Ir al contenido principal

"La señora Osmond" de John Banville

Es un atrevido ejercicio literario tomar una obra maestra y construir una secuela. En el cine esto nunca suele traer buenas noticias, salvo que hablemos de El Padrino, cuya segunda entrega no desmerece de la primera (hay gente que la prefiere) e, incluso, la tercera podría ser considerada obra maestra si se analizara aparte. 
Pero en literatura es diferente. El estilo, esa marca que identifica a un escritor con respecto a otro, es algo muy difícil de imitar. Y las imitaciones en sí mismas no tienen valor alguno, se les nota a la legua, son alambicadas, falsas, huecas. Por eso no se trata de imitar sino, quizá, de recrear, de forzar una evolución que sea creíble. 
Esto es lo que ha intentado hacer John Banville con su última novela "La señora Osmond". El punto de partida es "Retrato de una dama" la excepcional obra de Henry James de quien no hace falta hacer ningún panegírico. Es, probablemente, uno de los cinco escritores más importantes de toda la historia de la literatura mundial. 
De modo que resulta aconsejable, antes de meterse en harina con este libro, darse una vuelta por el de James, leerlo o releerlo, porque, en caso contrario, se nos van a escapar los matices, la trama nos parecerá en el aire y, sobre todo, no tendremos en la cabeza el minucioso análisis que de hechos y personajes hace el escritor estadounidense. Esta es su principal característica y es lo que Banville ha tenido más presente a la hora de escribir el libro. Los ambientes, por otra parte, son un telón de fondo que en la obra de James no solamente no pasan desapercibidos ni se culminan con brochazos sino que constituyen explicaciones en sí mismos de lo que ocurre y de cómo actúan los personajes. Nada es baladí, podíamos decir, en la obra de Henry James. Ni los asuntos, ni los lugares, ni la naturaleza, ni los espacios, ni la forma de vida, ni las emociones, ni la gente, nada es baladí. 
El personaje principal en ambos libros, Isabel Archer es excepcional. Pocas veces un personaje femenino reúne tantos matices, tantas características especiales que forman un carácter digno de estudio. Es especialmente llamativa la forma en que la describe James cuando siendo una muchacha muy joven llega a casa de los Touchett para vivir con sus parientes. Allí está el señor Touchett, un caballero rico que llegó a vivir a Inglaterra desde EEUU (quien sabe si, en su mentalidad, trasunto del propio James, un trasterrado que nunca llegó a considerarse de ningún sitio), además de Ralph Touchett, su hijo y primo, por tanto, de Isabel, y Lord Warburton quien, junto con Caspar Goodwood formarán el dúo de pretendientes de la joven.
La referencia al señor Archer, el padre de la chica, es encantadora: "...el señor Archer era poseedor de una cabeza privilegiada y de unos modales cautivadores (de hecho, como uno de ellos había comentado, siempre estaba "cautivando" algo). Es decir, era un trilero que vivía del cuento. Sus hijas, y esta frase es antológica "habían sido enviadas a colegios frívolos, dirigidos por franceses", dejando caer un chauvinismo que se suele achacar al país galo. Isabel es un diamante en bruto, alguien en quien el carácter estrafalario de la señora Touchett, que vive en Italia salvo el poco tiempo que comparte con su esposo e hijo, deposita su esperanza de que le proporcione momentos entretenidos. Y que a la chica le dará ocasión de escuchar de primera mano "conversaciones de mayores, algo que para Isabel constituía un auténtico placer".
Pues bien, John Banville, en un atrevimiento que no resulta inusual en alguien como él, dominador de estilos y dueño de un fraseo envidiable, toma la historia de Isabel Archer justo cuando la suelta Henry James. Y la sigue desarrollando a su manera, respetando los personajes antiguos e introduciendo los nuevos que le van pareciendo adecuados. Es un formidable ejercicio de estilo el que hace, de creación de situaciones, de dibujo de personajes y diálogos, de movimientos aquí y allá, de encuentros y de contradicciones. También está conseguido el telón de fondo, el ambiente y la recreación de la época. No son inverosímiles las situaciones que plantea ni siquiera el desenlace, abierto, cuando la protagonista se marcha a otro país, en una especie de vuelo sin motor, de búsqueda de nuevos aires, de borrón y cuenta nueva.
Pero Banville no es James. Y su literatura no es como la del viejo escritor. Puedes ser, además, un genio de la palabra, captarlo todo, recrearlo y volverlo a lanzar a la palestra, pero faltarte algún detalle, algún pequeño detalle, que hace distintas las cosas. El aroma James tiene un ingrediente fundamental, es un guiso al que se adereza con una sustancia que él domina como nadie, que él utiliza con tanto sigilo, inteligencia, fortaleza y acierto que es sumamente imposible imitarla, si es que se ha intentado hacer en este caso, que creo que no.
La ironía. La mirada irónica de James hacia sus personajes y las situaciones que ellos viven da a la narración una ligereza que alivia su prolijidad, hace sencilla su dificultad y evita el amaneramiento y el discurso plúmbeo. Sin embargo, Banville se ha tomado la cosa tan en serio y, sobre todo, se ha tomado tan en serio a sí mismo, a su empresa, a su empeño, que no hay en su relato ni una pizca de puerta de salida para relajar un poco la tensión que los hechos te hacen experimentar. Es un relato solemne y bien armado, pero exento de esa media sonrisa autocrítica y relajante que vibra en el relato de James. Y sin ese elemento, el texto pierde credibilidad, los fuegos artificiales del estilo crepitan pero, cuando se apagan, entonces hay cierta orfandad de emociones. Y la emoción es lo que nos acerca a "Retrato de una dama" y lo que nos aleja, lamentablemente, de "La señora Osmond".


