Ir al contenido principal

El regreso del capitán Wentworth


(Autorretrato de Constance Mayer, 1775-1821)

Anne Elliot, la protagonista de "Persuasión" está muy enamorada de Frederick Wentworth desde los diecinueve años y cuando él le ofrece matrimonio rechaza su proposición. Los diecinueve años de entonces, finales del siglo XVIII y principios del XIX, eran una buena edad para casarse. Incluso se registran matrimonios con menos edad. Sin embargo, Anne renuncia a su felicidad y hace infeliz también al hombre que la quiere. Los consejos de Lady Russell y la falta de aprobación por parte de su padre contribuyen a ello. Sin embargo, Anne tiene sentimientos profundos y ocho años después de aquello, cuando vuelve a encontrarse con Frederick, convertido en el capitán Wentworth, un hombre triunfador y de fortuna, las cosas son bien distintas. Una suerte de determinación la guía. Sabe lo que siente y sabe que ahora actuará de forma diferente si él la sigue amando. Pero es algo que está por ver, no hay ninguna certeza de que el afecto del capitán se haya mantenido en el tiempo. La principal razón de esta duda es que se trata de un hombre orgulloso, que se sintió no solo abandonado en sus sentimientos, sino lastimado, por la actitud de ella. Y Anne debe hallar el justo punto entre su propia dignidad de mujer, que no está en discusión, así como su amor intacto. 

Lo primero, piensa Anne, es entender sus propios sentimientos, descifrar qué siente su corazón cuando la vuelta del capitán se produce. Y por eso destina parte de su tiempo a reflexionar sobre ello.  Esa actitud filosófica de pararse a considerar lo que experimenta y lo que ve, es la guía que marca su actuación y es un aprendizaje que confiere al libro un carácter especial de educación sentimental. En su persona, en Anne Elliot, se da la unión madura de la emoción del amor con el razonamiento. No es un amor ciego. No quiere engañarse, no quiere perderse, no quiere dejar de ser como es y, al tiempo, su corazón y su persona entera tienden hacia el capitán Wentwork de esa forma inequívoca que aparece cuando nos enamoramos. Eso asegura que sea capaz de comportarse debidamente, no según las convenciones sociales, sino según ella misma. El respeto a las normas es algo que se refleja en su proceder, pero no a una norma establecida por el uso colectivo, sino como algo intrínseco a los seres humanos. No hacer daño, no hacérselo a uno mismo. Es una mujer de una pieza que, en análisis más ligeros, puede parecer algo victimista y sufridora. Nada más lejos. 


(Constance Marie Charpentier. Melancholy, 1810) 

La vida de Anne Elliot no está sobrada de afectos. Y la infancia determina el carácter como sabemos. El cariño que recibes, el apego que tienes a tu madre, la seguridad que tu padre te proporciona con su apoyo y protección son definitivos para dibujar una personalidad futura. Es huérfana de madre (como lo es Emma, por ejemplo) y su padre no la quiere. Es un hombre pagado de sí mismo que se contempla en un espejo todos los días. El espejo de la petulancia y la vanidad. Tampoco se siente (con razón) querida por su hermana mayor, Elizabeth, ni por la menor, Mary. Ni una ni otra pueden entender la manera de ser de Anne que es, curiosamente, otra vez "la segunda hija". Como Elizabeth Bennet en "Orgullo y Prejuicio". No la primogénita, como Elinor Dashwood, sino la segunda, la de en medio, alguien que aquí pasa completamente desapercibida y que si no se hubiera enamorado de Frederick Whentwork poco tendría que contar de su primera juventud.

Todas estas circunstancias familiares podrían haberla convertido en una mujer a la deriva, una mujer que se deja llevar por los otros, que busca su aprobación constante (evidencia de una baja autoestima) o que cambia de opinión por agradar. No es así. Anne Elliot se da cuenta perfectamente de cómo son las personas que la rodean y no se equivoca. Tiene un sexto sentido, una inteligencia clara que, unida a su capacidad de razonar, la convierten en una mujer preparada para entender el mundo y para conocer a sus semejantes. No espera ningún imposible y sabe distinguir lo bueno de lo innoble. 

