Elogio de la pausa



La muchacha se llama Gladys, Emma, Leonore, Sally....y está todavía en esa edad en la que la juventud es un atributo que puede disfrutarse sin prisas. Así, en la tarde verdecida de un tiempo en el que las flores están a punto de estallar para perderse, ella piensa sobre las cosas mientras balancea con desinterés un tallo de lirio amarillo silvestre. El vestido se mueve con la ligera brisa. El ala del sombrero oculta sus ojos al sol de la tarde. Podría ser Gudrun volviendo de la clase de pintura o Úrsula regresando de la escuela. Quién sabe qué nombres ocultos anidan en ese corazón afortunado bajo el vestido de muselina y gasa color hielo. 

La vida nos azota en tantas ocasiones que es bueno demorarse. Volver hacia una misma y hallar allí la dicha, las palabras que hemos escondido para que nadie osara convertirlas en un fuego sin límites, en una extraordinaria orquesta de pavesas. Miramos a lo hondo y vemos sentimientos que nunca salen fuera porque no queremos que se contaminen con el paso del tiempo, con la fuerza de los ojos que no saben mirarnos. Defiéndete, decimos. No dejes que ocurra lo inesperado, no dejes que te arrebaten la dicha. Ser feliz es una condición únicamente tuya. Tu sonrisa, tu cara entera dirán al mundo que has gozado de ese instante en el que paseabas silenciosa, pausadamente tierna. 

La pausa es a la vida lo que la música al espíritu. El franco camino del goce más profundo. Ese reverdecer de la esperanza. La nueva primavera. Tienes ante ti todo lo que se ha dicho y lo traduces al idioma que sueñas. Pero no siempre en ese sueño está la realidad. Es mejor sobrellevarlo con una broma que no alcance a descifrarse por quien no ha sabido nunca qué eres ni por qué existes. 

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