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"Platero y yo"...y yo


No sé si en algún lugar de este blog he escrito algo sobre "Platero y yo", pero da igual. Porque podría dedicarle muchas páginas, porque hay muchos recuerdos, muchas vivencias enhebradas a su lectura. En todo caso, como las efemérides han de servir para renovar en nosotros el deseo de leer, aprovecho que se celebra estos días el centenario de su publicación para escribir de ese libro, mal llamado de niños, que tantas veces he leído, oído y escrito.

En mi colegio se usaba "Platero" para hacer dictados. Páginas enteras del libro las conservo en mi memoria, porque yo también he utilizado esas pequeñas historias, esas imágenes impresionistas, para trabajar de mil y una formas. He sentido que "Platero" es una cumbre de la poesía, sí, de la poesía en general. No es solamente prosa poética, es poesía en prosa, que va más allá. Algunos de sus pasajes tienen un nivel tan alto de emoción que te producen sentimientos encontrados, sensaciones que no puedes describir. Es una forma de abrirte los ojos hacia la pequeña vida cotidiana que es, en realidad, la que importa.

Es la capacidad de observación del autor el elemento que más me llama la atención en el libro. La forma en que, su mirada, trastoca la realidad y la interpreta, convirtiendo en objeto literario cualquier acontecimiento nimio, haciendo de un burro un personaje lleno de grandeza épica. Es la épica de lo pequeño, la exaltación de lo natural, de lo vivido. La naturaleza es, en realidad, el gran personaje que aparece reflejado no solamente en Platero, el protagonista, sino en mil detalles que podemos ir descubriendo a medida que nos adentramos en el libro.

Creo que el catalogarlo hace años como un libro para niños no le ha hecho ningún bien. Seguramente eso originó que se obligara a leerlo en edades tempranas, cuando la música puede venirle bien a los niños pero no su contenido, su sentido último. La lectura obligatoria es, sin dudarlo, la forma más directa de que los libros no se lean. Los niños buscan mil artimañas para saltarse el libro propuesto por el profesor, por eso hay que buscar otras formas de que un libro se conozca. En mi colegio, usando el sistema del dictado, lo lograron, aunque seguramente fue una estrategia espontánea.

En todo caso, "Platero y yo" es de esas obras que consideras tuya, que conoces tanto como a alguien de tu familia, o quizás más, y que llegan a formar parte de tu biografía literaria. Los libros que leemos nos hacen personas tanto o más que otros elementos influyentes, tanto o más que los amigos o la familia, o la educación que podamos recibir. Los libros tienen un factor de encuentro personal que es intransferible y que, por eso mismo, no podemos dejar de percibir.

Me gusta la dulzura de Platero, las descripciones de las calles, las fiestas, los personajes. Pero, sin duda, el pasaje que más me emociona, el que recuerdo siempre palabra por palabra, el que ha hecho saltar lágrimas de sentimiento es el del "niño tonto, sentado en su sillita, viendo el dorado pasar de los gloriosos".


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