"Léxico familiar" de Natalia Ginzburg


Natalia Ginzburg (Palermo, Italia, 1916-Roma, 1991) es una de esas escritoras cuya vida bien podría dar lugar a varias novelas. Su nombre de soltera era Natalia Levi y pertenecía a una familia culta y de izquierdas. Su vocación literaria fue temprana y desde los dieciocho años publicaba relatos en revistas. Se casó con el director de la Editorial Eunadi, Leone Ginzburg, y ese matrimonio la puso en contacto con el mundo literario de una manera plena. En 1943, Leone fue detenido y asesinado en el marco de la lucha antifascista y ella se dedicó desde entonces a trabajar en la editorial. Desde Roma, donde fijó su residencia después de esto, formó parte del Parlamento como miembro del PCI y siguió escribiendo hasta su muerte. 

El número de novelas y relatos que ha publicado es muy importante. Este "Léxico familiar" a modo de memorias familiares, salió a la luz en 1963 y ha venido siendo reeditada desde entonces en varios idiomas y por diversas editoriales. Un tapiz sentimental por el que transcurre su vida hasta ese momento, es el motivo principal del libro. Pero, a pesar de los difíciles días que tienen lugar en su biografía, hay una discreta contención que aparta toda exageración, todo lamento, de las palabras que escribe. Emociones sí, pero matizadas, como si sobre ellas arrojara una tenue gasa que las hiciera más llevaderas y simples. Las relaciones humanas son el gran tema que la autora desgrana, tanto en su autobiografía como en el resto de sus novelas o relatos. Relaciones humanas dotadas de la enorme complejidad que encierran y basadas en el secreto de las palabras, en la posibilidad de comunicación a través del lenguaje, su máxima expresión, su verdadera esencia. "Solo he escrito lo que recordaba. Por e so, quien intente leerlo como si fuera una crónica encontrará grandes lagunas. Y es que este libro, aunque haya sido extraído de la realidad, debe leerse como se lee una novela" dice Ginzburg de este "Léxico familiar".

En el libro aparecen sus hermanos, sus amigos, la gente que compartió su niñez y su juventud. El retrato de esas personas se mezcla con el de los ambientes y paisajes, con la nitidez de un buen fotógrafo que apresara gestos y emociones. En eso reside la fuerza de su literatura, en hacernos ver, como testigos privilegiados, todo lo que el transcurrir del tiempo hace al horadar nuestros corazones con el paso de los días y con la mezcla de los afectos. En realidad, lo que hace Natalia Ginzburg, de modo literario porque posee la fuerza de la palabra, es dialogar consigo misma, con lo que es, lo que fue, lo que ha sentido. Ese diálogo íntimo, cuando tiene la posibilidad de ser trasladado al papel, es lo que genera un intercambio de emociones que nada puede hacer desaparecer a pesar de que la memoria se debilite. 

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