Ir al contenido principal

¿Qué habrás hecho ahora?


Tengo la sensación cierta de que meter la pata es una de mis especialidades. Y es algo cuyos motivos me gustaría descifrar. Saber de dónde he sacado ese conocimiento tan perfecto. Por qué echo a perder casi todo lo que toco. Incluso sin tocarlo, solo con el pensamiento. Es como lo de la electricidad estática. Tengo un nivel de electricidad estática por encima de la media. En realidad tengo muchas cosas por encima de la media, pero no todas ellas son útiles, ni se pueden contar. Enciendo la luz de una habitación, o lo intento, acciono el interruptor y la bombilla se funde. Así, automáticamente. Me pasa muchas veces. Y es por la electricidad estática. Soy una central eléctrica en continuo funcionamiento, una de esas de ciclo combinado que nunca se paran. Y, vuelvo a preguntar, desconozco el motivo. Quizá tendría que ir a un especialista, un psicólogo conductista, una de esas expertas en constelaciones familiares, en flores de Bach, o en yoga, algo que me aclare mi papel en el mundo. En todo el mundo, no solo en el pequeño, mínimo y doméstico mundo que habito. Que habito y que apago cada vez que intento encender la luz. Eso es una metáfora o una señal. Quiero luz y me quedo en las sombras. Que alguien lo descifre si puede. 



Me pasa a menudo con mis amigas. Tener amigas es muy difícil, es más, no estoy acostumbrada a tenerlas. Mis amigas son eso, presuntas amigas, no amigas de esas que puedes molestar a cualquier hora con una llantina sobrevenida. Son amigas tan ocupadas que me tratan como si fueran un médico que reparte citas. No amigas de verdad como las que veo en algunas películas que está la protagonista llorando, feísima, tirada en la cama, incluso borracha a base de gin tónics consumidos en la peor soledad, y entonces llama a una amiga y va la amiga y se planta en su casa. Como las películas suelen ser americanas, plantarse en la casa de alguien a cualquier hora tiene mucho mérito. Bueno, pues en esas películas las amigas cogen un coche, incluso el metro, el bus o un funicular (hay muchas películas con funiculares, casi todos los funiculares tienen su película) y llegan a la casa, abrazan a la amiga sufriente y esta les cuenta cosas. Suelen ser penas de amores, para qué engañarnos, porque nadie sufre por otros motivos. Y, si sufres por otros motivos, es que estás aprovechándolos para llorar por amor. Eso es así y no hay quien lo discuta. 

Las amigas de las películas americanas se solidarizan unas con otras y se ponen a comer chocolate y palomitas sin venir a cuento, engordan todas a la vez y se lamentan en coro de la mala suerte que tienen con los hombres. Y ellos siempre tienen la culpa. Pero mis amigas no son de película americana y tienen la fea costumbre de intercalar sus propias cuitas cada vez que yo intento colarles alguna jeremíada. Si, claro, lo tuyo es fuerte pero ¿y yo?



Con los amigos meter la pata es más complicado. ¿Qué amigos, diréis? ¿Puede un hombre ser amigo de una mujer? Cada vez veo más claro que solo si uno de los dos es gay. Yo no soy gay, así que mi amigo ha de serlo por fuerza. Si no lo es, ya tenemos otro problema indisoluble. ¿O es insoluble? Creo que los hombres y las mujeres no pueden ser amigos. O, si lo son, es porque han sido amantes y pretenden perpetuar una relación ya acabada. Yo no conservo ninguna amistad con ningún ex. Es más, no quiero verlos ni en pintura. 

El motivo es que los amantes tampoco son lo mío. Y es debido a que he visto muchas películas. El cine te deseduca terriblemente. Te convierte en una persona sometida a ejemplos poco edificantes y así nos va a las cinéfilas. Cinetontas. Las que no tienen esa rémora, ni ninguna otra, porque tampoco han perdido el tiempo leyendo, ni apenas estudiando, esas son las auténticas reinas del amor y el sexo, así todo junto. Mujeres que dominan la escena y que no se hacen mil preguntas acerca de esto o aquello. Tienen claro el objetivo. Este tío me gusta. A por él, que mañana puede ser tarde. Saben que el escote de pico les sienta mejor si tienen una talla cien. Saben que los tacones altos a ellos les pone cantidad. Saben casi todo lo que hay que saber y nos dan sopas con honda a las listas-insumisas-independientes, una especie que no tiene remedio y que nunca llegará a nada en lides amorosas.



