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Mostrando entradas de octubre, 2015

"Los habitantes del bosque" de Thomas Hardy

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Ella decía la verdad. No mentía. Mentir no le gustaba. Consideraba que mentir era una forma de traición, una manera de degradarse a sí misma. La lealtad, que era una virtud que tenía cosida al alma, estaba construida con la verdad y con el cariño. Ambas permanecían unidas e inseparables. Es así como la concebía. Una suerte de barrera contra la manipulación, contra el odio y el rencor que las personas suelen guardar en la zona trasera del corazón y que los convierte en seres sin sentimientos. Ella quería seguir sintiendo todo el tiempo que pudiera, quería seguir siendo como cuando era niña: limpia, cristalina, alegre, chispeante. Una suerte de destino la había situado en la encrucijada de la desesperación, pero había soltado sus amarras y conjurado el dolor con palabras que solamente hablaban de los corazones que se disponían a entenderse.  En algunos libros hallaba imágenes y personajes que le eran tan conocidos como si se tratara de amigos, de vecinos, de la gente que, cada m

Cualquiera de los que fueron

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(La Avenida de la Ópera. Camille Pissarro) Mira el sereno bullicio que se vive en la ciudad. Ese tono dorado del asfalto. Ese tono dorado de los árboles y de los edificios. Mira la dulce quietud de los personajes. Parecen estar a punto de bailar un vals, el baile que inició los abrazos. Mira, al fondo, la imagen añorada de un edificio que todos admiran desde siempre. Mira la plenitud de la hora mediada del día. Mira el anhelo de pasear al aire libre. Míralo todo, obsérvalo, de igual forma que lo vio el pintor, que lo vieron sus ojos antes de trasladarlo al lienzo.  Ellos están ahí. Son algunos de esos personajes que se mueven sin vigilancia alguna. Son personas normales. No podrías reconocerlos a simple vista. Porque la felicidad tiene una imagen repetida que no llama la atención. Están ahí, se aman y son dichosos. Porque existe una forma de quererse que no hace daño. Porque existe una manera de encontrarse sin aristas. Porque todo existe si el corazón lo desea y lo expres

Lo sé

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De sobra sé que no estoy dentro del laberinto de tus sueños. Sé de sobra que el hotel de lujo al que acudes en los mejores días no tiene nada de mí, ni huele a mi perfume. Sé que no me recuerdas en las noches y que los sonidos no te traen el eco de mi voz ni mi aliento siquiera. Sé que tus besos jamás van a ser míos. Sé de sobra que una palabra te alejaría de mi hacia un mundo que nunca podrá estar al tiro de una piedra. Sé que esto es un purgatorio que cada vez se enreda y que envenena sin parar las horas. De sobra sé que nada mío es lo tuyo y que tú no eres nada que yo pueda tener las tardes de tormenta. Lo sé todo, lo sabes. Pero no tengo la receta para escaparme del lado de la luna al que miran tus ojos. 

Diferentes

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Él era un hombre de mundo y ella de interior. A él le gustaba el brillo y a ella el matiz cansado de la oscuridad. Él tenía corbatas caras y un traje de Armani a rayas grises. Ella soñaba con verlo a la luz del día sin maquillaje. Él poseía muchas cosas y a mucha gente, pero nunca se consideró dueño de nada ni de nadie. Ella soñaba con él y con su aire de abandono cierto. Él tenía miedo a ser amado y ella a dejar de amarlo sin darse cuenta. Él era un vividor de buen corazón y ella una mujer que ocultaba un secreto. Él había subido muchos escalones y ella había tenido que bajar a los sótanos. Él disfrutaba la vida a ras de soledades y ella ansiaba conjurar el dolor a su lado. Él se sentía ajeno y ella no podía dejar de llevarlo dentro. 

Sin ti no entiendo el despertar

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(Mujer sola. Salvador Dalí) Los días con sus colores, las horas con su incesante gota a gota, esos sonidos únicos que enhebran el paso del tiempo en una pulsera que llevas colocada en la muñeca, como si fuera el signo de ti misma. Te preguntas, en cada amanecer, donde está, por qué no está contigo. Deseas ver su rostro en cuanto el alba acaricia el visillo blanco de tu alcoba. Te interrogas acerca de ti misma, cómo te sientes, qué sientes y si sigues sintiendo esa cosa tan fuerte que te llevó anoche a derramar unas lágrimas dulces antes de dormirte… Los amaneceres son promesas. En ellos se vislumbra la luz de cada día. Pero no siempre sabes en qué momento, qué gesto o qué palabra, volverá a traerte la luminosa voz de la esperanza, o el triste desconsuelo del amor que no es. Esos amaneceres en que tu mirada se vuelve sin remedio al otro lado, al lado que permanece quieto, vacío, en tu cama.  Te quiero. Y no puedo decírtelo. Por eso cada vez me lo recuerdo. Palabras que

