Ir al contenido principal

"Los niños se aburren los domingos" Jean Stafford

Ese caudaloso río cuyas aguas recogen el gran número de escritoras a las que voy descubriendo de todas las maneras posibles en los últimos años, se ensancha hoy con Jean Stafford, de quien reseño "Los niños se aburren los domingos", feliz título, delicioso, que evoca también los momentos finales del fin de semana, cuando todo anuncia la llegada del lunes y el advenimiento de la obligación contra la devoción. Esos domingos raídos de sueños. 

Cuando intentas averiguar algo más de la autora te encuentras con que en España es una desconocida y no hay noticias de ella en Internet, salvo en otros idiomas. Así que tienes que hacer una labor de rastreo para conocer su peripecia vital y así ayudarte a entender el sentido de estos relatos (13) que la editorial Sajalín ha seleccionado y publicado por primera vez en castellano. Tantas otras veces en la literatura las voces que se oyen no son las que más sentido tienen, ni las mejores. Simplemente el silencio cubre talentos que nunca encontraríamos.

En la bitácora de Jorge Ordaz "Obiter Dicta" y en la de Cesc Guimerá, hallo algunos datos que arrojan luz sobre la vida y la personalidad de Stafford. Nació en Covina, California, en 1915 y murió en Nueva York en 1979. Se cuenta que murió sola y que dejó su herencia a la mujer de la limpieza. Su padre era un escritor de novelas de serie B ambientadas en el Oeste, una especie de Marcial Lafuente Estefanía en inglés. Se casó tres veces y las tres con hombres relacionados con la literatura. Primero con Robert Lowell, cuyo azaroso matrimonio relató en algún texto. Luego, con Oliver Jensen, el editor de Life y por fin con el escritor de deportes del New Yorker A. J. Liebling, de quien enviudó muy pronto. 

La adicción a la bebida marcó su existencia. Sus intentos de desintoxicación también los recogió en su obra. Formó parte de los círculos literarios de Nueva York en los malos tiempos en que las mujeres eran todavía consideradas "adornos". Un bonito detalle para lucir en un salón de té. Su primera novela, "Boston Adventure" de 1944, tuvo un enorme éxito. La colección de relatos "Collected Stories", de 1969, obtuvo el Premio Pulitzer. Su estilo está lleno de líneas zigzagueares, que enuncian unos retratos humanos profundos y con enormes matices. En sus argumentos aparecen las clases altas y bajas, la infancia, la adolescencia y la vida de las mujeres, a las que presta especial atención. Maneja la ironía y la distancia cuando es necesario, pero también un brutal apasionamiento y una descripción certera de lo que observa y de lo que ella misma vive. Vida y literatura están, así, muy unidas, impregnadas la una de la otra. Veracidad es, pues, la palabra que la distingue y determina. 

"Los niños se aburren los domingos" son trece relatos en los que las protagonistas son mujeres. Diversas, distantes, diferentes, diluidas, dispersas, disonantes, disipadas, disolutas, dispares, díscolas, divinas, diletantes, diédricas, difíciles, dignas...Definitivamente dueñas de todo menos de lo que de verdad importa. Son mujeres que conservan en algunos casos la esperanza de una vida mejor, de un cambio que les proporcione el acceso al paraíso. También las hay que están profundamente cansadas de su situación, sobre todo de sus matrimonios. La crítica a la intelectualidad neoyorkina, tan puntillosa, es otro de los elementos que aparece en ellos. De igual manera que Edith Wharton criticaba las ínfulas de realeza de la sociedad del Nueva York de estos años, de esas "primeras familias" que creían poseerlo todo, así Jean Stafford se fija en los ambientes literarios y artísticos para extraer de ellos una fría observación que disecciona sin piedad.