Lo del cine tiene muchas lecturas. Depende bastante de la protagonista que cojas como referente. Si es, por ejemplo, Vivian, la de Pretty Woman, entonces tienes que buscarte a un tipo rico y guapo, pero, si ves que no tienes posibilidades de encontrarlo, puedes cambiar a Erin Bronkovich, que es la misma actriz, pero en fea y mal vestida. El consuelo te puede llegar de ver en la actualidad a Richard Gere, budista, con el pelo gris y haciendo obras de caridad todo el día. Otro referente que da quehacer es Scarlett O´Hara. Ese cinismo de viuda-bailando-vestida-de-negro todavía levanta resquemores. Tienes que tener unos maravillosos ojos violeta o, en su defecto, una depresión de caballo. 

Yo soy una experta en fastidiar mis relaciones sentimentales. Todas. No he dejado ni una viva, por eso debería escribir un libro que se llamara “Cómo cargarte un amorío en diez pasos”. Digo diez porque menos no ocuparía ni veinte páginas y no sería un libro sino un folleto publicitario. Pero tengo la extraordinaria virtud de conseguir ese efecto en dos o tres pasos. 

Nuestro problema es la normalidad, querida, avisa mi voz interior, la gente normal no pita en ningún sitio. Yo buscaría el modelo en Bridget Jones, porque va subiendo de edad en cada entrega, no tiene la talla 38 y es igual de desastre.


Comentarios

Entradas populares de este blog

"Baumgartner" de Paul Auster

  Ha salido un nuevo libro de Paul Auster. Algunos lectores parece que han cerrado ya su relación con él y así lo comentaban. Han leído cuatro o cinco de sus libros y luego les ha parecido que todo era repetitivo y poco interesante. Muchos autores tienen ese mismo problema. O son demasiado prolíficos o las ideas se les quedan cortas. Es muy difícil mantener una larga trayectoria a base de obras maestras. En algunos casos se pierde la cabeza completamente a la hora de darse cuenta de que no todo vale.  Pero "Baumgartner" tiene un comienzo apasionante. Tan sencillo como lo es la vida cotidiana y tan potente como sucede cuando una persona es consciente de que las cosas que antes hacía ahora le cuestan un enorme trabajo y ha de empezar a depender de otros. La vejez es una mala opción pero no la peor, parece decirnos Auster. Si llegas a viejo, verás cómo las estrellas se oscurecen, pero si no llegas, entonces te perderás tantas cosas que desearás envejecer.  La verdadera pérdida d

“El dilema de Neo“ de David Cerdá

  Mi padre nos enseñó la importancia de cumplir los compromisos adquiridos y mi madre a echar siempre una mirada irónica, humorística, a las circunstancias de la vida. Eran muy distintos. Sin embargo, supieron crear intuitivamente un universo cohesionado a la hora de educar a sus muchísimos hijos. Si alguno de nosotros no maneja bien esas enseñanzas no es culpa de ellos sino de la imperfección natural de los seres humanos. En ese universo había palabras fetiche. Una era la libertad, otra la bondad, otra la responsabilidad, otra la compasión, otra el honor. Lo he recordado leyendo El dilema de Neo.  A mí me gusta el arranque de este libro. Digamos, su leit motiv. Su preocupación porque seamos personas libres con todo lo que esa libertad conlleva. Buen juicio, una dosis de esperanza nada desdeñable, capacidad para construir nuestras vidas y una sana comunicación con el prójimo. Creo que la palabra “prójimo“ está antigua, devaluada, no se lleva. Pero es lo exacto, me parece. Y es importan

Ripley

  La excepcional Patricia Highsmith firmó dos novelas míticas para la historia del cine, El talento de Mr. Ripley y El juego de Ripley. No podía imaginar, o sí porque era persona intuitiva, que darían tanto juego en la pantalla. Porque creó un personaje de diez y una trama que sustenta cualquier estructura. De modo que, prestos a ello, los directores de cine le han sacado provecho. Hasta cuatro versiones hay para el cine y una serie, que es de la que hablo aquí, para poner delante de nuestros ojos a un personaje poliédrico, ambiguo, extraño y, a la vez, extraordinariamente atractivo. Tom Ripley .  Andrew Scott es el último Ripley y no tiene nada que envidiarle a los anteriores, muy al contrario, está por encima de todos ellos. Ninguno  ha sabido darle ese tono entre desvalido y canalla que tiene aquí, en la serie de Netflix . Ya sé que decir serie de Netflix tiene anatema para muchos, pero hay que sacudirse los esquemas y dejarse de tonterías. Esta serie hay que verla porque, de lo c

