Ir al contenido principal

Anne Brontë: la hermana pequeña


(Retrato de Anne Brontë)

Anne Brontë no llegó a cumplir treinta años. Su corta vida, murió a los veintinueve, le dio para escribir dos grandes novelas, algunos poemas y para compartir vivencias en ese extraño grupo familiar que vemos como un todo, los Brontë, aunque tenían sus diferencias. Un grupo familiar que va desde la desgracia de la orfandad (la muerte de la madre), al ensimismamiento de algunos de sus miembros, a la soledad de otros, a la debilidad de carácter del hermano, a la prematura muerte de las hermanas mayores...

Ella no es solamente la pequeña, es también la menos conocida, casi oculta tras el brillo de "Cumbres Borrascosas", de Charlotte, o de "Jane Eyre" de Emily. Pero sus dos novelas tienen elementos que, por sí mismos, la hacen diferente, original y hasta pionera, una obra adelantada a su tiempo.

Anne había nacido el 17 de enero de 1820 en Thorton. Un año y medio después murió su madre a la que apenas conoció. Cuando ella tenía cinco años murieron dos de sus hermanas mayores, Elizabeth y María, a causa de las malas condiciones del internado en el que estaban, algo que era casi usual enela época. Quedó, pues, la pequeña Anne, al cuidado de sus otras dos hermanas, Charlotte y Emily, de su padre Patrick Brontë y de una de sus tías, una hermana de su madre bastante severa y poco dada a la afectividad. Puesto que no tenían medios de fortuna ni sabían hacer otra cosa, su destino era ser institutriz, un oficio difícil, complicado y que ocasionaba muchos sinsabores a las muchachas que lo desempeñaban. El oficio que realizaban las hijas de los clérigos sin fortuna y con una formación suficiente.



(Ilustración de portada de una de las ediciones de "La inquilina de Wildfell Hall")

La familia se había asentado en los páramos de Yorkshire, en la rectoría de Haworth, muy tempranamente. Ese paisaje condicionó su carácter, su obra e incluso su vida, aunque Anne prefería y adoraba el mar y Scarborough, con sus tranquilas playas, fue el lugar en el que sintió algo parecido a la felicidad y donde reposa, tras morir el 28 de mayo de 1849, con veintinueve años.  Antes de eso tuvo que vivir la desaparición de Branwell, el único hermano varón, al que todas amaban y protegían, que murió el 24 de septiembre de 1848 y en ese mismo año, el 19 de diciembre, la de Emily, la hermana más cercana a ella, con la que había construido, en cuadernos hoy desaparecidos, todo el universo del reino de Gondal, desarrollando su imaginación más allá del horizonte físico en el que vivían. 

Además de los poemas que escribió durante toda su vida y que publicó conjuntamente con sus hermanas utilizando los pseudónimos de Currer (Charlotte), Ellis (Emily) y Acton (Anne) Bell, ella escribió dos novelas que han pasado a la historia de la mejor literatura. Son "Agnes Grey" y "La  inquilina de Wildfell Hall". La primera de ellas tiene como protagonista a una institutriz, la misma situación que aparece en "Jane Eyre", escrita por Emily. Las malas experiencias de Anne en este trabajo le inspiraron el libro. Tratar con niños maleducados, consentidos y que no respetaban lo que ella intentaba inculcarles debió llenarla de frustración. La segunda de esas novelas tiene un argumento inusual para aquella época, lo que generó disgustos incluso entre su propia familia. La historia que cuenta tiene como elementos centrales el maltrato a que un marido somete a su esposa y el alcoholismo, una especie de telón de fondo de los conflictos y de la pérdida del control en la vida. Ambas temáticas son absolutamente nuevas y también lo es su tratamiento en la literatura. Los personajes masculinos que crea Charlotte, por ejemplo, están atormentados, pero en los libros de Anne hay hombres malvados y, como diríamos hoy, tóxicos. 

Ni siquiera Charlotte, que tuvo una vida más longeva que el resto de sus hermanos, pues murió a los 39 años, y también mejor conocimiento del mundo exterior, una vida más activa y acceso a relacionarse con otros escritores, entre ellos Elizabeth Gaskell, entendió el sentido de la obra de su hermana en "La inquilina..." y no estuvo de acuerdo con la misma, quizá porque ese alcoholismo era trasunto del que su hermano padecía y que le llevó a tantos problemas que afectaron a todos. Algunas conversaciones tuvieron que existir entre las hermanas al respecto, por algunos detalles que veremos después. 


