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"Las buenas intenciones" de Amity Gaige

La editorial Salamandra es signo de calidad. Sus libros tienen todos un sello distintivo: no se dejan llevar por el bestsellerismo, antes bien, buscan y rebuscan hasta hallar especies exóticas, novelas trabajadas, brillantes, llenas de un especial estilo propio. 

Esto es lo que ocurre con este libro, escrito por la escritora estadounidense, nacida en 1972, Amity Gaige. Recién salida en España, la novela narra un caso, basado en un hecho real, en el que un padre, que es la voz conductora de la historia, está en la cárcel por el rapto de su hija. Este es el motivo inicial, el que desatará las conjeturas, abrirá la puerta a las confesiones y pondrá sobre la mesa una búsqueda de la identidad personal, con un estilo introspectivo que te atrapa y que te hace pensar. ¿Es la maternidad esa fuerza telúrica a la que todas las mujeres se entregan? ¿Hay tanta diferencia entre hombres y mujeres a la hora de abordar la relación con los hijos? ¿Es posible ser un buen padre sin ser un buen marido, incluso sin ser una buena persona? 

El desarrollo epistolar de la novela no le quita fuerza, más bien incide directamente en la sinceridad de las palabras de Eric, el protagonista. Su impostura, que existe, aparece como una suerte de equilibrio entre el deber ser y el ser, entre los sentimientos y la razón. Cuánto hay de dolor en el pasado, cómo la infancia nos marca, cómo tus padres condicionan el padre que tú llegarás a ser, todos estos elementos están presentes en la novela. Además, en el telón de fondo, la aspiración lógica de todo ser humano de progresar, de dejar atrás la miseria y convertirse en alguien positivo. Todos tenemos la esperanza de ser algo para alguien, de obtener reconocimientos, de tener algún status. La supervivencia aparece así como una explicación de las actuaciones de Eric.

Identidad personal, custodia de los hijos, relaciones entre los padres, todo ello, con la prosa elegante, fina, llena de poesía y sutileza que tiene la autora del libro, una escritora que está componiendo una obra firme y a la que hay que tener en cuenta.

Eric Schroder está en una cárcel. Se ha fugado con su hija y su abogado le hace la recomendación de que escriba a su esposa para explicarle por qué lo ha hecho. En ese sentido, la escritura tiene el poder de catarsis, de sanación, que se le atribuye desde siempre. El hecho de que use la palabra escrita para contar su historia le da al libro un valor testimonial que puede extenderse a determinados terrenos de la vida del protagonista, porque, cuando habla del hecho no se puede detener allí, sino que tiene que ahondar en los antecedentes del mismo y en su propia trayectoria personal. Es pues, una confesión en toda regla, no solamente de su actuación concreta, sino de toda su vida. Porque, y esto es lo más interesante, hay algo oculto en su personalidad, que nadie conoce y que no tendrá más remedio que sacar a la luz en su escritura.

Podemos engañar a los demás con la palabra hablada, pero, cuando escribimos, nos ponemos delante de nosotros mismos y ahí el engaño ya no es posible. La escritura te pone delante un espejo y, además, te obliga a repensarte, a ofrecerte a los otros desde dentro, con una sinceridad que no existe en otros campos expresivos.

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