Un aire del pasado

  (Foto: Manuel Amaya. San Fernando. Cádiz) Éramos un ejército sin pretensiones de batalla. Ese verano, el último de un tiempo que nos había hechizado, tuvimos que explorar todas las tempestades, cruzar todas las puertas, airear las ventanas. Mirábamos al futuro y cada uno guardaba dentro de sí el nombre de su esperanza. Teníamos la ambición de vivir, que no era poco. Y algunos, pensábamos cruzar la frontera del mar, dejar atrás los esteros y las noches en la Plaza del Rey, pasear por otros entornos y levantarnos sin dar explicaciones. Fuimos un grupo durante aquellos meses y convertimos en fotografía nuestros paisajes. Los vestidos, el pelo largo y liso, la blusa, con adornos amarillos, el azul, todo azul, de aquel nuestro horizonte. Teníamos la esperanza y no pensamos nunca que fuera a perderse en cualquier recodo de aquel porvenir. Esa es la sonrisa del adiós y la mirada de quien sabe que ya nunca nada se escribirá con las mismas palabras.  Aquel verano fue el último antes de separa

“Anna Karénina“ de Lev N. Tolstói

Leí esta novela hace muchos años y no he vuelto a releerla completa. Solo fragmentos de vez en cuando, pasajes que me despiertan interés. Sin embargo, no he olvidado sus personajes, su trama, sus momentos cumbre, su trasfondo, su contexto, su sentido. Su espíritu. Es una obra que deja poso. Es una novela que no pasa nunca desapercibida y tiene como protagonista a una mujer poderosa y, a la vez, tan débil y desgraciada que te despierta sentimientos encontrados. Como le sucede a las otras dos grandes novelas del novecientos, Ana Ozores de La Regenta y Emma Bovary de Madame Bovary, no se trata de personas a las que haya que imitar ni admirar, porque más que otra cosa tienen grandes defectos, porque sus conductas no son nada ejemplares y porque parecen haber sido trazadas por sus mejores enemigos. Eso puede llamarse realismo. Con cierta dosis de exageración a pesar de que no se incida en este punto cuando se habla de ellos. Los hombres que las escribieron, Tolstói, Clarín y Flaubert, no da

La paz es un cuadro de Sorolla

  (Foto: Museo Sorolla) La paz es un patio con macetas con una silla baja para poder leer. Y algunos rayos de sol que entren sin molestar y el susurro genuino del agua en una alberca o en un grifo. Y mucho verde y muchas flores rojas, rosas, blancas y lilas. Y tiestos de barro y tiestos de cerámica. Colores. Un cuadro de Sorolla. La paz es un cuadro de Sorolla.  Dos veces tuve un patio, dos veces lo perdí. Del primero apenas si me acuerdo, solo de aquellos arriates y ese sol que lo cruzaba inclemente y a veces el rugido del levante y una pared blanca donde se reflejaban las voces de los niños y una escalera que te llevaba al mejor escondite: la azotea, que refulgía y empujaba las nubes no se sabía adónde. Un rincón mágico era ese patio, cuya memoria olvidé, cuya fotografía no existe, cuya realidad es a veces dudosa.  Del segundo jardín guardo memoria gráfica y memoria escrita porque lo rememoro de vez en cuando, queriendo que vuelva a existir, queriendo que las plantas revivan y que la

Rocío

  Tiene la belleza veneciana de las mujeres de Eugene de Blaas y el aire cosmopolita de una chica de barrio. Cuando recorríamos las aulas de la universidad había siempre una chispa a punto de saltar que nos obligaba a reír y, a veces, también a llorar. Penas y alegrías suelen darse la mano en la juventud y las dos conocíamos su eco, su sabor, su sonido. Visitábamos las galerías de arte cuando había inauguración y canapés y conocíamos a los pintores por su estilo, como expertas en libros del laboratorio y como visitantes asiduas de una Roma desconocida. En esos años, todos los días parecían primavera y ella jugaba con el viento como una odalisca, como si no hubiera nada más que los juegos del amor que a las dos nos estaban cercando. La historia tenía significados que nadie más que nosotras conocía y también la poesía y la música. El flamenco era su santo y seña y fue el punto culminante de nuestro encuentro. Ella lo traía de familia y yo de vocación. Y ese aire no nos abandona desde ent