Ir al contenido principal

"La presa" de Iréne Némirovsky


Me reconozco lectora de Némirovsky desde que leí, hace ya algún tiempo, ese librito tan lleno de resabios autobiográficos y adolescentes: "El baile". Después leí "David Golder" y "Suite Francesa", los tres libros iniciales de la bibliografía de la autora. De los tres, sigue siendo "El baile" el que plasma mejor esa sensación de inevitabilidad que la define. Es como si la tormenta estuviera a punto de descargar a pesar de que amanece un día radiante. Como si hubiera una amenaza latente, algo por venir que fuera oscuro y dramático. 

Después de estos libros la editorial Salamandra ha hecho una enorme difusión de todos los demás que van apareciendo y llenando la estantería Némirovsky. Entre ellos, "El ardor de la sangre" y "El malentendido" ocupan para mí un lugar de honor. Seguramente porque expresan esa sensación trágica de que algo está a punto de pasar y porque no se hace ilusiones acerca de la naturaleza humana, tan llena de defectos como de virtudes. Pero son los defectos los que en la pluma de Iréne logran destacar sobre lo demás. Es un pesimismo inevitable, no complaciente, ni existencial, sino lleno de razones que tenemos por fuerza que compartir. 

La vida de Iréne Némirovsky ha pesado como una losa en la consideración de su obra. Evadirse de su trágico final o del rosario de problemas que aconteció durante su biografía es prácticamente imposible. Sin embargo, no debería constituirse en un motivo para su lectura, más bien es un elemento más del telón de fondo que la define. Pero el talento estaba ahí y hubiera florecido, floreció de hecho, incluso sin nazismo, sin persecuciones y sin campos de concentración. Es un talento basado en la observación y también en la descripción íntima de lo que observa. Una descripción que no está llena de elementos externos únicamente, sino que ofrece una conjunción única de interior y exterior, a modo de retablo emocional. 

"La presa" es una novela sobre la ambición y la mentira. El protagonista es Jean-Luc Daguerne, ansioso de llegar a lo más alto e impelido para ello, sin demasiados escrúpulos, a una vorágine de falsedad, luchas por el poder y pisoteo de lo más sagrado. La pérdida de la confianza de sus seres cercanos no es nada comparable con la traición a sí mismo que define este descenso de Daguerne en aras del logro de sus objetivos. En ocasiones, además, no es posible rectificar y lo mejor de cada uno queda enterrado en un pozo de oscuridad inevitable. 

La limpieza narrativa de Némirovsky aparece aquí al servicio de lo peor que los seres humanos pueden sentir, ofreciendo así un panorama desolador de la sociedad, en la que ella, desde luego, no tenía demasiadas esperanzas. Sin embargo, el relato de lo negativo no es nunca un juicio duro ni inapelable, sino que está lleno de la compasión que la escritora lanza sobre todo lo que la rodea. Esa compasión llegó a extremos imprevisibles y puede constituir, sin duda, otro de los elementos clave de su punto de vista literario. Es esa dualidad, entre pesimismo real y necesidad de salvación por los sentimientos, el eje de su forma de entender el mundo que vivió, el tiempo que le tocó compartir. 

Todos los libros de Iréne Némirovsky, al margen de su argumento y de su valor literario, te hacen pensar, te ponen delante un espejo en el que no tienes más remedio que mirarte. Y esa mirada en ocasiones no es agradable. Pero es real, está ahí y no puedes negarte a ella. 

"La presa" de Iréne Némirovsky. Editorial Salamandra. 2016. 

Comentarios

Pilar ha dicho que…
Una reseña magnífica. Lo acabo de leer y también me ha impresionado. ES la primera lectura de Irène y desde luego no será la última.
Caty León ha dicho que…
Muchas gracias, Pilar. Un fuerte abrazo. Te recomiendo que leas "El ardor de la sangre". Y luego, las demás.
Arturo ha dicho que…
Hola, he utilizado un fragmento de tu magnífica reseña para contestar a un lector del club de lectura virtual San Agustín. Si quieres pasarte:
https://www.youtube.com/watch?v=hThN5b5oJro
Y para conocer el proyecto general:
https://www.youtube.com/watch?v=6RMFMt_aZqY
Gracias y saludos.
Arturo Gómez.

