Ir al contenido principal

"Oona and Salinger" de Frédéric Beigbeder



El francés Frédéric Beigbeder, es, como tantos hombres de nuestro tiempo y de épocas anteriores, alguien que se resiste a envejecer. Fue el "enfant terrible" de las letras francesas y ahora, a los cincuenta años, se ha casado con una mujer veinticinco años menor para perpetuar así el ansia de juventud. Como sabemos, caso inútil. La juventud no vuelve por mucho que las sábanas de seda te envuelvan junto a un cuerpo joven. Pero Beigbeder no esconde su debilidad y por eso hemos de aceptarla. Son cosas de hombres, podemos afirmar y no equivocarnos. 

Algo de ese deseo de permanencia en la edad más fresca de la vida se encuentra en su libro, una "faction", como él mismo la define, hechos reales contados a modo de ficción y realzados por aportaciones literarias que no se pueden probar ni para decir que son verdad ni para rechazarlos, dedicada a los amores juveniles entre una jovencita Oona O´Neill y un joven J. D. Salinger. Ambos personajes merecen ser rescatados de su imagen pública y convertidos en gente de carne y hueso que un día, allá por los años cuarenta, se enamoró y sufrió por amor.

El plano histórico se resuelve con el telón de fondo de la Segunda Guerra Mundial. Mientras Hitler va invadiendo Europa, en Estados Unidos todavía la efervescencia del recuerdo de los años felices de la recuperación suena en las músicas y los bailes. Allí está Oona, hija del dramaturgo Eugene O´Neill, quien, por cierto, pasó de ella totalmente y la abandonó a los dos años. Tampoco su madre, a tenor de las noticias, se ocupó de ella. La chica creció algo salvaje y muy libre, de manera que frecuentaba desde los quince años fiestas llenas de escritores alcohólicos y de jóvenes trepas. Beigbeder recrea en su libro ese ambiente y lo hace rellenando con su propia imaginación todo lo que el enorme esfuerzo de documentación que ha realizado no le permite aportar con veracidad. Es una invención sensata, podíamos decir. No sabemos si ocurrió así, pero podría haber ocurrido. En caso contrario, dice el escritor, nos llevaríamos una enorme decepción. 

El otro personaje es el de Salinger. Jerome David Salinger  (Nueva York, 1919 - Cornish, New Hampshire, 2010) había iniciado su carrera literaria en 1940, con la publicación en diversas revistas de su país de relatos y piezas teatrales. En 1942 se alistó en el ejército y participó en el desembarco de Normandía. Durante su época de combatiente comenzó a escribir "El guardián entre el centeno" (1951), la historia de un adolescente enfrentado a la hipocresía del mundo adulto. La obra obtuvo un éxito espectacular y fue rápidamente traducida a diversos idiomas. Parece ser que Salinger conoció a Oona poco antes de irse a la guerra, cuando él tenía veinte años y ella quince. Ambos se enamoraron locamente y tuvieron una correspondencia epistolar que no se ha publicado pero que, según Beigbeder, existió y él mismo compone en su libro. 


La primera y única novela de J. D. Salinger, El guardián entre el centeno (1951), contó con un unánime reconocimiento que en el más de medio siglo transcurrido desde su publicación la ha convertido en un auténtico clásico contemporáneo; su protagonista, Holden Caulfield, es a su vez una de las escasas figuras canónicas de la literatura actual.

En el estilo de las "novelas de aprendizaje" juveniles, la historia trata de un adolescente rebelde, precoz e inocente. Cree todavía en algunas verdades, pero sus experiencias contrastan con el exterior duro y sarcástico de la vida neoyorquina, lo que acaba conduciéndolo a la consulta del psiquiatra. Este tipo de novelas de adolescentes problemáticos e ingenuos surgió en un período de la historia de Estados Unidos en el que los narradores intentaron describir la impotencia de los seres humanos ante la nueva sociedad de masas, y la imposibilidad de mantener en esas circunstancias una sensibilidad individualizada.

En la tradición de las Aventuras de Huckleberry Finn de Mark Twain, en El guardián entre el centeno (O El cazador oculto, como también se ha traducido), Holden Caulfield relata en primera persona su particular peripecia durante los dos días siguientes a su expulsión del colegio: su periplo por hoteles de mala muerte, sus encuentros con antiguos amigos, acompañado siempre por situaciones que lo ponen en aprietos. Holden, con su perpetua visera roja, da vueltas por las calles de Nueva York, abandonado por el mundo de adultos que lo rodea.