"Una chica en invierno" de Philip Larkin

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El caso de Philip Larkin (1922-1985) es muy interesante. Esta es la única novela que escribió y publicó. Otras tres fueron destruidas antes de publicarla y la cuarta no la acabó. Porque Philip Larkin es poeta, un poeta enormemente laureado, estimado y aplaudido. Un gran poeta que, rara avis , escribe una novela que es, asimismo, una revelación, un logro, un gran libro.  Larkin escribía desde su adolescencia. Thomas Hardy, primero (excepcional su "Lejos del mundanal ruido") y luego T. S. Eliot, W.B. Yeats, y W.H. Auden fueron sus influencias más directas.  "Una chica en invierno" se publicó en 1947. Su éxito fue inmediato. La crítica la consideró delicada, elegante y extraordinariamente escrita. Larkin compaginó su tarea de escritor con la bibliotecario de la Universidad de Hull y la de crítica de jazz del Daily Telegraph.  La novela tiene algún tinte autobiográfico. El verano inglés de los años de la Segunda Guerra Mundial forma el marco del espacio y

La luz interior

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La vida es una experiencia incesante en la que hay que vencer miedos e incertidumbres. Cada uno de nosotros se construye a sí mismo en un ejercicio que nunca termina. Las edades llevan consigo una nueva vuelta de tuerca en ese edificio que somos nosotros. A veces, la situación es complicada. La encrucijada se abre ante ti y no encuentras la forma de comprenderte y comprenderla. Las preguntas se amontonan, no hay respuestas apenas, solo sensaciones y poco claras. Sentimientos confusos, la mayoría de ellos amargos. Decepciones. Puertas que se cierran. Gente que huye.  Es en estos momentos de crisis personal cuando te vuelves hacia ti mismo, cuando reflexionas y quieres desentrañar, porque lo necesitas, aquello que, en realidad, eres, o, al menos, aquello que se aproxima a tu esencia. Qué soy, quién soy, qué quiero hacer conmigo, qué quiero, en suma.  Andaba yo en estas cuitas personales, tan difíciles de transferir y de explicar a los demás, entre otras cosas porque la gente

Sin título

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(Madame Yevonde (1893-1975), Portrait de Joan Maude, 1932 Vivex colour print, Londres, National Portrait Gallery) Nada. 

"Pisando ceniza" de Manuel Arroyo-Stephens

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Entre los lectores que lo son de verdad funciona de modo efectivo el boca a boca. Lees un libro y no puedes dejar de comentarlo, de recomendarlo incluso. Cuando el libro te gusta mucho, entonces haces una loa tan intensa que tienes miedo de que la persona que la recibe se sienta luego decepcionada con la lectura, con su propia aproximación. Esto no debería ser un problema. Ya sabemos que leer es un acto individual. Intransferible. Dudosamente colectivo. Pero comentar un libro es un ejercicio de encuentro que tiene sus ventajas y su encanto.  Este libro me llegó de esa manera. Alguien lo había leído y me habló de él de forma entusiasta. Imposible no ceder a ese requerimiento, a esa aventura de ver hasta qué punto esos elogios eran ciertos. Así que no queda otra que hacer tú lo propio, es decir, leer, leer y opinar. He aquí esa opinión después de la lectura.  La respuesta a la pregunta es Sí. Tenía razón en su glosa, en su apología, la persona que primero transitó sus páginas. S

"Mágico, sombrío, impenetrable" de Joyce Carol Oates

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Trece relatos. Trece historias para entender esa clase de vida que Oates retrata desde siempre. Trece puertas abiertas para analizar el miedo. El miedo a perderlo todo, el miedo a no ser nada. El miedo es la música que ahora interpreta la escritora norteamericana y esa melodía acaba sonándonos. Los relatos tienen argumentarios diversos pero dos elementos siempre comunes: el miedo, al fondo. La gentil escritura de Oates, en la superficie.  Joyce Carol Oates (Lockport, Nueva York, 1938) tiene setenta y siete años y sigue enseñando en Princeton. La vida escolar, el contacto con los jóvenes estudiantes, la pone a cien. Hace que su universo se contagie de esa prisa cotidiana de un centro educativo. No contempla marcharse, salvo cuando sea inevitable. Al tiempo, escribe. Con una regularidad espartana. Con un trabajo de investigación previo que resulta envidiable. Planificación, búsqueda de fuentes, pistas, ciudades, personas, ideas. Todo ello se congela en sus ficheros hasta que

