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Doce hombres


(Lady Elizabeth Conyngham)

Se piensa con razón que los libros de Jane Austen son “femeninos”. Nunca he entendido muy bien qué significa esto. Es verdad que están escritos por una mujer, seguidos  y leídos por las mujeres y llenos de mujeres. Pero, si los hombres no los leen algo falla, y me temo que la educación sentimental de “ellos” tiene muchos huecos que rellenar si se apartan de su lectura. Quizá son los hombres los que más y mejor pueden aprovecharla. 

Aunque se pone el acento en los retratos femeninos que Austen traza, menos se suele reparar en el desfile de hombres que por ellos aparece, pero a poco que te fijes puedes apreciar una galería de tipos que merece la pena descifrar. Fijémonos en sus tres obras mayores, “Sense and Sensibility”, “Pride and Prejudice” y “Emma”. Hasta doce personajes masculinos he extraído de ellos para colocarlos en este punto de mira. Doce de tres libros no es poca cosa. No quiere decir que no existan más, desde luego, pero estos doce pueden servir como muestra de la forma en la que Austen veía a la naturaleza masculina. No en vano estaba rodeada de hombres en su familia. De los siete hijos de los señores Austen, solamente dos eran chicas, Cassandra y Jane. Así que podemos decir que conocía bien a los hombres y forjó unos personajes que no tienen nada de cartón piedra, más bien parecen estar extraídos directamente de un pueblo rural de Inglaterra a principios del siglo XIX. Aunque la naturaleza humana es la misma en todas partes y quizá nos puedan incluso servir para sacar algunas conclusiones, literarias y humanas, del Austen-Man, por qué no. 


(Miss Croker)

He aquí la lista seleccionada: Mr. Darcy, Mr. Bennet, Wickham, Mr. Collins, Mr. Bingley de “Pride and Prejudice”. El coronel Brandon, Edward Ferrars y Willoughby, de “Sense and Sensibility” y Mr. Knitghley, Mr. Woodhouse, Frank Churchill y Mr. Elton de “Emma”. 

Entre ellos hay dos clérigos, Collins y Elton (vamos a apear los tratamientos), dos padres de familia, el señor Bennet y el señor Woodhouse, además de los que podríamos denominar galanes, ocho, de los cuales dos son militares. Con diferente apostura, contexto, situación y personalidad, pero galanes al fin y al cabo, porque aspiran a las damas y con ellas se casan. Aunque, a fuer de exactos, también los clérigos son galanes. Jóvenes y con aspiraciones casaderas. Que logran, aunque no las que eligieron en primer lugar. Son de buen conformar ambos. Y se parecen: estirados, autosuficientes, cansinos, ampulosos, serviles e interesados. Collins tendrá más suerte con su esposa. Charlotte Lucas es una buena chica, con cierto grado de inteligencia práctica que le vendrá muy bien, aunque también con unas tragaderas increíbles. Por su parte, Elton encontrará en Bath la horma de su zapato: la insoportable mediocridad de Augusta, esa mujer que todo lo sabe y todo lo quiere controlar, incluso a su marido, por supuesto. 

El señor Woodhouse es el padre de Emma y el señor Bennet el de Elizabeth y sus hermanas. Mientras el primero es un anciano (aunque eso de las edades aquí es muy relativo) lleno de miedos a las corrientes de aire y a enfermedades de todo tipo que él cree que acosan por todas las esquinas, Bennet es un tipo socarrón, ingenioso, diletante y que ha tenido la mala fortuna de casarse con una chica guapa, pero falta de cerebro, casquivana y que no será capaz de enderezar a sus hijas. Él dilapida su fortuna y ella su juventud, para resumir la situación. El ejemplo de este matrimonio será de una terrible inutilidad para las muchachas Bennet. Y, desde luego, Emma demuestra un gran amor filial al decidirse a vivir con su padre hasta que este fallezca, con la aquiescencia complaciente del señor Knightley que es un héroe desde todos los puntos de vista. 


(John Moore)

Los galanes son muy interesantes. Como suele ocurrir, los hay positivos y negativos. Por empezar con lo más fácil, ahí anda el pretendiente de Jane Bennet, la hermana mayor y la más bella de la familia de “Pride and Prejudice”. Bingley es un tipo con posibles, buen carácter y apostura física agradable. También tiene dos hermanas bastante odiosas, pero da la impresión de que las torea con cierta resignación. Es un hombre tranquilo, que se deja llevar por los demás y que encuentra en Jane la horma de su zapato, la misma serenidad y bondad que él posee. Son dos almas gemelas. Las vicisitudes por las que pasan hasta lograr casarse no tienen que ver con sus caracteres sino con la gente que los rodea y sus manipulaciones. Porque esa es la gran carencia del carácter de Bingley, la facilidad con que los otros le imponen su criterio. 