(Portada original de "La inquilina de Wildfell Hall, con el pseudónimo de Acton Bell e indicando que se trata de una publicación en tres volúmenes, como era usual en la época)

No se conoce en Anne ningún episodio amoroso y en eso difiere también de sus hermanas, sobre todo de Charlotte, que no solamente se casó (después de otras infructuosas peticiones de mano de ayudantes de su padre) sino que tuvo un amor prohibido y secreto, el de Constantin Heger, profesor del colegio de Bélgica al que asistió y que le inspiró cartas que se han llegado a publicar y en las que expresa su afecto. 

La vida de Anne parece más blanca, más ligera, más limpia, que la del resto de los Brontë y, sin embargo, pese a ello, su novela "La inquilina de Wildfell Hall" es la más impactante, la más dura, la más compleja, de todas las que escribieron las hermanas, porque trató no solo de temas intensos, sino de temas prohibidos. 

El 22 de julio de 1848 Anne Brontë escribe el prefacio para la segunda edición de su novela. Sus palabras son clarificadoras:

"Si bien reconozco que el éxito de la presente obra ha sido mayor que el que yo esperaba y que las alabanzas que ha arrancado a unos pocos críticos benevolentes han sido superiores a sus méritos, también debo admitir que desde otros ámbitos ha sido criticada con una aspereza para el que tampoco estaba preparad y que tanto mi juicio como mis sentimientos me aseguran que es más amarga que justa"

A continuación ofrece explicaciones sobre las motivaciones que le llevaron a escribir el libro. Esta situación es inédita: un autor excusándose ante lectores y críticos acerca del contenido de su libro:

"Mi objetivo al escribir las páginas que siguen no fue simplemente entretener al Lector, ni tampoco proporcionarme un placer, y menos aún congraciarme con la Prensa y el Público. Deseaba decir la verdad, porque la verdad siempre comunica su propia moral a aquellos que son capaces de aceptarla"

No solo eso. Dado que ya habían aparecido libros firmados por Currer, Ellis y Acton Bell, ella quiere dejar claro que quien ha escrito el libro es Acton y no el colectivo Bell: "Me gustaría dejar meridianamente claro que Acton Bell no es Currer ni Ellis Bell y, por tanto, no deben atribuirse a ellos sus errores" 

Esto parece indicarnos que no quería que la mala opinión que el libro había causado en algunos críticos y lectores se hiciera extensiva a sus hermanas, aunque en ese momento nadie sabía quien se escondía detrás de esos pseudónimos, ni siquiera si eran hombres o mujeres. Esto es precisamente un asunto que también quiere abordar en ese prefacio: "Bien poco puede importar que semejante nombre esconda la personalidad de un hombre o una mujer" Y finaliza este curioso texto diciendo que "todas las novelas se escriben, o deben ser escritas, para que las lean hombres y mujeres"

¿Qué era lo que había alarmado de esta manera a la crítica de aquellos años o a los potenciales lectores? El argumento de la novela se centra en una mujer que llega sola con su hijo de corta edad a habitar en una mansión antes abandonada. Es una mujer con pasado. Ya sabemos lo que esto puede significar en un tiempo en el que tener pasado era sinónimo de una mancha que no se podía limpiar. Me recuerda a la condesa Ellen Olenska en "La edad de la inocencia" de Edith Wharton, a quien acompaña el baldón de haberse equivocado a la hora de escoger marido. Un mal matrimonio, con un hombre disoluto, alcohólico, capaz de tratar de forma degradante a una mujer, manchaba tanto al hombre como a la esposa si la noticia traspasaba las fronteras del hogar. La protagonista de "La inquilina..." comete un segundo pecado: el de enamorarse de un joven puro, de alguien a quien no estaba destinada. Así ocurre también en el libro de Wharton con el personaje de Newland Archer. Es un amor prohibido que se ensucia porque una de sus protagonistas es una mujer marcada por el horror del maltrato y del abuso.