"Mujeres enamoradas" de D. H. Lawrence

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Los veranos en La Carolina están llenos de un aire denso, pegajoso, algo turbio. El calor se instala en los cuerpos, en las mentes. No hay forma de sustraerse a su influjo y todo lo que haces parece convertirse en una huida. Las noches se abren cálidas pero llevaderas. Las tardes anuncian el ocaso más fresco. Las mañanas, el esplendor del agua que te recibe deseosa. Las horas intermedias te asfixias si has decidido recorrer sus calles. Los pueblos que la rodean arden en fiestas. En Guarromán, en Santa Elena, en Las Navas, la gente baila en las ferias y tú estrenas vestidos y sonríes con timidez cuando el chico que te gusta te toma de la mano para ayudarte a subir a la montaña rusa. Toda la vida es una montaña rusa en estos veranos de días largos y cubiertos de la lluvia dorada de la ilusión adolescente.  Pero, a veces, una brisa jubilosa te estimula y llena tu cabeza de la esperanza de que las horas siguientes sean más amables. Es en esos momentos cuando te sientas en el pat

La belleza

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(Detalle de El Nacimiento de Venus. Sandro Botticelli)  Simonetta Vespucci fue una de las mujeres más hermosas de su tiempo. Y de tiempos posteriores. Su belleza renacentista inunda los cuadros de Botticelli. La posteridad ha consagrado sus ojos de almendra, su pelo rubio y ensortijado, su boca perfecta, su mirada lánguida, sus gestos silenciosos... Se cree que nació en Génova y su padre era, en efecto, un noble genovés. Con solo dieciséis años se casó con Marco Vespucci del que tomó su apellido. La belleza de Simonetta atrajo a todos los artistas de la época, que la interpretaron en sus obras de muchas formas distintas, dando su rostro a los personajes de sus cuadros. Distintos estilos, formas diversas, texturas, vestidos, luces, pero un mismo rostro, el rostro aterciopelado de Simonetta, los rasgos de esta mujer joven que los atrajo a todos. Los hermanos Ghirlandaio, Piero di Cosimo y Botticelli fueron los que más la pintaron, pero, desde luego, este último, Botticelli, n

Mujer inhabitada

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Puede uno leer un libro mil veces sin entender nada. Pueden miles de personas leer un libro sin extraer su verdadero sentido. Pueden realizarse decenas de películas sobre un libro sin que nada de su esencia llegue a las imágenes. Puede uno quedarse en la superficie y categorizar sin que haya comprendido de qué se escribe, qué se cuenta, por qué se dice.  Esto es lo que creo que ha ocurrido con este libro. Convertido en literatura erótica sin más, en un contexto en el que la literatura erótica es un género con mala prensa, un subgénero infamante en realidad, no ha habido oportunidad de llegar más allá en su análisis. Sorprende la cantidad de personas formadas, supuestamente lectoras, que desconocen el libro, a su autor, el resto de su obra y, sobre todo, sus intenciones, su estilo, su escritura al fin.  Para entender "El amante de Lady Chatterley" hay que situarse en el tiempo y el espacio en que fue escrito, pero, sobre todo, hay que ver en conjunto la obra de su

" La ley del menor" de Ian McEwan

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Fíjate: eres una profesional respetada. Jueza de familia, con dilatada experiencia. Estás a punto de cumplir sesenta años. Casada y sin hijos. Tu matrimonio navega en la rutina. Tu trabajo te absorbe. No podría ser de otro modo.  Y, de pronto, se abren ante ti dos frentes que has de lidiar y de traspasar de la mejor forma que puedas: llega a tu juzgado el caso de un adolescente, testigo de Jehová, que se niega  a ser transfundido para curar su leucemia, aludiendo a sus creencias religiosas. Y tu marido te dice, sin más, que desea tener una aventura con una jovencita porque, sencillamente, ya no puede más con el aburrimiento que le causa el matrimonio.  Esta tesitura es la que se presenta en la vida de Fiona Maye cuando Ian McEwan la convierte en protagonista de su último libro, que, como los demás, publica Anagrama y que nos pone por delante el problema de la fe. McEwan lleva años tocando todas aquellas cuestiones que nos preocupan a los hombres. Cuestiones de fondo que él

