmutables pero nunca son los mismos y eso es porque eres tú la que cambias, la que te conviertes en otra persona y la que te sorprendes a ti misma cuando vuelves a pronunciar palabras que te suenan desde dentro, como una música que nunca se agota. Eso es, en realidad, la lectura, una banda sonora que no termina, una melodía repetida, íntima y propia, que cada cual ha ido enhebrando en su vida de una forma distinta. 

En toda esta trayectoria que recorres quizá inconscientemente hay hitos que nunca se separan de ti, escritores que llevan consigo una clase de impronta única y que se identifican contigo para siempre. En mi caso, desde esa Agatha Christie que era capaz de aliviar todos los malos momentos; desde ese D. H. Lawrence que me mostró una forma de sentir diferente; desde el teatro, con Shakespeare a la cabeza, el hito más relevante es, sin duda, el descubrimiento de Jane Austen. No de ese modo superficial en el que muchos la leen, sino como si hubiera un espejo que me devolviera su intención de una manera nítida. Así, desde ella, ha sido muy fácil llegar a una enorme cantidad de escritores que, sin conocerla, no tendrían apenas sentido. Desde la poesía de Miguel Hernández, que marcaría toda mi adolescencia, no había conocido otra influencia más poderosa a la hora de configurar mi senda literaria. Sin pretensiones pero con la convicción de que he hallado una luz inextinguible. Eso es también leer, iluminarse. 


Comentarios

Keren Verna ha dicho que…
Hola, qué preciosa entrada. Qué importante comenzar a leer desde niño. Yo aprendí de ver a mi abuela y a mi mamá. Pero sobre todo mi abuela que leía durante el desayuno y la merienda y se acostaba temprano para leer. Su papá era igual y admiraba a los escritores rusos. Y también me emocionaron libros que leyeron mis maestras. Me acuerdo hasta de cómo estaba sentada, el salón de clase, todo gracias a esa lectura de El principito y Chico Carlo, entre otros. Besos y a seguir leyendo!
Caty León ha dicho que…
Muchas gracias. Un abrazo

Entradas populares de este blog

“El dilema de Neo“ de David Cerdá

  Mi padre nos enseñó la importancia de cumplir los compromisos adquiridos y mi madre a echar siempre una mirada irónica, humorística, a las circunstancias de la vida. Eran muy distintos. Sin embargo, supieron crear intuitivamente un universo cohesionado a la hora de educar a sus muchísimos hijos. Si alguno de nosotros no maneja bien esas enseñanzas no es culpa de ellos sino de la imperfección natural de los seres humanos. En ese universo había palabras fetiche. Una era la libertad, otra la bondad, otra la responsabilidad, otra la compasión, otra el honor. Lo he recordado leyendo El dilema de Neo.  A mí me gusta el arranque de este libro. Digamos, su leit motiv. Su preocupación porque seamos personas libres con todo lo que esa libertad conlleva. Buen juicio, una dosis de esperanza nada desdeñable, capacidad para construir nuestras vidas y una sana comunicación con el prójimo. Creo que la palabra “prójimo“ está antigua, devaluada, no se lleva. Pero es lo exacto, me parece. Y es importan

Ripley

  La excepcional Patricia Highsmith firmó dos novelas míticas para la historia del cine, El talento de Mr. Ripley y El juego de Ripley. No podía imaginar, o sí porque era persona intuitiva, que darían tanto juego en la pantalla. Porque creó un personaje de diez y una trama que sustenta cualquier estructura. De modo que, prestos a ello, los directores de cine le han sacado provecho. Hasta cuatro versiones hay para el cine y una serie, que es de la que hablo aquí, para poner delante de nuestros ojos a un personaje poliédrico, ambiguo, extraño y, a la vez, extraordinariamente atractivo. Tom Ripley .  Andrew Scott es el último Ripley y no tiene nada que envidiarle a los anteriores, muy al contrario, está por encima de todos ellos. Ninguno  ha sabido darle ese tono entre desvalido y canalla que tiene aquí, en la serie de Netflix . Ya sé que decir serie de Netflix tiene anatema para muchos, pero hay que sacudirse los esquemas y dejarse de tonterías. Esta serie hay que verla porque, de lo c

