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Jane (Austen) enamorada



(Mary Freer, by John Constable 1809, Yale British Art)

En enero de 1796 Jane Austen escribe una carta a su hermana Cassandra, que estaba pasando unos días en Berkshire, en casa de sus futuros suegros, los señores Fowle. La carta, que es la más antigua de las que se conserva, es muy interesante. Ella tenía veinte años recién cumplidos pues había nacido en diciembre de 1775.

En un cajón de su escritorio estaba guardado, y casi oculto, el manuscrito de Sentido y sensibilidad. Aún no era, en estricto, una escritora, aunque escribía desde niña. Pero esa carta tiene tantos matices, datos e ideas que merece la pena reparar en ella. Porque de su lectura, y de los hechos que después sucedieron, podemos deducir que uno de los protagonistas de la misma es, precisamente, el muchacho de quien Jane se enamoró.

Tom Lefroy, que llegaría ser un prestigioso abogado y miembro del Parlamento de Irlanda, confesó en su vejez que había amado a Jane y que únicamente su falta de fortuna y la dependencia económica que de él tenían sus hermanas y su madre le obligó a renunciar a ella. Ya sabemos que entonces las mujeres se aseguraban su subsistencia con un matrimonio adecuado o con un familiar que los protegiera. Pero también a los hombres les ocurría igual y Tom Lefroy no fue libre para escoger esposa, como tampoco lo era Jane, cuyos medios económicos dependían de sus hermanos.

Esos veinte años de entonces eran edad suficiente para estar prometida e incluso casada. Así que Jane no era ninguna muchacha precoz en esto. Sí sorprende que contara en esa carta su "relación" con Tom Lefroy en términos tan divertidos y tan llenos de naturalidad. Ese mismo carácter que ella otorga a sus heroínas, especialmente a Emma y a Elizabeth Bennet, se deja traslucir en sus afirmaciones. Le cuenta a Cassandra las vicisitudes de un baile al que acudió y en el que estaba Lefroy, detallando las veces que bailó y con quién, cómo era el resto de la concurrencia y algunos chismes más que llenarían, sin duda, de picante, el desarrollo de la reunión. Su desenfado no impide que se reconozca en la carta la ilusión que le producía la presencia de Lefroy. Sin duda, Cassandra, que la conocía bien (al ser las dos únicas niñas de la familia tenían una intimidad especial, algo que nunca logró con su madre), supo leer en su relato que Jane estaba enamorada.

Pero esa especial manera de distanciarse de lo trágico e, incluso, de lo romántico al uso, que tenía Jane y que aparece en sus obras, hace que los comentarios sobre su enamorado no estén exentos de humor inteligente : ”En realidad sólo tiene un fallo, que confío en que perderá con el tiempo: el color de su abrigo es demasiado llamativo. Es un gran admirador de Tom Jones y, en consecuencia, me imagino que usa la misma ropa colorida que él luce cuando lo hieren".

La referencia a Tom Jones, la obra de Fielding, no debe ser pasada por alto. Se trata, como sabemos, de un texto que trata de forma cándida y cómica la atracción sexual, los hijos bastardos y la hipocresía de los párrocos. Los pecados de la carne aparecen reflejados de una forma abierta y la mezquindad de aquellos que se sienten dueños de la verdad, también. El hecho de que sea evidente en su carta que Jane y Tom habían comentado la novela tiene muchos significados pues abunda en la idea que transmiten las obras de Austen de abandonar toda propensión a juzgar a los demás por cuestiones morales. Lo que no es poca cosa en esos años, desde luego. Su carácter pionero desde el punto de vista intelectual y de las relaciones sociales y personales, ya aparece, por tanto, reflejado con exactitud en esta carta.

El contenido de la misiva convierte a Jane Austen, por primera y casi única vez, en la protagonista de una historia amorosa. Sabemos que sus esperanzas no se verán cumplidas. La familia de Tom Lefroy, advertida sin duda de la atracción entre los dos jóvenes, se lo llevará cuanto antes de allí y evitará, en lo sucesivo, que se encuentre con Jane. Algo parecido hará Fanny Ferrars con su hermano Edward cuando descubra la especial amistad que lo une a Elinor Daswood. Jane será consciente de lo que ocurre, sin duda, pero su carácter propenso a una sana alegría y a un sufrimiento siempre matizado por la racionalidad, no le permitirá entregarse al dolor sino sobrellevar su existencia del mejor modo posible. Será el manuscrito guardado en el cajón el que decidirá su futuro. El matrimonio y los hijos no estaban en su destino. Pero quizá esos días en los que atesoró un amor apasionado, en el que no faltarían, a buen seguro, besos, pulsos acelerados, llama viva de deseo, respiraciones agitadas, quedaron en su memoria para siempre. Y también el dolor punzante de la ausencia, de la pérdida, del adiós.

No es de extrañar, por tanto, que su escritura refleje tan fielmente el flaco favor que la economía de las familias y la necesidad de un buen matrimonio causaban al amor verdadero. Ambos, Lefroy y Jane, habían crecido con el mismo y pésimo hábito de sacrificar el amor en aras del consentimiento familiar y este solamente tenía como fin la pura conveniencia. Por eso quizá se permite hacer en sus obras juegos malabares con las relaciones entre los hombres y las mujeres. Quizá la huida de Lydia Bennet con Whickham esté en el fondo. O la forma en la que Marianne Dashwood decide unirse al coronel Brandon para no ser una solterona sufriente por un hombre que no la merecía. O, sobre todo, la alegre conformidad de Elizabeth Bennet cuando observa que Darcy no la encuentra lo suficientemente guapa como para estimular su deseo de bailar.

Siempre he pensado que, en lo tocante al carácter, Lizzy Bennet era su trasunto. Una mujer espontánea, divertida, alegre, alta y con buena figura (como se decía que era Jane Austen), con los ojos castaños y vivos (nada de ojos claros) y el pelo castaño sencillamente arreglado. Una mujer normal cuyas principales armas son el ingenio, la inteligencia, la vivacidad. La venganza de Austen estuvo, no cabe duda, en que esa mujer enamorara, y de qué forma, al prototipo del hombre elegante, guapo y rico, Darcy, nada menos.

Después del episodio de Tom Lefroy, Jane se dedicó a escribir con más frecuencia. Había aprendido en carne propia lo que significaba ser vulnerable sexual y sentimentalmente. Lo que era extasiarse ante un extraño que te hacía bullir la sangre o temblar de pies a cabeza. Había experimentado la contención, la posesión de un anhelo que nunca se cumpliría. Todo esto fueron enseñanzas que trasladó a su escritura. Quizá, en aquel año de 1796, ella, Jane Austen, hubiera dado todo el ingenio y el talento que poseía a cambio de convertirse en la señora de Tom Lefroy y en la madre de sus futuros siete hijos.

En lo que respecta a nosotros fue en octubre de ese año cuando comenzó a escribir, antes de cumplir los veintiuno, Orgullo y prejuicio que llevó, al principio, el título de Primeras impresiones. Y al año siguiente asumió la tarea de reescribir Sentido y sensibilidad, en su origen una obra epistolar titulada Elinor and Marianne. A continuación, escribió el primer borrador de Susan, que se acabaría llamando La abadía de Northanger. La pena, la tristeza, el desamor, de Jane Austen produjo tres espléndidas novelas en solo cuatro años. Todavía no había cumplido los veinticuatro.

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