Los años transcurridos entre su graduación, a finales de los treinta y su aparición en la guerra, son años oscuros en la vida de Salinger, sobre los que nunca quiso contar nada. Es ahí donde coloca Beigbeder, con toda seguridad, su relación especial con Oona O´Neill, que quizá para nosotros hubiera pasado inadvertida como personaje, dentro del universo de las it girls de la época si no fuera porque se casó posteriormente con Charles Chaplin de quien tuvo ocho hijos y con el que vivió hasta la muerte del cineasta en 1977. 

El propio Beigbeder habla del tema de las cartas: Aunque la familia le había negado el acceso a las mismas “una vez publicado el libro, una hija de Chaplin y Oona me mostró algunas cartas y me impresionó ver que ese Salinger joven y enamorado mantenía un tono parecido al que yo inventé. Sufría lo peor que le puede pasar a un hombre: amar a una mujer y que esta le exprese indiferencia. Oona le dijo que era muy joven para casarse... y a los dos años lo hizo con Chaplin. Muy cruel, aunque ese matrimonio la hizo feliz”.

El carácter de Salinger debió ser difícil. Se cuenta que intentó suicidarse en 1945 y que el episodio de la guerra lo marcó profundamente. Por su parte, Oona se había negado a casarse con él porque se consideraba muy joven. Sin embargo, poco después conoció a Chaplin, que era treinta y seis años mayor que ella, y se casó, con apenas dieciocho. La decepción de Salinger fue profunda, según se relata en el libro, porque estaba verdaderamente enamorado de la chica, quien tenía un carácter verdaderamente especial y presenta una precocidad encantadora. 

Beigbeder es casi tan interesante como los personajes que retrata en este libro. De la mala vida nocturna que ha vivido durante años ha pasado a un período de estabilidad con su última boda y el nacimiento de su hijo. Él mismo dice que no sabe si será capaz de escribir siendo feliz. Esa es la gran diatriba que existe siempre cuando se habla de literatura y, por supuesto, de otras artes. La felicidad como gran inconveniente para la creación. 

La edición española del libro la ha realizado recientemente la editorial Salamandra. 

Comentarios

Entradas populares de este blog

"Baumgartner" de Paul Auster

  Ha salido un nuevo libro de Paul Auster. Algunos lectores parece que han cerrado ya su relación con él y así lo comentaban. Han leído cuatro o cinco de sus libros y luego les ha parecido que todo era repetitivo y poco interesante. Muchos autores tienen ese mismo problema. O son demasiado prolíficos o las ideas se les quedan cortas. Es muy difícil mantener una larga trayectoria a base de obras maestras. En algunos casos se pierde la cabeza completamente a la hora de darse cuenta de que no todo vale.  Pero "Baumgartner" tiene un comienzo apasionante. Tan sencillo como lo es la vida cotidiana y tan potente como sucede cuando una persona es consciente de que las cosas que antes hacía ahora le cuestan un enorme trabajo y ha de empezar a depender de otros. La vejez es una mala opción pero no la peor, parece decirnos Auster. Si llegas a viejo, verás cómo las estrellas se oscurecen, pero si no llegas, entonces te perderás tantas cosas que desearás envejecer.  La verdadera pérdida d

“El dilema de Neo“ de David Cerdá

  Mi padre nos enseñó la importancia de cumplir los compromisos adquiridos y mi madre a echar siempre una mirada irónica, humorística, a las circunstancias de la vida. Eran muy distintos. Sin embargo, supieron crear intuitivamente un universo cohesionado a la hora de educar a sus muchísimos hijos. Si alguno de nosotros no maneja bien esas enseñanzas no es culpa de ellos sino de la imperfección natural de los seres humanos. En ese universo había palabras fetiche. Una era la libertad, otra la bondad, otra la responsabilidad, otra la compasión, otra el honor. Lo he recordado leyendo El dilema de Neo.  A mí me gusta el arranque de este libro. Digamos, su leit motiv. Su preocupación porque seamos personas libres con todo lo que esa libertad conlleva. Buen juicio, una dosis de esperanza nada desdeñable, capacidad para construir nuestras vidas y una sana comunicación con el prójimo. Creo que la palabra “prójimo“ está antigua, devaluada, no se lleva. Pero es lo exacto, me parece. Y es importan

Ripley

  La excepcional Patricia Highsmith firmó dos novelas míticas para la historia del cine, El talento de Mr. Ripley y El juego de Ripley. No podía imaginar, o sí porque era persona intuitiva, que darían tanto juego en la pantalla. Porque creó un personaje de diez y una trama que sustenta cualquier estructura. De modo que, prestos a ello, los directores de cine le han sacado provecho. Hasta cuatro versiones hay para el cine y una serie, que es de la que hablo aquí, para poner delante de nuestros ojos a un personaje poliédrico, ambiguo, extraño y, a la vez, extraordinariamente atractivo. Tom Ripley .  Andrew Scott es el último Ripley y no tiene nada que envidiarle a los anteriores, muy al contrario, está por encima de todos ellos. Ninguno  ha sabido darle ese tono entre desvalido y canalla que tiene aquí, en la serie de Netflix . Ya sé que decir serie de Netflix tiene anatema para muchos, pero hay que sacudirse los esquemas y dejarse de tonterías. Esta serie hay que verla porque, de lo c