Caty León ha dicho que…
Qué estupenda iniciativa la de este club de lectura virtual... Me parece una extraordinaria idea. Gracias por entrar en este blog y vuelve pronto. Un abrazo

Entradas populares de este blog

"Baumgartner" de Paul Auster

  Ha salido un nuevo libro de Paul Auster. Algunos lectores parece que han cerrado ya su relación con él y así lo comentaban. Han leído cuatro o cinco de sus libros y luego les ha parecido que todo era repetitivo y poco interesante. Muchos autores tienen ese mismo problema. O son demasiado prolíficos o las ideas se les quedan cortas. Es muy difícil mantener una larga trayectoria a base de obras maestras. En algunos casos se pierde la cabeza completamente a la hora de darse cuenta de que no todo vale.  Pero "Baumgartner" tiene un comienzo apasionante. Tan sencillo como lo es la vida cotidiana y tan potente como sucede cuando una persona es consciente de que las cosas que antes hacía ahora le cuestan un enorme trabajo y ha de empezar a depender de otros. La vejez es una mala opción pero no la peor, parece decirnos Auster. Si llegas a viejo, verás cómo las estrellas se oscurecen, pero si no llegas, entonces te perderás tantas cosas que desearás envejecer.  La verdadera pérdida d

“El dilema de Neo“ de David Cerdá

  Mi padre nos enseñó la importancia de cumplir los compromisos adquiridos y mi madre a echar siempre una mirada irónica, humorística, a las circunstancias de la vida. Eran muy distintos. Sin embargo, supieron crear intuitivamente un universo cohesionado a la hora de educar a sus muchísimos hijos. Si alguno de nosotros no maneja bien esas enseñanzas no es culpa de ellos sino de la imperfección natural de los seres humanos. En ese universo había palabras fetiche. Una era la libertad, otra la bondad, otra la responsabilidad, otra la compasión, otra el honor. Lo he recordado leyendo El dilema de Neo.  A mí me gusta el arranque de este libro. Digamos, su leit motiv. Su preocupación porque seamos personas libres con todo lo que esa libertad conlleva. Buen juicio, una dosis de esperanza nada desdeñable, capacidad para construir nuestras vidas y una sana comunicación con el prójimo. Creo que la palabra “prójimo“ está antigua, devaluada, no se lleva. Pero es lo exacto, me parece. Y es importan

Ripley

  La excepcional Patricia Highsmith firmó dos novelas míticas para la historia del cine, El talento de Mr. Ripley y El juego de Ripley. No podía imaginar, o sí porque era persona intuitiva, que darían tanto juego en la pantalla. Porque creó un personaje de diez y una trama que sustenta cualquier estructura. De modo que, prestos a ello, los directores de cine le han sacado provecho. Hasta cuatro versiones hay para el cine y una serie, que es de la que hablo aquí, para poner delante de nuestros ojos a un personaje poliédrico, ambiguo, extraño y, a la vez, extraordinariamente atractivo. Tom Ripley .  Andrew Scott es el último Ripley y no tiene nada que envidiarle a los anteriores, muy al contrario, está por encima de todos ellos. Ninguno  ha sabido darle ese tono entre desvalido y canalla que tiene aquí, en la serie de Netflix . Ya sé que decir serie de Netflix tiene anatema para muchos, pero hay que sacudirse los esquemas y dejarse de tonterías. Esta serie hay que verla porque, de lo c