El personaje de Lady Russell es ambivalente, no acaba de darnos la clave de su pensamiento y de sus acciones. Fue una de las artífices del mal consejo que obligó a Anne a separarse de su enamorado. Pero, por otro lado, parece que la quiere y, sobre todo, que Anne sigue confiando en ella aunque...¿no es verdad que sus pensamientos quedan a resguardo de todos, incluida de Lady Russell, en esta segunda aparición de Frederick en su vida? ¿no será que ha aprendido que, en cuestión de amores, es mucho mejor dejarse guiar de los propios instintos, intuiciones o razonamientos y, en todo caso, equivocarse sola? Así se desprende de su absoluta discreción ya que, en ningún momento, revela a nadie su desazón por el reencuentro ni los pensamientos que ello le suscita. ¿Solo timidez o también prudencia? 


(Marguerite Gérard. Preludie to a Concert. 1810)

En realidad Anne Elliot es la primera heroína de novela que ha de luchar por mantener su equilibrio personal al tiempo que intenta reconquistar al hombre que quiere y que perdió en su día. No se trata, además, de una jovencita de extremada belleza, como Emma, o de ingenio notable, como Elizabeth Bennet, sino de una mujer hecha y derecha cercana a la treintena, lo que, en años como aquellos, equivalía ya a la madurez. Es bella sin exagerar, tiene una pequeña dote y nada destaca en ella a primera vista. Esto hace mucho más interesante su peripecia. No es una top-model sino una persona normal. Cualquiera de nosotras podía ser Anne Elliot. Y no logra su objetivo, es decir, el amor de Wentworth con malas artes, con técnicas de simulación o de manipulación, que ofenderían su sensibilidad y la harían avergonzarse de sí misma. Ese todo lo contrario, es la limpieza de sus actuaciones, la claridad de sus sentimientos y su actitud de frente y sin impostura, lo que la hace aparecer ante los ojos del capitán, tanto antes como ahora, con un atractivo irresistible. 

Anne Elliot, siendo pasablemente guapa, tiene algo que es tan valioso como la hermosura y mucho más útil en estos casos. Una especial inteligencia emocional que hace que sus reflexiones sobre qué le ocurre y por qué le pasan las cosas sean acertadas y dignas de ser tenidas en cuenta. No se engaña a sí misma pero tampoco se deja llevar por lamentos inútiles. Ve la realidad, ni más ni menos. Por eso va observando la evolución que la conducta del capitán Wentwork va experimentando, desde su inicial desapego aparente hasta esas conversaciones casi robadas, esas miradas, que le dan a entender que el fuego existe, que no se ha apagado del todo. Y no se equivocó. Esa penetración psicológica que hace de su amado es cosa de mujeres modernas, de mujeres seguras de sí misma que no están dispuestas a vivir la vida de otros ni a renunciar a la suya propia. Y la descripción que hace la autora de los momentos de zozobra, que los hay, de tristeza, desconcierto o duda, es uno de los puntos fuerte de la narración.

En las novelas de Austen no pasa nada, salvo que las personas hablan entre sí, se visitan, se mueven de una casa a otra, acuden a reuniones, asisten a bailes o a conciertos, pasean por la calle, se encuentran y se relacionan. Este microcosmos humano es el que da lugar a todo tipo de emociones y sentimientos, desde los más elevados a los más abyectos. Es un muestrario de la naturaleza humana que todos reconocemos al leer sus libros. Y, junto a los sentimientos y las emociones, las conductas, los actos, los hechos que son incontestables y que no admiten sino la fidelidad de la prueba. Anne Elliot posee una penetrante capacidad de observación y necesita momentos de reflexión para encajar todo lo que ve y lo que siente. Nada hay de impulsividad, pues, en esa forma de actuar. Lo impulsivo surge, como es natural, en esos encuentros imprevistos en los que ella, cogida por sorpresa, debe sujetar su corazón, atarlo en corto, evitar que por los ojos y la boca salga todo el torrente de un sentimiento que, controlado o no, es verdadero y genera ríos de pasión.

