Mirarnos tiernamente en la terraza solitaria de un cafetín de Uzès. Sentir las manos sudorosas de caminar unidos por la tierra calma y severa de la Provenza francesa. Emocionarnos con la ruta de Austen, desde Steventon, a Bath y a Chawton. Contarte sus historias como si fuera yo la que las escribiera en el tiempo pasado. Amanecer en la Riviera, a la orilla del mar, y descubrir el color de la vela más alta de ese barco a lo lejos. Pasar la noche en vela, en una poussada portuguesa, adivinando el sonido de tu cuerpo al latir y al abrazarnos. Juntar nuestras cabezas una noche de cine de verano, tendidos en la arena, bajo la atenta luz de las estrellas, en La Misericordia, con el Mediterráneo de testigo. Pasear por la playa sintiendo que los pies se clavan en la arena y, en la espalda, el suave roce, la presión de tus manos, sólidas pero tiernas, pero vivas. Oír tus confidencias en una noche oscura del más feroz invierno, junto a una chimenea, en un lugar mediano del centro de las cosas. Contemplar un eclipse. Viajar a las antípodas. Bebernos la amargura. Compartir la esperanza de hacernos millonarios en un click. Querernos vivamente. No odiar, no sentir miedo. Darnos a la bebida sin límite y sin forma. Bebernos todo entero lo que somos, a la vez, para siempre.
Mi padre nos enseñó la importancia de cumplir los compromisos adquiridos y mi madre a echar siempre una mirada irónica, humorística, a las circunstancias de la vida. Eran muy distintos. Sin embargo, supieron crear intuitivamente un universo cohesionado a la hora de educar a sus muchísimos hijos. Si alguno de nosotros no maneja bien esas enseñanzas no es culpa de ellos sino de la imperfección natural de los seres humanos. En ese universo había palabras fetiche. Una era la libertad, otra la bondad, otra la responsabilidad, otra la compasión, otra el honor. Lo he recordado leyendo El dilema de Neo. A mí me gusta el arranque de este libro. Digamos, su leit motiv. Su preocupación porque seamos personas libres con todo lo que esa libertad conlleva. Buen juicio, una dosis de esperanza nada desdeñable, capacidad para construir nuestras vidas y una sana comunicación con el prójimo. Creo que la palabra “prójimo“ está antigua, devaluada, no se lleva. Pero es lo exacto, me parece. Y es importan
Comentarios