Mi corazón abrilea cada vez que
me llegan tus palabras, todas ellas fértiles, aunque tristes en ocasiones.
Demasiadas salen de tu penumbra, de esa zona oscura en la que habitas sin
remedio. Sin embargo, cuando vuelan y se remontan en el espacio virtual en el
que somos, todas ellas parecen adquirir un hálito de vida. Esa vida es la que
me recibe cuando escucho en Abril que hay violetas que mueren apenas nacidas.
Abril se equivoca cuando intenta convertirse en un julio deshabitado. Cuando
las lluvias se esconden y no quieren ensuciar el fino estambre de un pavimento
seco.
Mi padre nos enseñó la importancia de cumplir los compromisos adquiridos y mi madre a echar siempre una mirada irónica, humorística, a las circunstancias de la vida. Eran muy distintos. Sin embargo, supieron crear intuitivamente un universo cohesionado a la hora de educar a sus muchísimos hijos. Si alguno de nosotros no maneja bien esas enseñanzas no es culpa de ellos sino de la imperfección natural de los seres humanos. En ese universo había palabras fetiche. Una era la libertad, otra la bondad, otra la responsabilidad, otra la compasión, otra el honor. Lo he recordado leyendo El dilema de Neo. A mí me gusta el arranque de este libro. Digamos, su leit motiv. Su preocupación porque seamos personas libres con todo lo que esa libertad conlleva. Buen juicio, una dosis de esperanza nada desdeñable, capacidad para construir nuestras vidas y una sana comunicación con el prójimo. Creo que la palabra “prójimo“ está antigua, devaluada, no se lleva. Pero es lo exacto, me parece. Y es importan
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