------------------------------------

Las pinturas que aparecen en esta entrada formaron parte de una exposición que se organizó en el año 2012 en el Museo Nacional de Suecia. La muestra se llamó Stolhet och fördom (Orgullo y prejuicio) tomando así el nombre de la novela más famosa de Jane Austen. El período histórico que ocupaba (1775-1860)  incluía el tiempo en que vivió la escritora, que nació en 1775 y murió en 1817. 
Este período histórico contempla la tensión entre burguesía y nobleza, la Ilustración y la Revolución Francesa entre otros acontecimientos de gran repercusión en el occidente europeo y en América. 

El objetivo era dar visibilidad a pintoras que en su momento no habían podido ocupar los Salones como su talento merecía. Allí estaban, entre otras, además de las que aparecen en los pies de imágenes, Marie-Suzanne Giroust (1734-1772), Marie- Thérèse Roboul (1728-1805), Anna Wallayer-Coster  ( 1744- 1818), Ulrica Pasch (1735-1796), Amalia Lindegren, Hortense Haudebourt-Lescot...

La novela a la que se refiere esta entrada es "Persuasión" escrita por Jane Austen,  que fue publicada póstumamente en 1818. 

Comentarios

Entradas populares de este blog

“El dilema de Neo“ de David Cerdá

  Mi padre nos enseñó la importancia de cumplir los compromisos adquiridos y mi madre a echar siempre una mirada irónica, humorística, a las circunstancias de la vida. Eran muy distintos. Sin embargo, supieron crear intuitivamente un universo cohesionado a la hora de educar a sus muchísimos hijos. Si alguno de nosotros no maneja bien esas enseñanzas no es culpa de ellos sino de la imperfección natural de los seres humanos. En ese universo había palabras fetiche. Una era la libertad, otra la bondad, otra la responsabilidad, otra la compasión, otra el honor. Lo he recordado leyendo El dilema de Neo.  A mí me gusta el arranque de este libro. Digamos, su leit motiv. Su preocupación porque seamos personas libres con todo lo que esa libertad conlleva. Buen juicio, una dosis de esperanza nada desdeñable, capacidad para construir nuestras vidas y una sana comunicación con el prójimo. Creo que la palabra “prójimo“ está antigua, devaluada, no se lleva. Pero es lo exacto, me parece. Y es importan

Ripley

  La excepcional Patricia Highsmith firmó dos novelas míticas para la historia del cine, El talento de Mr. Ripley y El juego de Ripley. No podía imaginar, o sí porque era persona intuitiva, que darían tanto juego en la pantalla. Porque creó un personaje de diez y una trama que sustenta cualquier estructura. De modo que, prestos a ello, los directores de cine le han sacado provecho. Hasta cuatro versiones hay para el cine y una serie, que es de la que hablo aquí, para poner delante de nuestros ojos a un personaje poliédrico, ambiguo, extraño y, a la vez, extraordinariamente atractivo. Tom Ripley .  Andrew Scott es el último Ripley y no tiene nada que envidiarle a los anteriores, muy al contrario, está por encima de todos ellos. Ninguno  ha sabido darle ese tono entre desvalido y canalla que tiene aquí, en la serie de Netflix . Ya sé que decir serie de Netflix tiene anatema para muchos, pero hay que sacudirse los esquemas y dejarse de tonterías. Esta serie hay que verla porque, de lo c