Un aire del pasado

  (Foto: Manuel Amaya. San Fernando. Cádiz) Éramos un ejército sin pretensiones de batalla. Ese verano, el último de un tiempo que nos había hechizado, tuvimos que explorar todas las tempestades, cruzar todas las puertas, airear las ventanas. Mirábamos al futuro y cada uno guardaba dentro de sí el nombre de su esperanza. Teníamos la ambición de vivir, que no era poco. Y algunos, pensábamos cruzar la frontera del mar, dejar atrás los esteros y las noches en la Plaza del Rey, pasear por otros entornos y levantarnos sin dar explicaciones. Fuimos un grupo durante aquellos meses y convertimos en fotografía nuestros paisajes. Los vestidos, el pelo largo y liso, la blusa, con adornos amarillos, el azul, todo azul, de aquel nuestro horizonte. Teníamos la esperanza y no pensamos nunca que fuera a perderse en cualquier recodo de aquel porvenir. Esa es la sonrisa del adiós y la mirada de quien sabe que ya nunca nada se escribirá con las mismas palabras.  Aquel verano fue el último antes de separa

Rocío

  Tiene la belleza veneciana de las mujeres de Eugene de Blaas y el aire cosmopolita de una chica de barrio. Cuando recorríamos las aulas de la universidad había siempre una chispa a punto de saltar que nos obligaba a reír y, a veces, también a llorar. Penas y alegrías suelen darse la mano en la juventud y las dos conocíamos su eco, su sabor, su sonido. Visitábamos las galerías de arte cuando había inauguración y canapés y conocíamos a los pintores por su estilo, como expertas en libros del laboratorio y como visitantes asiduas de una Roma desconocida. En esos años, todos los días parecían primavera y ella jugaba con el viento como una odalisca, como si no hubiera nada más que los juegos del amor que a las dos nos estaban cercando. La historia tenía significados que nadie más que nosotras conocía y también la poesía y la música. El flamenco era su santo y seña y fue el punto culminante de nuestro encuentro. Ella lo traía de familia y yo de vocación. Y ese aire no nos abandona desde ent

“Anna Karénina“ de Lev N. Tolstói

Leí esta novela hace muchos años y no he vuelto a releerla completa. Solo fragmentos de vez en cuando, pasajes que me despiertan interés. Sin embargo, no he olvidado sus personajes, su trama, sus momentos cumbre, su trasfondo, su contexto, su sentido. Su espíritu. Es una obra que deja poso. Es una novela que no pasa nunca desapercibida y tiene como protagonista a una mujer poderosa y, a la vez, tan débil y desgraciada que te despierta sentimientos encontrados. Como le sucede a las otras dos grandes novelas del novecientos, Ana Ozores de La Regenta y Emma Bovary de Madame Bovary, no se trata de personas a las que haya que imitar ni admirar, porque más que otra cosa tienen grandes defectos, porque sus conductas no son nada ejemplares y porque parecen haber sido trazadas por sus mejores enemigos. Eso puede llamarse realismo. Con cierta dosis de exageración a pesar de que no se incida en este punto cuando se habla de ellos. Los hombres que las escribieron, Tolstói, Clarín y Flaubert, no da

La construcción del relato en la ruptura amorosa

Aunque  pasar por un proceso de ruptura amorosa es algo que ocurre a la inmensa mayoría de las personas a lo largo de su vida no hay un manual de actuación y lo que suele hacerse es más por intuición, por necesidad o por simple desesperación. De la forma en que se encare una ruptura dependerá en gran medida la manera en que la persona afectada continúe afrontando el reto de la existencia. Y en muchas ocasiones un mal afrontamiento determinará secuelas que pueden perdurar más allá de lo necesario y de lo deseable.  Esto es particularmente cierto en el caso de los jóvenes pero no son ellos los únicos que ante una situación parecida se encuentran perdidos, con ese aire de expectación desconcentrada, como si en un combate de boxeo a uno de los púgiles le hubieran dado un golpe certero que a punto ha estado de mandarlo al K.O. Incluso cuando las relaciones vienen presididas por la confrontación, cuando se adivina desde tiempo atrás que algo no encaja, la sorpresa del que se ve aban

Novedades para un abril de libros