Las mujeres de Stafford desconocen que el peso principal que llevan sobre sí no es externo. No es el reiterado malhumor de sus hombres, que las tratan como si fueran una cansada presa. No es el cansancio de la responsabilidad, o el desamor, o la furia de ser ignoradas cuando llegan a una edad, o el vacío de un nido que nunca les perteneció, o la infidelidad o el miedo. Las mujeres de Stafford no llegan a saber, aunque lo vislumbran, que el mayor obstáculo para su felicidad está en su interior, porque, aunque ellos no saben quiénes son ellas, las propias mujeres también lo ignoran. 

Ella corrobora algo que he pensado y que cada vez se reafirma más con mi propia experiencia como lectora: los hombres escriben acerca del mundo y las mujeres acerca de ellas mismas. 

Los niños se aburren los domingos. Jean Stafford. Editorial Sajalín. 2014. Traducción de Ana Crespo. 

Comentarios

Entradas populares de este blog

39 páginas

  Algunas críticas sobre el libro de Annie Ernaux "El hombre joven" se referían a que solo tiene 39 páginas. ¿Cómo es posible que una escritora como ella no haya sido capaz de escribir más de este asunto? se preguntaban esos lectores, o lectoras, no lo sé. Lo que el libro cuenta, en ese tono que fluctúa entre lo autobiográfico y lo imaginado, aunque con pinta de ser más fidedigno que el BOE, es la aventura que vivió la propia Annie con un hombre treinta años más joven que ella, cuando ya era una escritora famosa y él un estudiante enamorado de su escritura. Los escépticos pueden decir al respecto que si no hubiera sido tan famosa y tan escritora no habría tenido nada de nada con el susodicho joven, que, además, podía ser incluso guapo y atractivo, aunque ser joven era aquí el mayor plus, lo máximo. Una mujer mayor no puede aspirar, parece decirnos la historia, a que un joven se interese de algún modo por ella si no tiene algún añadido de interés, una trayectoria, un nombre, u

La primera vez que fui feliz

  Hay fotos que te recuerdan un tiempo feliz, que abren la puerta de la nostalgia y de la dicha, que se expanden como si fueran suaves telas que abrazaran tu cuerpo. Esta es una de ellas. Podría detallar exactamente el momento en que la tomé, la compañía, la hora de la tarde, la ciudad, el sitio. Lo podría situar todo en el universo y no me equivocaría. De ese viaje recuerdo también la almohada del hotel. Nunca duermo bien fuera de mi casa y echo de menos mi almohada como si se tratara de una persona. Pero en esta ocasión, sin elegir siquiera, la almohada era perfecta, era suave, era grande, tenía el punto exacto de blandura y de firmeza. Y me hizo dormir. Por primera vez en muchas noches dormí toda la noche sin pesadillas ni sobresaltos. La almohada ayudó y ayudó el aire de serenidad que lo impregnaba todo. Ayudaron las risas, el buen rollo, la ciudad, el aire, la compañía, el momento. No hay olvido. No hay olvido para todo esto, que se coloca bien ensamblado en ese lugar del cerebro

"Baumgartner" de Paul Auster

  Ha salido un nuevo libro de Paul Auster. Algunos lectores parece que han cerrado ya su relación con él y así lo comentaban. Han leído cuatro o cinco de sus libros y luego les ha parecido que todo era repetitivo y poco interesante. Muchos autores tienen ese mismo problema. O son demasiado prolíficos o las ideas se les quedan cortas. Es muy difícil mantener una larga trayectoria a base de obras maestras. En algunos casos se pierde la cabeza completamente a la hora de darse cuenta de que no todo vale.  Pero "Baumgartner" tiene un comienzo apasionante. Tan sencillo como lo es la vida cotidiana y tan potente como sucede cuando una persona es consciente de que las cosas que antes hacía ahora le cuestan un enorme trabajo y ha de empezar a depender de otros. La vejez es una mala opción pero no la peor, parece decirnos Auster. Si llegas a viejo, verás cómo las estrellas se oscurecen, pero si no llegas, entonces te perderás tantas cosas que desearás envejecer.  La verdadera pérdida d