"Cumbres Borrascosas" de Emily Brontë

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Cuando era muy, muy pequeña leí este libro por primera vez. Me recuerdo sentada en mi azotea, un espacio abierto al sol, al salitre y al viento de levante. Los días de viento se convertía en un territorio inhóspito, casi tanto como esa casa en la que Cathy, la protagonista, pasaba las horas en compañía tan dispar. Pero, cuando entraba por la bahía el suave aire del sur o el viento estaba en calma, era una delicia subir allí arriba, en total soledad, con tu libro, tu larga melena recién lavada para que se secara al sol o, simplemente, con tus propios pensamientos.  Las niñas pensativas son mujeres calladas. Eso me decían. O, al menos,  mujeres que callan lo esencial. Y es cierto, lo rubrico. En todo caso, la lectura del libro me puso en situación de atisbar sentimientos que entonces, por edad, me estaban todavía vedados, pero que yo sabía que podían astillar, en cualquier momento, la plácida riada de las tardes lentas del verano, cuando la principal distracción era soñar.  Wu

El don de la palabra

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¿Existe el don de la palabra? ¿Alguna vez lo poseí? ¿Fue mío? Hubo un tiempo en el que escribir era una manera de estar en el mundo, de sentirte que, en algún lugar, tenías un sitio. Una forma de entender algunas cosas, no muchas, solamente las justas, las necesarias para seguir viviendo. En ese tiempo las manos se movían al compás de la mente y dibujaban historias, a veces versos, en otras ocasiones relatos, invenciones, no sé, cosas, incluso cartas llenas de recuerdos antiguos y esbozos de la vida, muchos sueños.  En ese tiempo, las libretas se llenaban de pequeños textos, de frases sueltas, de ideas, de pensamientos. No estaban, como ahora, surcadas por un reguero de lágrimas absurdas que a nadie le interesan. No estaban como ahora, cerradas, prestamente guardadas, ocultas, sin tiempo para ser lo que ellas quieren, el baúl en el que duermen los fragmentos de vida que creaste. Hubo un tiempo en que tuve palabras en mis manos...Pero ahora, como si todas ellas hubieran

Esa mujer

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(Imagen: Cuadro de Tamara de Lempicka) La encuentras cada día cuando recorres esa amplia avenida camino del trabajo. Es un camino transitado, en el que se oyen a todas horas el ruido de los coches, los gritos de los niños y la charla de los que frecuentan los bares que hay en derredor. Tanta gente cruza a todas horas y has tenido que fijarte en ella, te has fijado en ella sin remedio, no has podido dejar de hacerlo incluso, te ha llamado tanto la atención que has empezado a preguntar quién es, cómo se llama y por qué tiene ese aire tan triste y abatido.  No puedes preguntarle. Eso sería un atrevimiento. Un imposible. Así que lo descartas. No puedes preguntar. Sería una indiscreción imperdonable. Pero tus ojos la miran cada vez y deseas saber lo que le ocurre y quieres atisbar el sentimiento que hace que su gesto sea tan frío, que tenga las manos enlazadas alrededor de un bolso que parece sobrarle, que tenga el aire asustado de un pajarillo que ni siquiera tiene claro dónde

Austen enamorada

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En enero de 1796 Jane Austen escribe una carta a su hermana Cassandra, que estaba pasando unos días en Berkshire, en casa de sus futuros suegros, los señores Fowle. La carta, que es la más antigua de las que se conserva, es muy interesante. Ella tenía veinte años recién cumplidos, pues había nacido en diciembre de 1775. En un cajón de su escritorio estaba guardado y casi oculto el manuscrito de "Sentido y Sensibilidad". Aún no era, en estricto, una escritora, aunque escribía desde niña. Pero esa carta tiene tantos matices, datos e ideas que merece la pena reparar en ella. Porque de su lectura y de los hechos que después sucedieron, podemos deducir que uno de los protagonistas de la misma es, precisamente, el muchacho de quien Jane se enamoró.  Tom Lefroy, que llegaría ser un prestigioso abogado y miembro del Parlamento de Irlanda, confesó en su vejez que había amado a Jane en aquellos tiempos y que únicamente su falta de fortuna y la dependencia económica que de él te

Una historia inventada

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Ella había recorrido el mundo entero. Si no entero, sí todos aquellos lugares de los que se suele contar algo. Esos sitios que tienen nombres pronunciables, preciosos, limpios. Los espacios más anchos y más tiernos que uno pueda imaginarse. Las ciudades abiertas, rectas, llenas de sonrisas improvisadas. Los ríos, los campos, los desiertos que no aparecen en el mapa pero que existen, eso es seguro. Ella lo había recorrido todo y, sin embargo, una parte de su corazón todo lo ignoraba. No entendía el significado de las cosas. No sabía que las cosas existían. Que tenían nombre. Que no eran cosas simplemente. Ella había recorrido las dimensiones ocultas del silencio, esas que nadie entiende si no las ha vivido en carne propia. Ella lo sabía casi todo, menos exactamente eso que nadie debería dejar de conocer, si es que quiere contar, en un momento, que ha vivido.  ¿Qué importa el sitio? ¿Qué importa si era una mañana de frío invierno o de esplendorosa primavera? ¿Qué más da las noti

