Ir al contenido principal

"Un buen tipo" de Susan Beale

Si al leer este libro sacas la sensación de que Ted y Abigail son un matrimonio normal, con las frustraciones propias de ese estado, no estaremos de acuerdo. No debería haber nada de normal en la desesperación de ella porque su marido tiene tan poco tacto, repara escasamente en las cosas que su mujer hace bien y tanto en las que hace mal.

Tampoco en el descuido con que Abigail se toma los pequeños logros profesionales de su marido. Es verdad que vender neumáticos tiene poca poesía pero, al fin y al cabo, lleva varios meses siendo considerado por su empresa "el vendedor del mes". Algo es algo. Aunque ese algo no satisfaga al exigente padre de Abigail, ni a su madre, que esperaban bastante más para el esposo de su hija. Los matrimonios presuntamente desiguales siempre terminan pasando factura. Haría falta, para evitarlo, una ración extra de amor y otra de autoestima. 

Los domingos en casa de los padres de ella son una muestra evidente de que la pasión se ha desvanecido y ellos son ya una sombra de lo que fueron. Nada que no sepamos. La comida rutinaria y el pastel consabido no bastan, no son nada, para hacer soportable esa soledad de la pareja que ya no tiene nada que decirse. Tampoco da la sensación de que los encuentros con vecinas, con mujeres de su mismo entorno, sacudan la modorra rutinaria de Abigail, que tiene que lidiar con la casa y con la niña, llorona, impertinente y que no se lanza todavía a andar, a pesar de que tiene suficiente edad para ello. Ambos, Abigail y Ted, son personas desgraciadas, a las que la vida ha dado poco en comparación con esas cosas que existen por ahí y que otros disfrutan. Pero no lo parecen. He aquí la cuestión. Una suave neblina cubre la realidad y todo parece funcionar aunque nada funciona. 

Por ejemplo, está lo del baile. O la efervescencia de los encuentros inopinados en los que aparecen chicas menudas y de cabello negro. Eso lo logra atisbar Ted cuando, después de conocer a la pizpireta Penny, encuentra uno de sus guantes, perfumado, oliendo a mentol, en el coche y decide llevarlo a la tintorería para entregarlo a su dueña. Una pequeña decisión que traerá cola. Al tiempo. En el universo de un hombre aburrido una sencilla prenda de vestir de una chica atractiva y que lo ha mirado con atención suficiente como para valorar su trabajo, no puede ser despreciada. 

La novela tiene el acierto de intrigarnos. Comienza en 2008, cuando la madre de Abigail la llama urgentemente porque a su casa ha llegado una carta para ella, y da un salto atrás, en el momento en que esa carta va a ser abierta, hasta los años sesenta, los años del matrimonio de Ted y Abigail. Sospechamos quizá qué contiene esa carta, pero pasarán las páginas y no se nos dirá todavía. Las mariposas de la duda aletean por el estómago. Son parecidas a las del amor pero las del amor son más punzantes y juguetonas. Sin embargo, queremos saber qué dice, queremos confirmar si nuestras sospechas son ciertas, queremos seguir leyendo. Ese es el caso. 

La chica del vestido rojo, Penny, es secretaria y también tiene su historia. Y formará parte de una manera especial de la historia de Abigail y Ted. Pero contarlo sería quitaros la emoción del descubrimiento. Y eso no. 

Un buen tipo. Susan Beale. Colección Contemporánea. Alba Editorial. Traducción de Patricia Antón de Vez. Susan Beale es una periodista y editora que ha escrito su primera novela. 

Comentarios

Tabuyo Alonso ha dicho que…
Lo vi en la web de Alba y la verdad es que no sabría decir si me llama o no la atención. En principio parece una historia de pareja sin más pero imagino que habrá algo más detrás, una moraleja o un fin al que llevar al lector.
De momento lo dejo en veremos.

Saludos!
Caty León ha dicho que…
Saludos también para ti.

Entradas populares de este blog

"Baumgartner" de Paul Auster

  Ha salido un nuevo libro de Paul Auster. Algunos lectores parece que han cerrado ya su relación con él y así lo comentaban. Han leído cuatro o cinco de sus libros y luego les ha parecido que todo era repetitivo y poco interesante. Muchos autores tienen ese mismo problema. O son demasiado prolíficos o las ideas se les quedan cortas. Es muy difícil mantener una larga trayectoria a base de obras maestras. En algunos casos se pierde la cabeza completamente a la hora de darse cuenta de que no todo vale.  Pero "Baumgartner" tiene un comienzo apasionante. Tan sencillo como lo es la vida cotidiana y tan potente como sucede cuando una persona es consciente de que las cosas que antes hacía ahora le cuestan un enorme trabajo y ha de empezar a depender de otros. La vejez es una mala opción pero no la peor, parece decirnos Auster. Si llegas a viejo, verás cómo las estrellas se oscurecen, pero si no llegas, entonces te perderás tantas cosas que desearás envejecer.  La verdadera pérdida d

“El dilema de Neo“ de David Cerdá

  Mi padre nos enseñó la importancia de cumplir los compromisos adquiridos y mi madre a echar siempre una mirada irónica, humorística, a las circunstancias de la vida. Eran muy distintos. Sin embargo, supieron crear intuitivamente un universo cohesionado a la hora de educar a sus muchísimos hijos. Si alguno de nosotros no maneja bien esas enseñanzas no es culpa de ellos sino de la imperfección natural de los seres humanos. En ese universo había palabras fetiche. Una era la libertad, otra la bondad, otra la responsabilidad, otra la compasión, otra el honor. Lo he recordado leyendo El dilema de Neo.  A mí me gusta el arranque de este libro. Digamos, su leit motiv. Su preocupación porque seamos personas libres con todo lo que esa libertad conlleva. Buen juicio, una dosis de esperanza nada desdeñable, capacidad para construir nuestras vidas y una sana comunicación con el prójimo. Creo que la palabra “prójimo“ está antigua, devaluada, no se lleva. Pero es lo exacto, me parece. Y es importan