Que Edith Wharton escribiera sobre ello en 1920 no debería sorprendernos, pues fue una mujer de mundo que se movía en una sociedad llena de entresijos, a pesar de su aparente oropel. Pero que lo haga Anne Brontë, confinada en los límites de la rectoría o de las casas en las que ejerció de institutriz va más allá de un esfuerzo de imaginación. Requiere un pensamiento capaz de captar lo que no era evidente y de aplicar a su escritura lo visto, lo vivido, lo imaginado, lo presentido y lo extraño. Su hermano Branwell bien pudo servirle de anónimo modelo en lo que se refiere a la conducta sin frenos de alguien que cae en los excesos del alcohol y que no respeta ni lo más sagrado, pero ella en su novela da un paso más configurando como antagonista un personaje femenino que busca su redención en la aceptación de su tragedia y en la asimilación de su papel en la vida.

He aquí la extraordinaria originalidad de Anne Brontë, su carácter de anticipo de una literatura posterior en la que las crisis matrimoniales, los conflictos ocultos de las relaciones entre hombre y mujer y sus consecuencias, así como el papel destructor de los malos hábitos, serán cosa común andando el tiempo. Pero ella lo escribió con absoluta sinceridad de escritora y lo hizo, como explica, en honor a la verdad.

Comentarios

Silvia ha dicho que…
Fascinante, Kate. Me engancho a tu blog....
Caty León ha dicho que…
Muchas gracias. Me alegro mucho.

Entradas populares de este blog

"Baumgartner" de Paul Auster

  Ha salido un nuevo libro de Paul Auster. Algunos lectores parece que han cerrado ya su relación con él y así lo comentaban. Han leído cuatro o cinco de sus libros y luego les ha parecido que todo era repetitivo y poco interesante. Muchos autores tienen ese mismo problema. O son demasiado prolíficos o las ideas se les quedan cortas. Es muy difícil mantener una larga trayectoria a base de obras maestras. En algunos casos se pierde la cabeza completamente a la hora de darse cuenta de que no todo vale.  Pero "Baumgartner" tiene un comienzo apasionante. Tan sencillo como lo es la vida cotidiana y tan potente como sucede cuando una persona es consciente de que las cosas que antes hacía ahora le cuestan un enorme trabajo y ha de empezar a depender de otros. La vejez es una mala opción pero no la peor, parece decirnos Auster. Si llegas a viejo, verás cómo las estrellas se oscurecen, pero si no llegas, entonces te perderás tantas cosas que desearás envejecer.  La verdadera pérdida d

“El dilema de Neo“ de David Cerdá

  Mi padre nos enseñó la importancia de cumplir los compromisos adquiridos y mi madre a echar siempre una mirada irónica, humorística, a las circunstancias de la vida. Eran muy distintos. Sin embargo, supieron crear intuitivamente un universo cohesionado a la hora de educar a sus muchísimos hijos. Si alguno de nosotros no maneja bien esas enseñanzas no es culpa de ellos sino de la imperfección natural de los seres humanos. En ese universo había palabras fetiche. Una era la libertad, otra la bondad, otra la responsabilidad, otra la compasión, otra el honor. Lo he recordado leyendo El dilema de Neo.  A mí me gusta el arranque de este libro. Digamos, su leit motiv. Su preocupación porque seamos personas libres con todo lo que esa libertad conlleva. Buen juicio, una dosis de esperanza nada desdeñable, capacidad para construir nuestras vidas y una sana comunicación con el prójimo. Creo que la palabra “prójimo“ está antigua, devaluada, no se lleva. Pero es lo exacto, me parece. Y es importan

Un aire del pasado

  (Foto: Manuel Amaya. San Fernando. Cádiz) Éramos un ejército sin pretensiones de batalla. Ese verano, el último de un tiempo que nos había hechizado, tuvimos que explorar todas las tempestades, cruzar todas las puertas, airear las ventanas. Mirábamos al futuro y cada uno guardaba dentro de sí el nombre de su esperanza. Teníamos la ambición de vivir, que no era poco. Y algunos, pensábamos cruzar la frontera del mar, dejar atrás los esteros y las noches en la Plaza del Rey, pasear por otros entornos y levantarnos sin dar explicaciones. Fuimos un grupo durante aquellos meses y convertimos en fotografía nuestros paisajes. Los vestidos, el pelo largo y liso, la blusa, con adornos amarillos, el azul, todo azul, de aquel nuestro horizonte. Teníamos la esperanza y no pensamos nunca que fuera a perderse en cualquier recodo de aquel porvenir. Esa es la sonrisa del adiós y la mirada de quien sabe que ya nunca nada se escribirá con las mismas palabras.  Aquel verano fue el último antes de separa