Un aire del pasado

  (Foto: Manuel Amaya. San Fernando. Cádiz) Éramos un ejército sin pretensiones de batalla. Ese verano, el último de un tiempo que nos había hechizado, tuvimos que explorar todas las tempestades, cruzar todas las puertas, airear las ventanas. Mirábamos al futuro y cada uno guardaba dentro de sí el nombre de su esperanza. Teníamos la ambición de vivir, que no era poco. Y algunos, pensábamos cruzar la frontera del mar, dejar atrás los esteros y las noches en la Plaza del Rey, pasear por otros entornos y levantarnos sin dar explicaciones. Fuimos un grupo durante aquellos meses y convertimos en fotografía nuestros paisajes. Los vestidos, el pelo largo y liso, la blusa, con adornos amarillos, el azul, todo azul, de aquel nuestro horizonte. Teníamos la esperanza y no pensamos nunca que fuera a perderse en cualquier recodo de aquel porvenir. Esa es la sonrisa del adiós y la mirada de quien sabe que ya nunca nada se escribirá con las mismas palabras.  Aquel verano fue el último antes de separa

Rocío

  Tiene la belleza veneciana de las mujeres de Eugene de Blaas y el aire cosmopolita de una chica de barrio. Cuando recorríamos las aulas de la universidad había siempre una chispa a punto de saltar que nos obligaba a reír y, a veces, también a llorar. Penas y alegrías suelen darse la mano en la juventud y las dos conocíamos su eco, su sabor, su sonido. Visitábamos las galerías de arte cuando había inauguración y canapés y conocíamos a los pintores por su estilo, como expertas en libros del laboratorio y como visitantes asiduas de una Roma desconocida. En esos años, todos los días parecían primavera y ella jugaba con el viento como una odalisca, como si no hubiera nada más que los juegos del amor que a las dos nos estaban cercando. La historia tenía significados que nadie más que nosotras conocía y también la poesía y la música. El flamenco era su santo y seña y fue el punto culminante de nuestro encuentro. Ella lo traía de familia y yo de vocación. Y ese aire no nos abandona desde ent

“Anna Karénina“ de Lev N. Tolstói

Leí esta novela hace muchos años y no he vuelto a releerla completa. Solo fragmentos de vez en cuando, pasajes que me despiertan interés. Sin embargo, no he olvidado sus personajes, su trama, sus momentos cumbre, su trasfondo, su contexto, su sentido. Su espíritu. Es una obra que deja poso. Es una novela que no pasa nunca desapercibida y tiene como protagonista a una mujer poderosa y, a la vez, tan débil y desgraciada que te despierta sentimientos encontrados. Como le sucede a las otras dos grandes novelas del novecientos, Ana Ozores de La Regenta y Emma Bovary de Madame Bovary, no se trata de personas a las que haya que imitar ni admirar, porque más que otra cosa tienen grandes defectos, porque sus conductas no son nada ejemplares y porque parecen haber sido trazadas por sus mejores enemigos. Eso puede llamarse realismo. Con cierta dosis de exageración a pesar de que no se incida en este punto cuando se habla de ellos. Los hombres que las escribieron, Tolstói, Clarín y Flaubert, no da

La construcción del relato en la ruptura amorosa

Aunque  pasar por un proceso de ruptura amorosa es algo que ocurre a la inmensa mayoría de las personas a lo largo de su vida no hay un manual de actuación y lo que suele hacerse es más por intuición, por necesidad o por simple desesperación. De la forma en que se encare una ruptura dependerá en gran medida la manera en que la persona afectada continúe afrontando el reto de la existencia. Y en muchas ocasiones un mal afrontamiento determinará secuelas que pueden perdurar más allá de lo necesario y de lo deseable.  Esto es particularmente cierto en el caso de los jóvenes pero no son ellos los únicos que ante una situación parecida se encuentran perdidos, con ese aire de expectación desconcentrada, como si en un combate de boxeo a uno de los púgiles le hubieran dado un golpe certero que a punto ha estado de mandarlo al K.O. Incluso cuando las relaciones vienen presididas por la confrontación, cuando se adivina desde tiempo atrás que algo no encaja, la sorpresa del que se ve aban

Novedades para un abril de libros