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Cuatro mujeres solas


Cuatro mujeres solas se van a vivir en la primavera de 1809 a una casita campestre en Chawton. La casa es propiedad del hijo y hermano de tres de ellas. Se llama Edward y acaba de quedarse viudo. En la comitiva de esas cuatro mujeres están Cassandra Leigh, sus hijas Cassandra y Jane Austen, así como Martha Lloyd, amiga íntima que, unos años después, en 1928, se casará con otro hijo de la familia, Francis, también viudo. Las cuatro mujeres representan con fidelidad la situación que refleja la vida de las mujeres en la Inglaterra de principios del siglo XIX. La mayoría de ellas dependían de sus parientes varones para subsistir. Dependían primero de sus padres, luego de sus maridos y, si no existían estos, de sus hermanos. Un sistema de relaciones que no podía asegurar ni el cariño filial ni el matrimonial. La necesidad manda. 

No era inusual el hecho de que las mujeres se agrupaban entre sí para fortalecerse las unas a las otras y para compartir casa y forma de vida. Esto las hacía más seguras y menos vulnerables. Se aseguraban la asistencia mutua, la compañía y la necesaria conversación. Sus vidas eran, desde luego, sencillas, modestas, porque no olvidaban que la casa se la debían a sus parientes y que tenían que estar agradecidas y proporcionar las menores molestias posibles. Esa vida tranquila no deja de resultar un marco extraordinario para que una de ellas, Jane, escribiera algunas de las obras maestras de la literatura universal. Y ello en un corto período de tiempo, por eso mismo muy fructífero, en el espacio que va de 1809 a 1817. 

Los vecinos cercanos formaban parte de esa red de relaciones que alegraban la vida y que estaban disponibles para cualquier emergencia. Una mente despierta como la de Jane tenía en la vida cotidiana y vecinal una fuente de inspiración que se unía a su imaginación desbordante. Su propio carácter contribuía a ello. "Su extraordinaria agudeza para captar lo ridículo la incitaba a bromear sobre las situaciones más comunes de la vida diaria, ya se refirieran a personas o cosas; pero nunca se tomaba a risa deberes ni responsabilidades, ni ridiculizaba a nadie" 

Esa observación de la naturaleza humana es una de las cualidades más certeras que observan en su obra los críticos o escritores que de ella han hablado. Así lo dice el poeta romántico, muy cercano a W. Wordsworth y a S. T. Coleridge, Robert Southey (1774-1843) contemporáneo de la escritora: "Habla usted de la señorita Austen. Sus novelas son más fieles a la naturaleza humana y contienen, lo que suscita mi simpatía, pasajes con sentimientos más nobles que las de cualquier autor de la época. Es una persona de la que he oído hablar tan bien y a la que admiro tanto que lamento no haber tenido la oportunidad de manifestarle el respeto que sentía por ella"

Seguramente la escasa aceptación de sus novelas, el tardío reconocimiento a su obra, tuvo que ver con que sus ideas y, por tanto, su escritura, era demasiado moderna para la época. El gusto de los lectores de entonces se basaba en heroínas sufrientes, castillos encantados, caballeros sacrificados, antihéroes malvados y otros tópicos de la novela gótica. Todas estas historias que se desarrollaban en fastuosos escenarios, no tenían nada que ver con la sencilla domesticidad de las suyas. Ni tampoco la actitud de sus heroínas era nada parecida a la de las lánguidas muchachas de la literatura contemporánea. Ese minimalista escenario escondía, no obstante, multitud de detalles que es preciso atender con mirada profunda y que se escapa a una primera lectura superficial. Todo lo contrario de lo que en aquellos años estaba en boga. La escritura de Jane Austen aparece emparedada entre dos estéticas: las heroínas de vida intachable y sentimientos convulsos envueltos en lenguaje elegante de su tiempo y las heroínas de vida convulsa y sentimientos torrenciales de los escritores, sobre todo escritoras, posteriores. Imposible hallar entre sus personajes a ninguna Catherine Earnshaw, a ningún Heathcliff. El sentido común se impone sobre la locura y la única que saca un poco los pies del plato es Marianne Dashwood, de "Sentido y sensibilidad", la primera novela que escribió. 

La rareza de su obra tiene que ver con la rareza de su vida, alejada de todo contacto con los círculos literarios, que no le interesaban en absoluto. Puede decirse que, al contrario que muchos de sus coetáneos y posteriores, ella no tuvo "padrinos" en esto de la publicación, y quizá por eso su independencia se mantuvo a rajatabla, a pesar de presiones confesadas y comprobadas. Esa circunstancia, cuatro mujeres solas viviendo en una casa prestada, da buena cuenta de un estilo de vida en el que no existían pretensiones ni había otra cosa que sencillez. Esa misma que su obra trasluce. Lejos del sentir de los románticos, con sus pasiones turbulentas y sus amores contrariados, ella ofrece un retrato certero de la sociedad que le tocó vivir. El mayorazgo, por ejemplo, esa institución que convertía a tantas mujeres en víctimas de la miseria y de la dependencia de los varones, es un elemento que aparece continuamente en su obra. La vinculación de las herencias a los parientes masculinos, una variante de lo anterior, es, asimismo, un motivo principal. Sin embargo, aunque a veces hay resabios de amargura, su carácter impedía convertir sus novelas en una pesada tesis doctoral o en una reivindicación abusiva. Es más bien el transcurrir de la vida como era lo que hace que nos sintamos cerca de ella.

Defendió la razón por encima de las emociones que maltratan el cuerpo y el espíritu. La razón que se expresa en el sentido del humor, la inteligencia, el ingenio y la cordialidad de mente. Por eso quizá, cuando estas cuatro mujeres solas emprendieron el camino de Chawton quedó desterrado el sentimentalismo, quedó atrás la nostalgia y florecieron la alegría y la aceptación, no como castigo, sino como forma de entender de la vida lo que la vida ofrece con el mejor entendimiento. 


(Pinturas de William Armfield Hobday, 1771-1831)

(Textos entrecomillados del libro "Recuerdos de Jane Austen" escrito por James Edward Austen-Leigh) 

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