Folio en blanco

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Pero, seguramente, ella está también mirando la Luna. En cualquier sitio sus ojos contemplan este mismo universo. Quizá eso deba hacer que me sienta menos solo, que note menos el vacío. Pero es difícil. La soledad es un algo frío y perenne que se acomoda en nosotros al menor movimiento de la vida. Esta vez, como casi todas, ha venido sin avisar, me ha cogido de sorpresa. Tendría que presentirla, saber cuándo va a aparecer para llenar mi alma de miles de cosas inútiles que no dejaran ningún hueco vacío. Pero esta vez tampoco lo he logrado.  Todas las cosas desaparecen de pronto y ella también. ¿Cómo habría podido evitar que se fuera? Quizá inventando un tiempo nuevo en el calendario, el tiempo del recuerdo perenne, pero no, no sería efectivo, tendríamos que inventar meses eternamente y el tiempo es una cosa muy frágil para asentar en él nuestra dicha.  Más seguro sería borrar el espacio. Todos integrados en el mismo punto de visión, unidos en el mismo ámbito. Así la vería s

Semáforos en rojo

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Oyes a la gente comentar con ilusión a qué sitios acudirá en el puente. Los puentes, cuando no son físicos, sino de tiempo, llevan consigo el movimiento. Todos los que sienten que forman parte de algo, se moverán, cambiarán de lugar de residencia, viajarán, comprarán cosas insólitas, compartirán su tiempo con aquellos que aman y que les aman.  Tu semáforo se puso en rojo un día y no hay forma de que cambie el color. A veces parece estar naranja, pero es una ilusión tan solo. Es un semáforo inamovible. No hay mecanismo, ni artilugio, ni milagro, que lo modifique. Es un semáforo que ha perdido el botón de cambio. Por eso sientes ahora que el aire te ahoga, por eso sientes que no puedes respirar casi, por eso quieres llorar y las lágrimas se esconden, por eso notas claramente que no hay nada que puedas poner al lado de esa euforia de la gente feliz.  (Imagen: Richard Estes) 

Tengo que contarte algo: "Historia en el crepúsculo" de Stefan Zweig

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(Imagen: S.J. Peploe. Escocia)  "¿Habrá traído el viento la lluvia sobre la ciudad para que nuestra habitación se obscureciera tan de pronto? No. El aire está tranquilo y transparente, como raramente ocurre en estos días estivales; pero se ha hecho tarde y no lo hemos notado. Sólo las ventanas de las buhardillas frente a nosotros nos sonríen con un leve resplandor, y el cielo, encima de la cúspide, está ya velado de una dura sombra".... Así comienza "Historia en el crepúsculo" una novelita de 42 páginas que Stefan Zweig escribió y que se recoge en un volumen de Ediciones Ulises que lleva el título de "Sendas equívocas" y que contiene otras dos pequeñas obras: "Subversión de los sentidos" y "Ocaso de un corazón". Las tres son mucho menos conocidas que otras historias suyas, como "El jugador de ajedrez", "Carta de una desconocida" o "Amok". Pero, en modo alguno, son inferiores en calidad.  En

Esa maravillosa forma de narrar

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Cuando descubrí a Edna O´Brien , la escritora irlandesa que cumplirá en diciembre ochenta y cinco años, entendí que la narración literaria tiene tantos caminos como escritores que recorren esa senda. Ella me mostró, en su trilogía de Kate y Baba, que es posible conocer voces nuevas, que no se agosta el caudal de narradores que son capaces de emocionarme y que la vida de las personas normales es el elemento más motivador de cuantos pueden usarse para escribir.  El estilo de Edna O´Brien me maravilla por su limpieza. Qué difícil resulta ese recorrido diáfano, casi como si se tratara de un cuento infantil, en el que los recovecos tienen sentido y en el que los personajes hablan por sí mismos, como si no fueran hallazgos de un tercero. Kate y Baba, las muchachas protagonistas de esa trilogía impensada, son tan de carne y hueso como yo misma. Puedo percibir, por ello, sus emociones, sus deseos, sus frustraciones, sus esperanzas, sus miedos. Ambas quieren ser felices, como yo he quer