El estilo Austen

En la biografía que Claire Tomalin ha escrito sobre Jane Austen, editada en castellano por Circe,  hay una frase que me hace pensar: 

“Las damas y caballeros de Kent, a quienes Jane se arriesgaba a inquietar con su inteligencia, pertenecían a la familia de Edward y a su círculo social”.

Pasemos por alto quién era el tal Edward y fijémonos en la primera parte de la frase: 

“se arriesga a inquietar con su inteligencia”.....

Veo con claridad ese salón en la casa de Kent y veo a las damas y a los caballeros observando a Jane, su sencillo vestido, su peinado discreto, sus manos serenas y bien colocadas sobre el regazo. Y su implacable sentido del humor. Y su enorme ingenio. Y su aptitud para poner nombres a las cosas. Y sus juicios llenos de inteligencia práctica. Y su imaginación para inventar historias. Y su capacidad para observarlos a todos desde lejos. Y entonces entiendo que la naturaleza reparte dones y ni siquiera sabes por qué, en ese sorteo injusto, a unos les toca mucho y a otros poco. Y a Jane, por mucho que lo pensemos, le tocó lo más caro. El talento.

Su opinión sobre Kent, plagada de ese aire irónico que daba a sus escritos, puede observarse en algo que escribe un duro invierno en Hampshire: “En esta parte del mundo todos son tan terriblemente pobres y económicos, que he perdido la paciencia con ellos....Kent es el único lugar donde se puede ser feliz; allí todos son ricos”

¿Cuánto de esas damas que conoció en Kent trasladó la escritora a sus “mujeres”, a las protagonistas y secundarias de sus libros? ¿Cuánto había de los vecinos de su aldea, de las parroquianas de Steventon, la rectoría de su padre? ¿Cuánto de las elegantes de Bath? ¿Cuánto de las personas que conoció, fugazmente, en sus viajes a Londres? ¿Cuánto de su imaginación?


Esa capacidad de observación, esa forma natural de asimilar lo que veía, esa facilidad para escribir no se corresponde únicamente con lo que llamamos “inspiración”. No. En Jane había mucho trabajo, mucha elaboración, siquiera sea por la lejanía entre escritura y publicación, que le daba ocasión de repasar y repasar sus escritos. No sabemos si era perfeccionismo o mera circunstancia. Cuando escribió la primera versión de “Orgullo y Prejuicio” tenía veinte años. La publicó con treinta y siete. “Sentido y Sensibilidad” se publicó dieciséis años después de ser escrita. “La abadía de Northanger” no logró encontrar editor hasta veinte años después de escribirse y se publicó cuando Jane Austen había fallecido.

Una característica esencial de lo que llamo “el estilo Austen” es que ensaya fórmulas narrativas diferentes en cada una de sus obras. No repite prototipos. No vuelve sobre temas anteriores. Ensaya y ensaya. Experimenta. Todas sus obras abren un camino diferente que se queda abierto para que los escritores posteriores lo transiten. En sus novelas hay siempre una escena crucial, no desde el punto de vista de la historia, sino del estilo. En “Sentido y Sensibilidad”, por ejemplo, está claro que es la que protagonizan Fanny Dashwood y su marido, a la hora de decidir cuánto dinero pasarán a la señora Dashwood y sus hijas a la muerte del padre. Dieciséis frases maestras de la manipulación en la que se cambia la intención del hombre sin que éste lo pueda ni siquiera notar. Genial.
Hay una circunstancia que me gustaría hacer notar: cuando escribe “Orgullo y Prejuicio” está pasando uno de los momentos personales y familiares más difíciles. En cambio, es el libro más amable, divertido y lleno de buenos momentos. Una forma, quizá, de conjurar el dolor, de hacer que la vida fuera más amable. 


Jane Austen se refugia en la escritura de manera que, siendo así que escribir es una actividad que la complace, no se preocupa tanto de si se publicará o no lo que escribe. Es una escritora en sí misma. Por ella misma. Sin ataduras de editores o de público. Hasta qué punto si hubiera tenido presiones editoriales su obra tendría otro sabor, es algo que no podemos conocer. Solamente se pueden hacer conjeturas. Pero el caso es que escribió sus libros con total libertad, sin esperar nada a cambio salvo el placer de escribir aunque nunca podría evitar sentir esa satisfacción especial de ver tu obra publicada. Pero esa es otra cuestión que en nada atañe al estilo.

A veces es precisamente la escritura, la literatura, la que consigue que nos convirtamos en algo que no somos pero que querríamos ser. En el caso de Jane Austen está claro que la alegría y la espontaneidad de su carácter, así como el ingenio, tienen mucho que ver con el personaje de Elizabeth Bennet (seguramente la muchacha más encantadora de cuantas describe) no es menos cierto que los Bennet vivían con un bienestar que los Austen nunca conocerían. Aunque las cuentas no salen, como ya sabemos, y aunque la propiedad está vinculada a la rama masculina (de ahí la llegada intempestiva y cómica del señor Collins), está claro que las chicas Bennet no saben llevar una casa, no hacen labores domésticas y el señor Bennet se pasa el día en su biblioteca y haciendo bromas sobre la vida que a nada conducen. Realidad y fantasía son divergentes. 

He ahí el talento claro de una escritora. 

(Imágenes: Londres en tiempos de Jane Austen) 


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