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Maltratadores y víctimas: La inquilina de Wildfeld Hall de Anne Brontë

El universo cerrado en el que vivían los Brontë, las tres hermanas y el hermano, produjo unos frutos literarios diversos. Esta novela de Anne Brontë (1820-1849), podría resumirse diciendo que trata de un tipo maltratador psicológico, débil, pervertido y egoísta, así como de su víctima, una mujer que se enamora para su desgracia. 

Helen Graham cree sinceramente que ella hará posible el milagro de que su marido se convierta en un hombre cabal y deje de ser un libertino, borracho y manipulador. Así lo creen también las miles de mujeres que se enamoran del hombre equivocado. Ellas luchan contra sí mismas y contra ellos para lograr su objetivo pero terminan destrozadas, hundidas, perdidas, cansadas y, a veces, con la esperanza muerta. 

Lo peor de Arthur, el marido de Helen, es que no reconoce abiertamente su juego y eso origina que ella se sienta hasta culpable por las culpas de él. Es verdad que hay un sentido religioso en esa culpabilidad, pero también lo es que Arthur es un perfecto manipulador, esa clase de hombre que dice a cada cual lo que desea oír, que se arriesga al máximo cuando quiere conseguir algo y que persiste hasta la extenuación para que sus deseos se cumplan, caiga quien caiga y sea como sea. Un ser débil que odia, en realidad, la fortaleza de la gente honesta. Todo lo contrario a un hombre de bien. Esa es la conclusión a la que todos llegan en cuanto lo conocen un poco y, sin embargo, la duda, la enorme duda, de Helen, que lo considera una persona extraviada pero en el fondo buena. Pues la verdad les que ese fondo no existía y demasiado tarde ella lo entenderá. Pero antes han de llegar muchas lágrimas. 

Este tema tan moderno, tan actual, tan intemporal, tan vigente, se envuelve en una factura literaria victoriana que le quita parte de su potencial expresivo. Y en una estructura narrativa que favorece la expresión ciertamente alambicada del texto. Las cartas que escribe Gilbert, el joven impetuoso que se enamorará de la mujer, y los textos privados de esta, que le son dados a leer a Gilbert para que pueda comprenderla. Sorprende que la mujer sea capaz de escribir con enorme sutileza y de dibujar con talento. Ella es, en realidad, una artista, una mujer que ha desperdiciado su ingenio con un hombre despreciable. Un canalla encantador que se convierte en un decrépito truhán. 

El prefacio a la segunda edición, escrito por la propia autora, que inicia el libro no tiene desperdicio y es un testimonio muy interesante de su pensamiento, bastante más adelantado que la forma expresiva que utiliza. Insiste en que el libro lo ha escrito Acton Bell y no Currer ni Ellis (los nombres que sus hermanas y ella usaban para firmar sus libros) y hace frente a las críticas de que la novela es demasiado, fuerte y morbosa. En realidad, lo es. No solamente para esa época sino para cualquiera, porque pone de manifiesto el proceso psicológico que sigue una mujer normal cuando se encuentra con un manipulador emocional, rayano en el narcisismo perverso, que hace que ella actúe como no quiere actuar y que sienta como no debe sentir. Pero el lenguaje, la forma, es plenamente acorde con su tiempo y mucho más en este caso, porque todo responde a la narración de los hechos que hacen dos de los personajes. 

La inquilina de Wildfeld Hall. Anne Brontë. Editorial Alba, colección Minus. Traducción de Waldo Leirós. 604 páginas. Apareció publicada en 1848 y fue la segunda y última novela de esta autora. 

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