Siete libros para cruzar la primavera

  He aquí una muestra de siete libros, siete, que pueden convertir cualquier primavera en un paraíso de letra impresa. Siete editoriales independientes de las que a mí me gustan, buenos traductores, editores con un ojo estupendo.  Aquí están Siruela, Impedimenta, Libros del Asteroide, Hermida, Hoja de Lata, Errata Naturae, Periférica. Siete editoriales en las que he encontrado muchos libros bonitos, muchas buenas lecturas. En Errata Naturae los de Edna O'Brien con su traductora Regina López Muñoz, que está también por aquí. De Impedimenta mi querida Stella Gibbons y mi querida Penelope Fitzgerald entre otras escritoras que eran desconocidas para mí. Ah, y Edith Wharton, eterna. Los Asteroides traen a Seicho Matsumoto y eso ya me hace estar en deuda con ellos. Y los clásicos en Hermida. Y Josephine Tey completa en Hoja de Lata. Y Walter Benjamin en Periférica. Siruela es la editorial de las grandes sorpresas. 

Curso de verano

  /Campus de Northwestern University/ Hay días que amanecen con el destino de hacer historia en ti. No los olvidarás por mucho tiempo que transcurra y esbozarás una sonrisa al recordarlos: son esos días que marcan el reloj con un emoticono de felicidad, con una aureola de sorpresa. He vivido mil historias en los cursos de verano. Durante algunos años era una cita obligada con los libros, la historia o el arte, y, desde luego, de todos ellos surgía algo que contar, gente de la que hablar y escenas que recordar. El ambiente parece que crea una especialísima forma de relación entre los profesores y los estudiantes, de manera que no hay quien se resista al sortilegio de una noche de verano leyendo a Shakespeare en una cama desconocida. Aquel era un curso de verano largo, con un tema que a unos apasionaba y a otros aburría, en una suerte de dualidad inconexa. Sin embargo, el plantel de profesores no estaba mal. Había alguna moderna con ínfulas, que este es un género repetido, y también uno

Slim Aarons: la vida no es siempre una piscina

  El modelo de la vida feliz en los cincuenta y sesenta del siglo pasado bien podría ser una lujosa mansión con una maravillosa piscina de agua azul. En sus orillas, hombres y mujeres vestidos elegantemente, con colores alegres y facciones hermosas, charlan, ríen y toman una copa con aire sugestivo. Esto, después del horror de las dos guerras mundiales, bien valía la pena de ser fotografiado. Así lo hizo el fotógrafo Slim Aarons (1916-2006) un testigo directo y también un protagonista entusiasta, del modo de vida de las décadas centrales del siglo XX, en el que había una acuciante necesidad de pasar página, algo que ni la guerra fría consiguió enturbiar. Como si estuviera permanentemente rodando una película y un carismático Cary Grant fuera a aparecer para ennoblecer el ambiente.  Slim nació en una familia judía de Nueva York y tuvo una infancia desastrosa. No había felicidad sino desgracias y eso se le quedó muy grabado. Luego estuvo en la segunda guerra mundial y allí cubrió momento

Días de olor a nardos

  La memoria se compone de tantas cosas sensibles, de tantos estímulos sensoriales, que la mía de la Semana Santa siempre huele a nardos y a la colonia de mi padre; siempre sabe a los pestiños de mi invisible abuelo Luis y siempre tiene el compás de los pasos de mi madre afanándose en la cocina con sus zapatos bajos, nunca con tacones. En el armario de la infancia están apilados los recuerdos de esos tiempos en los que el Domingo de Ramos abría la puerta de las vacaciones. Cada uno de los hermanos guardamos un recuerdo diferente de aquellos días, de esos tiempos ya pasados. Cada uno de nosotros vivía diferente ese espacio vital y ese recorrido único desde la casa a la calle Real o a la explanada de la Pastora o a la plaza de la Iglesia, o a la puerta de San Francisco o al Cristo para ver la Cruz que subía y que bajaba. Las calles de la Isla aparecen preciosas en mi recuerdo, aparecen majestuosas, enormes, sabias, llenas de cierros blancos y de balcones con telas moradas y de azoteas co