Ir al contenido principal

Puedes hacerlo

¿Habéis visto, en el cine, "El discurso del rey". Si no la habéis visto, os la recomiendo vivamente. Veamos: se trata de una película que cuenta un momento de la vida del rey Jorge VI de Inglaterra. Un momento de su vida muy especial, precisamente aquél en que logra vencer las dificultades, sobreponerse a ellas y abrir una ventana por la que asomarse sin miedo. Ah, las dificultades. Ah, el miedo. Qué unidas y cercanas están estas palabras, estos conceptos. Jorge VI fue rey de carambola, porque el trono correspondía a su hermano, el Príncipe de Gales y él solamente era Duque de York, que es el título de los segundos hijos de los reyes ingleses. Pero Eduardo, el heredero, decidió renunciar a la Corona cuando se enamoró de una divorciada estadounidense, Wallis Simpson y de esa forma tan impensable Bertie, que es el nombre de paisano del rey Jorge VI tuvo que asumir la Corona.

La película nos cuenta cómo un logopeda que, en realidad, no era logopeda sino actor frustrado, consiguió que Jorge VI, que tenía un grave problema de tartamudeo, pronunciara un bonito discurso para arengar a sus ciudadanos ante la inminencia de la guerra con Alemania. Ese actor que hace de logopeda sin serlo usó de las mejores armas para conseguir que Bertie lograra pronunciar las palabras sin atrancarse: intentó que tuviera seguridad en sí mismo, intentó que se diera cuenta de que podía conseguir lo que se propusiera. Esto y algunos trucos hicieron el milagro. 

El personaje del actor-logopeda es muy atractivo. Una persona humilde, en cuya casa, humilde también, los hijos devoran los libros, con una manta sobre los hombros para evitar el frío. Una casa en la que el padre recita a Shakespeare de todas las formas posibles (¿cómo no va a ser un buen logopeda alguien que es capaz de hacerlo?) y en la que reina la curiosa dignidad del saber y la cultura. Luego está el rey. Alguien tímido, inseguro, quizá atormentado...alguien que toma las riendas de una tarea que se le queda larga, hasta que el milagro del convencimiento lo convierte en otra persona. Superar las dificultades, perder el miedo, he aquí el gran secreto de casi todo lo que vamos consiguiendo a lo largo de nuestra vida. Porque no se trata (y ahora vamos a pensar sobre ello) de no tener problemas, o de no poseer imperfecciones, sino, más bien, de encarar los problemas y de dejar de lado las imperfecciones, para centrarnos en lo que somos capaces de hacer. 

El logopeda del rey es un buen maestro. Lo es porque sabe ganarse el respeto de su discípulo, porque hace que su alumno se sienta capaz de lograr sus objetivos, porque lo conduce con firmeza pero con cariño y con respeto. Esa relación profesor-alumno da tan buenos frutos porque es una relación positiva, una buena relación. 

No os voy a desvelar el final de la película, que vuelvo a recomendaros, pero sí a deciros que en ella se pronuncia un discurso de los que en el cine hacen época. ¿Recordáis en "El gran dictador" el discurso que pronuncia al final el doble de Hitler? Algo así se siente en este caso, casi lo mismo que cuando oímos "La Marsellesa" en ese garito de Casablanca en el que vuelven a encontrarse Ingrid Bergman y Humphrey Bogart. Casi la misma emoción con la que Escarlata O´Hara toma la tierra entre sus manos y afirma que no volverá a pasar hambre. 

Palabras, superación, dificultades, lucha, emociones. Todo eso lo encontrarás en esta película y por eso va a gustarte cuando la veas. Y, además, si eres cinéfilo como yo, puedes hacer un montón de apuestas para la noche de los Oscar, porque tiene, nada más y nada menos que doce nominaciones. Porque la emoción siempre llega a los corazones.


Comentarios

Entradas populares de este blog

"Baumgartner" de Paul Auster

  Ha salido un nuevo libro de Paul Auster. Algunos lectores parece que han cerrado ya su relación con él y así lo comentaban. Han leído cuatro o cinco de sus libros y luego les ha parecido que todo era repetitivo y poco interesante. Muchos autores tienen ese mismo problema. O son demasiado prolíficos o las ideas se les quedan cortas. Es muy difícil mantener una larga trayectoria a base de obras maestras. En algunos casos se pierde la cabeza completamente a la hora de darse cuenta de que no todo vale.  Pero "Baumgartner" tiene un comienzo apasionante. Tan sencillo como lo es la vida cotidiana y tan potente como sucede cuando una persona es consciente de que las cosas que antes hacía ahora le cuestan un enorme trabajo y ha de empezar a depender de otros. La vejez es una mala opción pero no la peor, parece decirnos Auster. Si llegas a viejo, verás cómo las estrellas se oscurecen, pero si no llegas, entonces te perderás tantas cosas que desearás envejecer.  La verdadera pérdida d

“El dilema de Neo“ de David Cerdá

  Mi padre nos enseñó la importancia de cumplir los compromisos adquiridos y mi madre a echar siempre una mirada irónica, humorística, a las circunstancias de la vida. Eran muy distintos. Sin embargo, supieron crear intuitivamente un universo cohesionado a la hora de educar a sus muchísimos hijos. Si alguno de nosotros no maneja bien esas enseñanzas no es culpa de ellos sino de la imperfección natural de los seres humanos. En ese universo había palabras fetiche. Una era la libertad, otra la bondad, otra la responsabilidad, otra la compasión, otra el honor. Lo he recordado leyendo El dilema de Neo.  A mí me gusta el arranque de este libro. Digamos, su leit motiv. Su preocupación porque seamos personas libres con todo lo que esa libertad conlleva. Buen juicio, una dosis de esperanza nada desdeñable, capacidad para construir nuestras vidas y una sana comunicación con el prójimo. Creo que la palabra “prójimo“ está antigua, devaluada, no se lleva. Pero es lo exacto, me parece. Y es importan

