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"Órdenes sagradas" de Benjamin Black


Hipnótico, elegante, estilista, dominador del lenguaje, creador de un paisaje literario propio...las críticas bendicen a John Banville desde que en 1989 este editor y periodista publicara "El Libro de las Pruebas". Desde entonces, una amplia trayectoria jalonada de premios y de lectores fieles que se han ido sumando al placer de disfrutar de una prosa fina, acerada y llena de observación inteligente. Con "El Mar" logró en 2005 el prestigio Premio Booker y en estos momentos este irlandés nacido en 1945 bien puede ser considerado como una de las cumbres de las letras contemporáneas. 

Banville es blanco y Black es negro. El alter ego del escritor, Benjamin Black, aparece en 2007 inaugurando la saga protagonizada por Quirke y dedicada a su pasión más reconocida, la novela negra. Fue "El secreto de Christine" y, después de ella, vendrían "El otro nombre de Laura", "El Lémur", "En busca de April", "Muerte en verano", "Antigua luz", "Venganza" y "La rubia de ojos negros". 

Fue, precisamente, esa rubia, quintaesencia de lo noir, la novela que lo acercó más a los públicos españoles, la que, definitivamente consiguió que se le reconociera como un escritor de la estirpe de Chandler. Los ávidos lectores de novela negra han encontrado en él un referente y, a partir de su Premio Príncipe de Asturias de las Letras, en 2014, un nombre al que seguir, al que buscar, del que husmear su obra y sus escritos en general. 

La editorial Alfaguara, encargada de publicar toda su obra en España, ha puesto en las librerías, este 2015, su último noir, "Órdenes sagradas", firmado, por supuesto, por Benjamin Black. Esto de escribir con dos nombres distintos según el género, este desdoblamiento de personalidad, resulta altamente conveniente y didáctico, y, en este caso, muy aleccionador para sus lectores. No hay forma de confundirse, desde luego. Como decía su admirado Chandler, la idea del escritor al acercarse al género negro no es tanto explicar o contar "quién mató al mayordomo" sino "el estilo". Ese altar supremo en el que todos los escritores ansían encontrar su propio eco y dejar su huella impresa. El estilo, el dique en el que todos los barcos se estrellan o encallan cuando no está conseguido y que consagra a los grandes, a los iluminados, a los poseedores de ese toque especial, único y diferenciador. El estilo, sí, el estilo. 

En "Órdenes sagradas" Quirke y su hija Phoebe se van a ver envueltos en una historia opresiva, húmeda, envolvente, que arranca con la aparición de Jimmy Minor, flotando en las oscuras y sucias aguas de un canal. Este descubrimiento y lo que lleva consigo será capaz de despertar en Quirke algo que estaba casi dormido y removerá su vida hasta extremos insospechados. El escenario, Dublín, años cincuenta del siglo XX, una ciudad en la que él vivió su infancia y su adolescencia y que, por ello mismo, tiene las claves propias que hacen de su novela un lugar conocido, un hogar reflejado de mil formas. Quirke vuelve a la obra de Black después de ese paréntesis en "La rubia de ojos negros" en que cedió su protagonismo a Marlowe, en claro homenaje a su ídolo, Raymond Chandler, ídolo de todos nosotros, desde luego. 

En el discurso que Banville ofreció con motivo del Premio Príncipe de Asturias de las Letras, en 2014, reivindicó el poder de la frase: "Con frases pensamos, especulamos, calculamos, imaginamos. Con frases declaramos nuestro amor, declaramos la guerra, prestamos juramento. Con frases afirmamos nuestro ser. Nuestras leyes están escritas con frases. No es desatinado afirmar que con frases está escrito nuestro mundo". 

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