Un aire del pasado

  (Foto: Manuel Amaya. San Fernando. Cádiz) Éramos un ejército sin pretensiones de batalla. Ese verano, el último de un tiempo que nos había hechizado, tuvimos que explorar todas las tempestades, cruzar todas las puertas, airear las ventanas. Mirábamos al futuro y cada uno guardaba dentro de sí el nombre de su esperanza. Teníamos la ambición de vivir, que no era poco. Y algunos, pensábamos cruzar la frontera del mar, dejar atrás los esteros y las noches en la Plaza del Rey, pasear por otros entornos y levantarnos sin dar explicaciones. Fuimos un grupo durante aquellos meses y convertimos en fotografía nuestros paisajes. Los vestidos, el pelo largo y liso, la blusa, con adornos amarillos, el azul, todo azul, de aquel nuestro horizonte. Teníamos la esperanza y no pensamos nunca que fuera a perderse en cualquier recodo de aquel porvenir. Esa es la sonrisa del adiós y la mirada de quien sabe que ya nunca nada se escribirá con las mismas palabras.  Aquel verano fue el último antes de separa

Ripley

  La excepcional Patricia Highsmith firmó dos novelas míticas para la historia del cine, El talento de Mr. Ripley y El juego de Ripley. No podía imaginar, o sí porque era persona intuitiva, que darían tanto juego en la pantalla. Porque creó un personaje de diez y una trama que sustenta cualquier estructura. De modo que, prestos a ello, los directores de cine le han sacado provecho. Hasta cuatro versiones hay para el cine y una serie, que es de la que hablo aquí, para poner delante de nuestros ojos a un personaje poliédrico, ambiguo, extraño y, a la vez, extraordinariamente atractivo. Tom Ripley .  Andrew Scott es el último Ripley y no tiene nada que envidiarle a los anteriores, muy al contrario, está por encima de todos ellos. Ninguno  ha sabido darle ese tono entre desvalido y canalla que tiene aquí, en la serie de Netflix . Ya sé que decir serie de Netflix tiene anatema para muchos, pero hay que sacudirse los esquemas y dejarse de tonterías. Esta serie hay que verla porque, de lo c

La paz es un cuadro de Sorolla

  (Foto: Museo Sorolla) La paz es un patio con macetas con una silla baja para poder leer. Y algunos rayos de sol que entren sin molestar y el susurro genuino del agua en una alberca o en un grifo. Y mucho verde y muchas flores rojas, rosas, blancas y lilas. Y tiestos de barro y tiestos de cerámica. Colores. Un cuadro de Sorolla. La paz es un cuadro de Sorolla.  Dos veces tuve un patio, dos veces lo perdí. Del primero apenas si me acuerdo, solo de aquellos arriates y ese sol que lo cruzaba inclemente y a veces el rugido del levante y una pared blanca donde se reflejaban las voces de los niños y una escalera que te llevaba al mejor escondite: la azotea, que refulgía y empujaba las nubes no se sabía adónde. Un rincón mágico era ese patio, cuya memoria olvidé, cuya fotografía no existe, cuya realidad es a veces dudosa.  Del segundo jardín guardo memoria gráfica y memoria escrita porque lo rememoro de vez en cuando, queriendo que vuelva a existir, queriendo que las plantas revivan y que la

Woody en París

  Los que formamos la enorme legión de militantes en la fe Allen esperamos siempre con entusiasmo y expectación su última película, no la que termine con su carrera sino la que continúe con la misma. A ver qué dice, a ver qué pasa, a ver qué cuenta. Esperamos su narrativa y sus imágenes, creemos en sus intenciones y admiramos que vuelva a trabajar con profesionales tan magníficos como este Vittorio Storaro, director de fotografía, que dejó en la retina sus dorados memorables en otras de sus películas y que ahora plasma un París de ensueño. ¿Quién no querría recorrer este París? En el imaginario Allen tiene un papel esencial la suerte, la casualidad, aquello que surge sin esperarlo y que te cambia la vida. Él cree firmemente en eso y nosotros también. Shakespeare lo llamaría "el destino" y Jane Austen trataría de que la razón humana compensara las novelerías de la naturaleza. Allen también cree en la fuerza de la atracción y en la imposible lucha del ser humano contra sí mismo

Días de olor a nardos

  La memoria se compone de tantas cosas sensibles, de tantos estímulos sensoriales, que la mía de la Semana Santa siempre huele a nardos y a la colonia de mi padre; siempre sabe a los pestiños de mi invisible abuelo Luis y siempre tiene el compás de los pasos de mi madre afanándose en la cocina con sus zapatos bajos, nunca con tacones. En el armario de la infancia están apilados los recuerdos de esos tiempos en los que el Domingo de Ramos abría la puerta de las vacaciones. Cada uno de los hermanos guardamos un recuerdo diferente de aquellos días, de esos tiempos ya pasados. Cada uno de nosotros vivía diferente ese espacio vital y ese recorrido único desde la casa a la calle Real o a la explanada de la Pastora o a la plaza de la Iglesia, o a la puerta de San Francisco o al Cristo para ver la Cruz que subía y que bajaba. Las calles de la Isla aparecen preciosas en mi recuerdo, aparecen majestuosas, enormes, sabias, llenas de cierros blancos y de balcones con telas moradas y de azoteas co