Ripley

  La excepcional Patricia Highsmith firmó dos novelas míticas para la historia del cine, El talento de Mr. Ripley y El juego de Ripley. No podía imaginar, o sí porque era persona intuitiva, que darían tanto juego en la pantalla. Porque creó un personaje de diez y una trama que sustenta cualquier estructura. De modo que, prestos a ello, los directores de cine le han sacado provecho. Hasta cuatro versiones hay para el cine y una serie, que es de la que hablo aquí, para poner delante de nuestros ojos a un personaje poliédrico, ambiguo, extraño y, a la vez, extraordinariamente atractivo. Tom Ripley .  Andrew Scott es el último Ripley y no tiene nada que envidiarle a los anteriores, muy al contrario, está por encima de todos ellos. Ninguno  ha sabido darle ese tono entre desvalido y canalla que tiene aquí, en la serie de Netflix . Ya sé que decir serie de Netflix tiene anatema para muchos, pero hay que sacudirse los esquemas y dejarse de tonterías. Esta serie hay que verla porque, de lo c

Un aire del pasado

  (Foto: Manuel Amaya. San Fernando. Cádiz) Éramos un ejército sin pretensiones de batalla. Ese verano, el último de un tiempo que nos había hechizado, tuvimos que explorar todas las tempestades, cruzar todas las puertas, airear las ventanas. Mirábamos al futuro y cada uno guardaba dentro de sí el nombre de su esperanza. Teníamos la ambición de vivir, que no era poco. Y algunos, pensábamos cruzar la frontera del mar, dejar atrás los esteros y las noches en la Plaza del Rey, pasear por otros entornos y levantarnos sin dar explicaciones. Fuimos un grupo durante aquellos meses y convertimos en fotografía nuestros paisajes. Los vestidos, el pelo largo y liso, la blusa, con adornos amarillos, el azul, todo azul, de aquel nuestro horizonte. Teníamos la esperanza y no pensamos nunca que fuera a perderse en cualquier recodo de aquel porvenir. Esa es la sonrisa del adiós y la mirada de quien sabe que ya nunca nada se escribirá con las mismas palabras.  Aquel verano fue el último antes de separa

Rocío

  Tiene la belleza veneciana de las mujeres de Eugene de Blaas y el aire cosmopolita de una chica de barrio. Cuando recorríamos las aulas de la universidad había siempre una chispa a punto de saltar que nos obligaba a reír y, a veces, también a llorar. Penas y alegrías suelen darse la mano en la juventud y las dos conocíamos su eco, su sabor, su sonido. Visitábamos las galerías de arte cuando había inauguración y canapés y conocíamos a los pintores por su estilo, como expertas en libros del laboratorio y como visitantes asiduas de una Roma desconocida. En esos años, todos los días parecían primavera y ella jugaba con el viento como una odalisca, como si no hubiera nada más que los juegos del amor que a las dos nos estaban cercando. La historia tenía significados que nadie más que nosotras conocía y también la poesía y la música. El flamenco era su santo y seña y fue el punto culminante de nuestro encuentro. Ella lo traía de familia y yo de vocación. Y ese aire no nos abandona desde ent

“Anna Karénina“ de Lev N. Tolstói

Leí esta novela hace muchos años y no he vuelto a releerla completa. Solo fragmentos de vez en cuando, pasajes que me despiertan interés. Sin embargo, no he olvidado sus personajes, su trama, sus momentos cumbre, su trasfondo, su contexto, su sentido. Su espíritu. Es una obra que deja poso. Es una novela que no pasa nunca desapercibida y tiene como protagonista a una mujer poderosa y, a la vez, tan débil y desgraciada que te despierta sentimientos encontrados. Como le sucede a las otras dos grandes novelas del novecientos, Ana Ozores de La Regenta y Emma Bovary de Madame Bovary, no se trata de personas a las que haya que imitar ni admirar, porque más que otra cosa tienen grandes defectos, porque sus conductas no son nada ejemplares y porque parecen haber sido trazadas por sus mejores enemigos. Eso puede llamarse realismo. Con cierta dosis de exageración a pesar de que no se incida en este punto cuando se habla de ellos. Los hombres que las escribieron, Tolstói, Clarín y Flaubert, no da

Días de olor a nardos

  La memoria se compone de tantas cosas sensibles, de tantos estímulos sensoriales, que la mía de la Semana Santa siempre huele a nardos y a la colonia de mi padre; siempre sabe a los pestiños de mi invisible abuelo Luis y siempre tiene el compás de los pasos de mi madre afanándose en la cocina con sus zapatos bajos, nunca con tacones. En el armario de la infancia están apilados los recuerdos de esos tiempos en los que el Domingo de Ramos abría la puerta de las vacaciones. Cada uno de los hermanos guardamos un recuerdo diferente de aquellos días, de esos tiempos ya pasados. Cada uno de nosotros vivía diferente ese espacio vital y ese recorrido único desde la casa a la calle Real o a la explanada de la Pastora o a la plaza de la Iglesia, o a la puerta de San Francisco o al Cristo para ver la Cruz que subía y que bajaba. Las calles de la Isla aparecen preciosas en mi recuerdo, aparecen majestuosas, enormes, sabias, llenas de cierros blancos y de balcones con telas moradas y de azoteas co