Los chicos malos son aquí, en distinto grado desde luego, Frank Churchill, Willoughby y Wickham, quizá el peor de todos, el que comete la villanía mayor. Churchill es un niño mimado que no sabe defender su amor por Jane Fairfax. Si no llega a morirse su tía, de la que dependía económicamente desde siempre, todavía está la pobre Jane de institutriz en alguna casa de familia bien. Wickham es, directamente, un canalla. Un canalla agradable, como suelen serlo para que sus redes puedan tenderse en dirección a las chicas bobas, pero canalla al fin y al cabo. Escaparse con Lidia Bennet es el segundo acto de una acción reprobable, que también llevó a cabo con una Georgina Darcy de solo quince años. La apostura física no le redime de su carácter egoísta y falto de escrúpulos y el trato que el libro le da, sacando a la luz todos sus defectos (y sus deudas) así lo pone de manifiesto. Quizá Willoughby sea más digno de lástima que de otra cosa. La debilidad de su carácter no es reflejo de mala voluntad sino de una desdichada educación y, desde luego, de una falta de moralidad, en el sentido filosófico y no religioso de la palabra, que asusta, porque va haciendo daño por donde quiera que se mueve. El castigo que Austen le propina no es baladí: tendrá que vivir siempre sin la persona a la que, en realidad, ama, Marianne Dashwood, pero también la condena a ella a la misma situación y, además, a un sufrimiento inmerecido. 


(Sir Humphry Davy)

Nos quedan los cuatro hombres de verdad. El coronel Brandon, rendido al amor de Marianne Dashwood desde que la escucha tocar el pianoforte en los primeros compases de “Sense and Sensibility”, es un hombre de honor. Una persona curtida, madura y llena de buenos sentimientos. Capaz de amar de verdad y de renunciar al amor por amor. Su recompensa será el amor mismo. Por su parte, Edward Ferrars tiene mejor suerte de lo que su decisión merece. Porque es demasiado pacífico, demasiado absorto en sí mismo, tanto que titubea cuando advierte lo que siente por Elinor Dashwood y, en realidad, no lucha por ella, sino que sobrevive a una carambola del destino propiciada por alguien que, en realidad, es la rival de Elinor, la mosquita muerta Lucy Steel. Ojo con las mosquitas muertas, nos advierte Austen, que tuvo que conocer a algunas en su vida. Esas muchachas con mirada lánguida, lengua afilada y malas artes. 

Darcy y Knightley son la joya de la corona. Los más atractivos, sensatos, inteligentes y, por qué no decirlo, ricos, de entre todos los Austen-Man. Si bien Darcy suele considerarse el prototipo del hombre perfecto, no dudes que puede entablar una lucha muy igualada por este título con el señor Knightley. Es más, Darcy es más orgulloso y tiene un carácter menos templado. Sus argucias para separar a Bingley de Jane existieron y él mismo las reconoce. Tampoco con Elizabeth tiene una actitud deferente cuando la conoce y rechaza la posibilidad de bailar con ella porque no la considera suficientemente guapa. Además ¿cómo es posible que soporte con frialdad, e incluso a veces, con sonrisas, la estupidez parlante de las hermanas de Bingley? ¿y cómo sigue visitando tan asiduamente a Lady Catherine de Bourg que es tan, tan pesada y prepotente? No sé, Darcy quizá está sobrevalorado, o quizá está redimido por su cambio de actitud, por su reconocimiento de los errores cometidos. 

Knightley es el hombre sin tacha. El hombre que ama a Emma en silencio. Sin servilismos, sin sufrimientos innecesarios. El hombre inteligente, con sentido del humor; el hombre compasivo; el hombre justo. Seguramente, aunque no lo creáis, él es el verdadero héroe Austen. Y el único que podría, sin resquebrajar su autoestima, enamorar a alguien como Emma. Que esa es otra….


(Julia, Lady Peel)

(Todas las pinturas son de Thomas Lawrence, pintor contemporáneo de Jane Austen, pues nació en 1769 y murió en 1830. Por ello, el atuendo de los personajes representa el estilo de vestimenta de esa época de manera fiel) 

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