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Perfecta geografía

         

(Retrato de Lady Hamilton como Circé, 1782, George Romney, Londres, Tate Gallery)

 En diciembre de 2015 se publicó "Emma", en tres tomos, como era habitual. Desde entonces muchos lectores han tenido en sus manos la oportunidad de adentrarse en el universo Austen a través de la historia de Emma Woodhouse.

Emma es una muchacha joven, bonita, rica e inteligente. Es la mujer perfecta. Como la vida va siempre buscando dificultades a quien no las tiene, Emma es huérfana de madre desde muy niña, pero este cometido lo ha suplido, casi a la perfección, la señorita Taylor, que ha ejercido la labor de institutriz de Emma y de su hermana Isabella. Esta tiene unos años más que Emma y cuando la novela comienza ya está casada, precisamente con el hermano del señor Knightley, el hombre que enamorará a Emma.

El libro transcurre, pues, entre bodas, entre la de Isabella, ya pasada, y la de Emma, por venir. En medio suceden otras cuantas, porque las bodas eran los hitos, el modo en que Jane Austen contaba el tiempo. Nada mejor que una boda para asentar un momento de la vida de cualquiera, nada mejor que una boda para desgranar alrededor todo un enjambre de sentimientos y de posibilidades. El problema de “Emma”, el libro, está en que no parece fácil que las bodas cuajen si la intervención de Emma, la muchacha, se cristaliza. No consigue que Harriet Smith se case con Elton, ni consigue que se case con Churchill. Ni logra que olvide al señor Martin. Su único triunfo es inicial: haber pensado que la señorita Taylor y el viudo señor Weston hacen buena pareja. De este pensamiento y del matrimonio de ambos extrae Emma la noción de que ella es una persona intuitiva y certera en lo que al emparejamiento se refiere. Vano deseo, vana idea.

Los acontecimientos se suceden como en una novela de intriga. Hay un misterio en torno a la señorita Jane Fairfax, tan perfecta (otra vez la palabra) que resulta irritante. Sobre todo para Emma, que quiere ser la protagonista absoluta de cuanto sucede en su casa, en su parroquia y en su pueblo. La perfecta geografía que traza Austen en torno a un espacio reducido, con dos o tres familias importantes, un pequeño enclave rural y tierras que permiten recorrerlas a pie buscando fresas, es el escenario idóneo para que fluyan los sentimientos y se alboroten los corazones.

El misterio de Jane está en íntima relación (quién lo hubiera dicho) con la actitud del joven Frank Churchill, el hijo del señor Weston, que va y viene, a modo itinerante, haciéndose querer y dejando un poso de frivolidad entusiasta que no pasa desapercibido para el hombre inteligente y cauto que es el señor Knightley. Alrededor de Frank se teje una romántica intención de convertirse en un hijo adorable, después de tanto tiempo, pero nada coincide con su verdadera actitud y, al fin, la ocultación y el engaño serán su santo y seña, mucho más que su hombría, su afabilidad o su belleza.

Es un misterio también cómo el señor Elton aspira primero a Emma y luego se marcha a Bath a buscar acomodo y matrimonio entre las miles de chicas casaderas que hay en el balneario. Un misterio cómo consigue la mano de Augusta, habida cuenta de las pretensiones de ella en el ámbito social y de que tiene, al menos, una renta de cinco mil libras al año. Augusta Elton será la antítesis de Emma, la mujer que pretende ser lo que no es, la que pretende gustar y la que quiere disputarle el cetro de reina de los juegos de cartas en las noches de invierno. Pero no será una cuestión fácil y he aquí que la batalla se libra en desigual terreno.

Resulta complicado entender cómo una chica tan anodina, insulsa y falta de ingenio como Harriet Smith, hija natural de quién sabe quién, anclada por su padre en un pensionado de segunda fila, se convierte en el centro de la trama, simplemente porque debe casarse y, a ser posible, y a juicio de Emma, con un caballero que permita que sigan siendo amigas. Robert Martin, el granjero, su primer pretendiente, queda descartado precisamente por eso, porque es un honrado granjero que trabaja la tierra con sus manos. Y luego ya, perdido el norte completamente, la búsqueda de un tipo adecuado, que se case con Harriet y la convierta en señora de la casa, llega a ser una empresa casi imposible. Hasta que se topa con el señor K. y se levantan las iras de Emma. Porque él es su señor K. para siempre.

Si Emma hubiera sido consciente desde el principio que su corazón latía por él y él no se callara tantas cosas durante tanto tiempo, no entiendo por qué, la trama del libro se hubiera terminado a las dos páginas. Por eso Austen, inteligentemente, nos lleva por caminos enrevesados, nos lanza el engaño, nos pierde en recovecos, para que, en una perfecta geografía de la simulación, conozcamos situaciones, personas y momentos, que convierten la historia en una odisea de la relación social, en un laberinto de sentimientos y emociones que, sin duda, están llenas de lo que llamamos “vida” en realidad.

“Emma” es una novela perfecta. La novela perfecta de una escritora sublime. Su estructura, su estilo, su lenguaje, su inicio, su planteamiento y su final. Una perfecta estructura que encaja sin que existan fisuras en su conjunto. Personajes que tiene haz y envés. Historias que discurren con naturalidad, pero no exentas de la complejidad propia de los seres humanos. Es una novela perfecta con una heroína llena de imperfecciones. Pero es así como la vida, de nuevo esta palabra, se nos aparece a cada paso.

Jane Austen escribió en “Emma” la historia de lo mejor y lo peor del sentimiento humano. Y así, su perfección radica en que nos muestra tal y como somos. Te quiero, tal y como eres, dirá casi dos siglos después Mark Darcy a Bridget Jones al pie de la escalera. Y es así como lo narra Austen. Tal y como somos.

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