Un aire del pasado

  (Foto: Manuel Amaya. San Fernando. Cádiz) Éramos un ejército sin pretensiones de batalla. Ese verano, el último de un tiempo que nos había hechizado, tuvimos que explorar todas las tempestades, cruzar todas las puertas, airear las ventanas. Mirábamos al futuro y cada uno guardaba dentro de sí el nombre de su esperanza. Teníamos la ambición de vivir, que no era poco. Y algunos, pensábamos cruzar la frontera del mar, dejar atrás los esteros y las noches en la Plaza del Rey, pasear por otros entornos y levantarnos sin dar explicaciones. Fuimos un grupo durante aquellos meses y convertimos en fotografía nuestros paisajes. Los vestidos, el pelo largo y liso, la blusa, con adornos amarillos, el azul, todo azul, de aquel nuestro horizonte. Teníamos la esperanza y no pensamos nunca que fuera a perderse en cualquier recodo de aquel porvenir. Esa es la sonrisa del adiós y la mirada de quien sabe que ya nunca nada se escribirá con las mismas palabras.  Aquel verano fue el último antes de separa

Rocío

  Tiene la belleza veneciana de las mujeres de Eugene de Blaas y el aire cosmopolita de una chica de barrio. Cuando recorríamos las aulas de la universidad había siempre una chispa a punto de saltar que nos obligaba a reír y, a veces, también a llorar. Penas y alegrías suelen darse la mano en la juventud y las dos conocíamos su eco, su sabor, su sonido. Visitábamos las galerías de arte cuando había inauguración y canapés y conocíamos a los pintores por su estilo, como expertas en libros del laboratorio y como visitantes asiduas de una Roma desconocida. En esos años, todos los días parecían primavera y ella jugaba con el viento como una odalisca, como si no hubiera nada más que los juegos del amor que a las dos nos estaban cercando. La historia tenía significados que nadie más que nosotras conocía y también la poesía y la música. El flamenco era su santo y seña y fue el punto culminante de nuestro encuentro. Ella lo traía de familia y yo de vocación. Y ese aire no nos abandona desde ent

“Anna Karénina“ de Lev N. Tolstói

Leí esta novela hace muchos años y no he vuelto a releerla completa. Solo fragmentos de vez en cuando, pasajes que me despiertan interés. Sin embargo, no he olvidado sus personajes, su trama, sus momentos cumbre, su trasfondo, su contexto, su sentido. Su espíritu. Es una obra que deja poso. Es una novela que no pasa nunca desapercibida y tiene como protagonista a una mujer poderosa y, a la vez, tan débil y desgraciada que te despierta sentimientos encontrados. Como le sucede a las otras dos grandes novelas del novecientos, Ana Ozores de La Regenta y Emma Bovary de Madame Bovary, no se trata de personas a las que haya que imitar ni admirar, porque más que otra cosa tienen grandes defectos, porque sus conductas no son nada ejemplares y porque parecen haber sido trazadas por sus mejores enemigos. Eso puede llamarse realismo. Con cierta dosis de exageración a pesar de que no se incida en este punto cuando se habla de ellos. Los hombres que las escribieron, Tolstói, Clarín y Flaubert, no da

La paz es un cuadro de Sorolla

  (Foto: Museo Sorolla) La paz es un patio con macetas con una silla baja para poder leer. Y algunos rayos de sol que entren sin molestar y el susurro genuino del agua en una alberca o en un grifo. Y mucho verde y muchas flores rojas, rosas, blancas y lilas. Y tiestos de barro y tiestos de cerámica. Colores. Un cuadro de Sorolla. La paz es un cuadro de Sorolla.  Dos veces tuve un patio, dos veces lo perdí. Del primero apenas si me acuerdo, solo de aquellos arriates y ese sol que lo cruzaba inclemente y a veces el rugido del levante y una pared blanca donde se reflejaban las voces de los niños y una escalera que te llevaba al mejor escondite: la azotea, que refulgía y empujaba las nubes no se sabía adónde. Un rincón mágico era ese patio, cuya memoria olvidé, cuya fotografía no existe, cuya realidad es a veces dudosa.  Del segundo jardín guardo memoria gráfica y memoria escrita porque lo rememoro de vez en cuando, queriendo que vuelva a existir, queriendo que las plantas revivan y que la