La paz es un cuadro de Sorolla

  (Foto: Museo Sorolla) La paz es un patio con macetas con una silla baja para poder leer. Y algunos rayos de sol que entren sin molestar y el susurro genuino del agua en una alberca o en un grifo. Y mucho verde y muchas flores rojas, rosas, blancas y lilas. Y tiestos de barro y tiestos de cerámica. Colores. Un cuadro de Sorolla. La paz es un cuadro de Sorolla.  Dos veces tuve un patio, dos veces lo perdí. Del primero apenas si me acuerdo, solo de aquellos arriates y ese sol que lo cruzaba inclemente y a veces el rugido del levante y una pared blanca donde se reflejaban las voces de los niños y una escalera que te llevaba al mejor escondite: la azotea, que refulgía y empujaba las nubes no se sabía adónde. Un rincón mágico era ese patio, cuya memoria olvidé, cuya fotografía no existe, cuya realidad es a veces dudosa.  Del segundo jardín guardo memoria gráfica y memoria escrita porque lo rememoro de vez en cuando, queriendo que vuelva a existir, queriendo que las plantas revivan y que la

Ripley

  La excepcional Patricia Highsmith firmó dos novelas míticas para la historia del cine, El talento de Mr. Ripley y El juego de Ripley. No podía imaginar, o sí porque era persona intuitiva, que darían tanto juego en la pantalla. Porque creó un personaje de diez y una trama que sustenta cualquier estructura. De modo que, prestos a ello, los directores de cine le han sacado provecho. Hasta cuatro versiones hay para el cine y una serie, que es de la que hablo aquí, para poner delante de nuestros ojos a un personaje poliédrico, ambiguo, extraño y, a la vez, extraordinariamente atractivo. Tom Ripley .  Andrew Scott es el último Ripley y no tiene nada que envidiarle a los anteriores, muy al contrario, está por encima de todos ellos. Ninguno  ha sabido darle ese tono entre desvalido y canalla que tiene aquí, en la serie de Netflix . Ya sé que decir serie de Netflix tiene anatema para muchos, pero hay que sacudirse los esquemas y dejarse de tonterías. Esta serie hay que verla porque, de lo c

Woody en París

  Los que formamos la enorme legión de militantes en la fe Allen esperamos siempre con entusiasmo y expectación su última película, no la que termine con su carrera sino la que continúe con la misma. A ver qué dice, a ver qué pasa, a ver qué cuenta. Esperamos su narrativa y sus imágenes, creemos en sus intenciones y admiramos que vuelva a trabajar con profesionales tan magníficos como este Vittorio Storaro, director de fotografía, que dejó en la retina sus dorados memorables en otras de sus películas y que ahora plasma un París de ensueño. ¿Quién no querría recorrer este París? En el imaginario Allen tiene un papel esencial la suerte, la casualidad, aquello que surge sin esperarlo y que te cambia la vida. Él cree firmemente en eso y nosotros también. Shakespeare lo llamaría "el destino" y Jane Austen trataría de que la razón humana compensara las novelerías de la naturaleza. Allen también cree en la fuerza de la atracción y en la imposible lucha del ser humano contra sí mismo

Días de olor a nardos

  La memoria se compone de tantas cosas sensibles, de tantos estímulos sensoriales, que la mía de la Semana Santa siempre huele a nardos y a la colonia de mi padre; siempre sabe a los pestiños de mi invisible abuelo Luis y siempre tiene el compás de los pasos de mi madre afanándose en la cocina con sus zapatos bajos, nunca con tacones. En el armario de la infancia están apilados los recuerdos de esos tiempos en los que el Domingo de Ramos abría la puerta de las vacaciones. Cada uno de los hermanos guardamos un recuerdo diferente de aquellos días, de esos tiempos ya pasados. Cada uno de nosotros vivía diferente ese espacio vital y ese recorrido único desde la casa a la calle Real o a la explanada de la Pastora o a la plaza de la Iglesia, o a la puerta de San Francisco o al Cristo para ver la Cruz que subía y que bajaba. Las calles de la Isla aparecen preciosas en mi recuerdo, aparecen majestuosas, enormes, sabias, llenas de cierros blancos y de balcones con telas moradas y de azoteas co