La señora Osmond. John Danville. Traducción de Miguel Temprano García. Narrativa Internacional. Editorial Alfaguara. Primera edición en castellano: mayo de 2018. Imagen de portada: Mary Jane Ansell. 


Comentarios

Entradas populares de este blog

"Baumgartner" de Paul Auster

  Ha salido un nuevo libro de Paul Auster. Algunos lectores parece que han cerrado ya su relación con él y así lo comentaban. Han leído cuatro o cinco de sus libros y luego les ha parecido que todo era repetitivo y poco interesante. Muchos autores tienen ese mismo problema. O son demasiado prolíficos o las ideas se les quedan cortas. Es muy difícil mantener una larga trayectoria a base de obras maestras. En algunos casos se pierde la cabeza completamente a la hora de darse cuenta de que no todo vale.  Pero "Baumgartner" tiene un comienzo apasionante. Tan sencillo como lo es la vida cotidiana y tan potente como sucede cuando una persona es consciente de que las cosas que antes hacía ahora le cuestan un enorme trabajo y ha de empezar a depender de otros. La vejez es una mala opción pero no la peor, parece decirnos Auster. Si llegas a viejo, verás cómo las estrellas se oscurecen, pero si no llegas, entonces te perderás tantas cosas que desearás envejecer.  La verdadera pérdida d

“El dilema de Neo“ de David Cerdá

  Mi padre nos enseñó la importancia de cumplir los compromisos adquiridos y mi madre a echar siempre una mirada irónica, humorística, a las circunstancias de la vida. Eran muy distintos. Sin embargo, supieron crear intuitivamente un universo cohesionado a la hora de educar a sus muchísimos hijos. Si alguno de nosotros no maneja bien esas enseñanzas no es culpa de ellos sino de la imperfección natural de los seres humanos. En ese universo había palabras fetiche. Una era la libertad, otra la bondad, otra la responsabilidad, otra la compasión, otra el honor. Lo he recordado leyendo El dilema de Neo.  A mí me gusta el arranque de este libro. Digamos, su leit motiv. Su preocupación porque seamos personas libres con todo lo que esa libertad conlleva. Buen juicio, una dosis de esperanza nada desdeñable, capacidad para construir nuestras vidas y una sana comunicación con el prójimo. Creo que la palabra “prójimo“ está antigua, devaluada, no se lleva. Pero es lo exacto, me parece. Y es importan

Ripley

  La excepcional Patricia Highsmith firmó dos novelas míticas para la historia del cine, El talento de Mr. Ripley y El juego de Ripley. No podía imaginar, o sí porque era persona intuitiva, que darían tanto juego en la pantalla. Porque creó un personaje de diez y una trama que sustenta cualquier estructura. De modo que, prestos a ello, los directores de cine le han sacado provecho. Hasta cuatro versiones hay para el cine y una serie, que es de la que hablo aquí, para poner delante de nuestros ojos a un personaje poliédrico, ambiguo, extraño y, a la vez, extraordinariamente atractivo. Tom Ripley .  Andrew Scott es el último Ripley y no tiene nada que envidiarle a los anteriores, muy al contrario, está por encima de todos ellos. Ninguno  ha sabido darle ese tono entre desvalido y canalla que tiene aquí, en la serie de Netflix . Ya sé que decir serie de Netflix tiene anatema para muchos, pero hay que sacudirse los esquemas y dejarse de tonterías. Esta serie hay que verla porque, de lo c