Un aire del pasado

  (Foto: Manuel Amaya. San Fernando. Cádiz) Éramos un ejército sin pretensiones de batalla. Ese verano, el último de un tiempo que nos había hechizado, tuvimos que explorar todas las tempestades, cruzar todas las puertas, airear las ventanas. Mirábamos al futuro y cada uno guardaba dentro de sí el nombre de su esperanza. Teníamos la ambición de vivir, que no era poco. Y algunos, pensábamos cruzar la frontera del mar, dejar atrás los esteros y las noches en la Plaza del Rey, pasear por otros entornos y levantarnos sin dar explicaciones. Fuimos un grupo durante aquellos meses y convertimos en fotografía nuestros paisajes. Los vestidos, el pelo largo y liso, la blusa, con adornos amarillos, el azul, todo azul, de aquel nuestro horizonte. Teníamos la esperanza y no pensamos nunca que fuera a perderse en cualquier recodo de aquel porvenir. Esa es la sonrisa del adiós y la mirada de quien sabe que ya nunca nada se escribirá con las mismas palabras.  Aquel verano fue el último antes de separa

Rocío

  Tiene la belleza veneciana de las mujeres de Eugene de Blaas y el aire cosmopolita de una chica de barrio. Cuando recorríamos las aulas de la universidad había siempre una chispa a punto de saltar que nos obligaba a reír y, a veces, también a llorar. Penas y alegrías suelen darse la mano en la juventud y las dos conocíamos su eco, su sabor, su sonido. Visitábamos las galerías de arte cuando había inauguración y canapés y conocíamos a los pintores por su estilo, como expertas en libros del laboratorio y como visitantes asiduas de una Roma desconocida. En esos años, todos los días parecían primavera y ella jugaba con el viento como una odalisca, como si no hubiera nada más que los juegos del amor que a las dos nos estaban cercando. La historia tenía significados que nadie más que nosotras conocía y también la poesía y la música. El flamenco era su santo y seña y fue el punto culminante de nuestro encuentro. Ella lo traía de familia y yo de vocación. Y ese aire no nos abandona desde ent

“Anna Karénina“ de Lev N. Tolstói

Leí esta novela hace muchos años y no he vuelto a releerla completa. Solo fragmentos de vez en cuando, pasajes que me despiertan interés. Sin embargo, no he olvidado sus personajes, su trama, sus momentos cumbre, su trasfondo, su contexto, su sentido. Su espíritu. Es una obra que deja poso. Es una novela que no pasa nunca desapercibida y tiene como protagonista a una mujer poderosa y, a la vez, tan débil y desgraciada que te despierta sentimientos encontrados. Como le sucede a las otras dos grandes novelas del novecientos, Ana Ozores de La Regenta y Emma Bovary de Madame Bovary, no se trata de personas a las que haya que imitar ni admirar, porque más que otra cosa tienen grandes defectos, porque sus conductas no son nada ejemplares y porque parecen haber sido trazadas por sus mejores enemigos. Eso puede llamarse realismo. Con cierta dosis de exageración a pesar de que no se incida en este punto cuando se habla de ellos. Los hombres que las escribieron, Tolstói, Clarín y Flaubert, no da

Días de olor a nardos

  La memoria se compone de tantas cosas sensibles, de tantos estímulos sensoriales, que la mía de la Semana Santa siempre huele a nardos y a la colonia de mi padre; siempre sabe a los pestiños de mi invisible abuelo Luis y siempre tiene el compás de los pasos de mi madre afanándose en la cocina con sus zapatos bajos, nunca con tacones. En el armario de la infancia están apilados los recuerdos de esos tiempos en los que el Domingo de Ramos abría la puerta de las vacaciones. Cada uno de los hermanos guardamos un recuerdo diferente de aquellos días, de esos tiempos ya pasados. Cada uno de nosotros vivía diferente ese espacio vital y ese recorrido único desde la casa a la calle Real o a la explanada de la Pastora o a la plaza de la Iglesia, o a la puerta de San Francisco o al Cristo para ver la Cruz que subía y que bajaba. Las calles de la Isla aparecen preciosas en mi recuerdo, aparecen majestuosas, enormes, sabias, llenas de cierros blancos y de balcones con telas moradas y de azoteas co