La chica de ayer


Sonaba “La chica de ayer” y ella caminaba como si volara, de puntillas por el asfalto tórrido de un verano que se escribía, por vez primera, junto a un río y no en la salada claridad de su mar de siempre. Sonaba la música y ella soñaba, mientras recorría graciosamente el barrio que había elegido para vivir y que se abría como una promesa de amanecer, de esas que nunca pasan desapercibidas. Era tan joven y tenía tantas ansias, tantos sueños por escribir y tantos caminos por andar….En esas, alguien apareció inopinadamente. En ese encuentro hubo risas y mosquitos que dejaban en las piernas desnudas las señales inequívocas de sus molestas intenciones. Pero nada de eso podía borrar la emoción de los primeros momentos, de esos instantes en los que todo parecía nuevo. Y lo era, en verdad. Así hubo tiempo de conocerse, de escribirse mutuamente en el manual de las primaveras y de las estaciones que iban sucediéndose sin que nada enturbiara la felicidad de esas horas. Hasta que la vida, que se alimenta de sí misma y que a veces es incomprensible, decidió que ya estaba bien y que, de nuevo, había que reinventarse. Y ella lo hizo. Como siempre. Con la misma sonrisa y el mismo gesto al andar. Sonaba la música y ella la dejó de oír, pero solo por un momento. 

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