Un aire del pasado

  (Foto: Manuel Amaya. San Fernando. Cádiz) Éramos un ejército sin pretensiones de batalla. Ese verano, el último de un tiempo que nos había hechizado, tuvimos que explorar todas las tempestades, cruzar todas las puertas, airear las ventanas. Mirábamos al futuro y cada uno guardaba dentro de sí el nombre de su esperanza. Teníamos la ambición de vivir, que no era poco. Y algunos, pensábamos cruzar la frontera del mar, dejar atrás los esteros y las noches en la Plaza del Rey, pasear por otros entornos y levantarnos sin dar explicaciones. Fuimos un grupo durante aquellos meses y convertimos en fotografía nuestros paisajes. Los vestidos, el pelo largo y liso, la blusa, con adornos amarillos, el azul, todo azul, de aquel nuestro horizonte. Teníamos la esperanza y no pensamos nunca que fuera a perderse en cualquier recodo de aquel porvenir. Esa es la sonrisa del adiós y la mirada de quien sabe que ya nunca nada se escribirá con las mismas palabras.  Aquel verano fue el último antes de separa

La paz es un cuadro de Sorolla

  (Foto: Museo Sorolla) La paz es un patio con macetas con una silla baja para poder leer. Y algunos rayos de sol que entren sin molestar y el susurro genuino del agua en una alberca o en un grifo. Y mucho verde y muchas flores rojas, rosas, blancas y lilas. Y tiestos de barro y tiestos de cerámica. Colores. Un cuadro de Sorolla. La paz es un cuadro de Sorolla.  Dos veces tuve un patio, dos veces lo perdí. Del primero apenas si me acuerdo, solo de aquellos arriates y ese sol que lo cruzaba inclemente y a veces el rugido del levante y una pared blanca donde se reflejaban las voces de los niños y una escalera que te llevaba al mejor escondite: la azotea, que refulgía y empujaba las nubes no se sabía adónde. Un rincón mágico era ese patio, cuya memoria olvidé, cuya fotografía no existe, cuya realidad es a veces dudosa.  Del segundo jardín guardo memoria gráfica y memoria escrita porque lo rememoro de vez en cuando, queriendo que vuelva a existir, queriendo que las plantas revivan y que la

Woody en París

  Los que formamos la enorme legión de militantes en la fe Allen esperamos siempre con entusiasmo y expectación su última película, no la que termine con su carrera sino la que continúe con la misma. A ver qué dice, a ver qué pasa, a ver qué cuenta. Esperamos su narrativa y sus imágenes, creemos en sus intenciones y admiramos que vuelva a trabajar con profesionales tan magníficos como este Vittorio Storaro, director de fotografía, que dejó en la retina sus dorados memorables en otras de sus películas y que ahora plasma un París de ensueño. ¿Quién no querría recorrer este París? En el imaginario Allen tiene un papel esencial la suerte, la casualidad, aquello que surge sin esperarlo y que te cambia la vida. Él cree firmemente en eso y nosotros también. Shakespeare lo llamaría "el destino" y Jane Austen trataría de que la razón humana compensara las novelerías de la naturaleza. Allen también cree en la fuerza de la atracción y en la imposible lucha del ser humano contra sí mismo

“Anna Karénina“ de Lev N. Tolstói

Leí esta novela hace muchos años y no he vuelto a releerla completa. Solo fragmentos de vez en cuando, pasajes que me despiertan interés. Sin embargo, no he olvidado sus personajes, su trama, sus momentos cumbre, su trasfondo, su contexto, su sentido. Su espíritu. Es una obra que deja poso. Es una novela que no pasa nunca desapercibida y tiene como protagonista a una mujer poderosa y, a la vez, tan débil y desgraciada que te despierta sentimientos encontrados. Como le sucede a las otras dos grandes novelas del novecientos, Ana Ozores de La Regenta y Emma Bovary de Madame Bovary, no se trata de personas a las que haya que imitar ni admirar, porque más que otra cosa tienen grandes defectos, porque sus conductas no son nada ejemplares y porque parecen haber sido trazadas por sus mejores enemigos. Eso puede llamarse realismo. Con cierta dosis de exageración a pesar de que no se incida en este punto cuando se habla de ellos. Los hombres que las escribieron, Tolstói, Clarín y Flaubert, no da